Seis, Cinco, Cuatro

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Ella se convirtió en mi miembro fantasma. No estaba ahí, pero la sentía, la besaba, y su carmín me manchaba los labios. Entrelazaba sus dedos con los míos, y me miraba fijamente con su sonrisa, con los pies en el aire de aquel mohoso motel.

Sentía soledad. Podría no sentirla. Podría buscar falsa compañía en la noche. Pero después de probar caviar, el atún te parece mierda. No había compañía mejor que la suya, sazonada con amor.

Me acosté en la cama, y acaricié mi torso desnudo, imaginando que era ella la que delineaba mis contornos con sus dedos. Creé mi propio espejismo de ella, sentada sobre mi cuerpo, sonriendo con las ojeras que yo de vez en cuando le ocasionaba. Unas veces por lujuria. Otras por dolor. Se acercaba, pegaba su frente con la mía, y yo sentía una vez más los pensamientos viajar como mariposas por su cabeza.

A pesar de todo, yo para ella era la mejor persona del mundo.

Y lo valoraba. Vaya si lo valoraba. Pero eso era algo que ella no veía. Algo que no quería que viera del todo. Pero a pesar de todo, ella siempre sonreía, y yo no quería que dejara de hacerlo. Por eso la valoraba. Valoraba cada comisura torcida durante los momentos más duros. Su compañía, silenciosa, llenaba el vacío más que cualquier otra cosa.

El móvil vibraba. Sabía que era ella, y por eso no me esforzaba en mover ni un sólo músculo. Precisamente porque la quería, y en honor a todos aquellos momentos perfectos con ella, decidí dar final a aquella absurda relación. Por respeto a su persona, bajé el telón de aquel dramaturgo.

Y entonces alejé mis pensamientos anteriores, y comencé a odiarla.

Yo ya había aprendido a vivir en absoluta soledad. Me había acostumbrado a la oscuridad de una casa que se encendía y se apagaba a mi paso. A un silencio eterno. A un mundo sin caricias y besos. A un mundo sin amor. Pero tuvo que llegar ella para estropearlo. Romper con la rutina, sin siquiera preguntarse si estaba feliz con ella. Dio por sentado que era malo, y se dedicó a cambiarlo, con su inocencia de chica libre y pacifista, que le gusta sembrar el caos en la tierra del orden, y entretener al aburrimiento con sus ideas de neón. Quería romper los estereotipos. Yo solo quería vivir y dejar de vivir, de forma intermitente. Sin darle la vuelta a otra cosa, esperando la inexistente mejora. Toda una vida gastada únicamente a planear una vida.

La segunda vez que sonó el móvil fue la que más dolió.

Me encogí y comencé a llorar. Mi cuerpo se quedó congelado, y sólo se movía de golpe durante los sollozos, como espasmos epilépticos. Todo mi mundo alrededor se quedó suspendido en el tiempo, mientras el móvil vibraba en la cama, y en mi mente.

Paró de vibrar. No vibró más en toda la noche. Mi sangre cuajaba de los nervios. Me metí en la cabeza que yo sólo fui un error suyo que no volvería a pasar, y apagué la luz de la lámpara polvorienta que tintineaba en el  cuarto, sobre una mesilla de noche roída por las chinches. Me acosté, pero no dejé de beber, en medio de la penumbra. Como un pecado nocturno. Sonaba divertido ser uno. ¿Cuál sería yo? Al principio pensé en la lujuria. Por el alcohol, la gula. Y por el odio inexplicable, la ira. Tal vez yo fuera uno nuevo.

Mi cuerpo poco a poco quedaba apretado por las raíces. Nunca pensé que la amaría tanto como la amo. Por eso me escondo.

Me encanta la botella que me acompaña en este motel. Me ayuda a olvidar. Quema mis neuronas. Es el espectador perfecto en este escondite para estúpidos.

Escondite Para EstúpidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora