Tres, Dos, Uno

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La mañana sonaba al toque de una señora de la limpieza. Le dije que no, que no pasara, que me iba a quedar allí un tiempo más, aunque en mis planes estara quedarme para siempre. Da igual que la mierda se acumule. Da igual la ropa sucia. Da igual las manchas en la mopa, o el espejo medio roto. Da igual mi herida en el puño. Da igual todo lo que tenga que ver sobre mí, porque no se le debe dar importancia a lo que no debe existir.

Como una polilla dolorida, me acerqué a la ventana. Aún estaba un poco empapada por la lluvia de anoche. ¿Cuánto tiempo llevaba en ese cuarto? Bueno, el suficiente como para no acordarme. No comía mucho. No dormía mucho. Gastaba mi tiempo en pensar, y en esperar. En nada más. Y eso no costaba mucho más de un euro al día.

Me acordaba de ella, y me sentía feliz de que aún no supiera nada de su persona.

Comencé a sonreír, con los ojos tapados por mi brazo. Tal vez nunca le importó. Estaba haciendo un drama de una mentira, y tal vez ella ni siquiera sufría. Pero no me importaba, porque lo importante es que ella estuviera bien.

Entonces, sonó el timbre.

Un simple "ding-dong". No hubo llamadas de atención, ni palabras de preocupación. Sólo el tono barítono de una puerta. Eso es lo que quedaba. Sin embargo, sólo con el sonido ya podía percibir quién estaba detrás. Como si la conociera de toda la vida.

Su pelo ahora era rojo. Completamente rojo. Me brillaba en los ojos, como una estrella incandescente a punto de explotar y convertirse en una supernova, tragándose todo un mundo alrededor. Sus ojos me miraron con tantos sentimientos a la vez que no pude adivinar ninguno al momento. Poco a poco, durante el silencio eterno que dormitaba entre ella y yo, los fui descifrando: rabia, dolor, esperanza, pánico, incertidumbre... todos me golpeaban las pupilas, e invadian mi cuerpo lentamente, sin prisas, crujiendo cada hueso que decidió moverse aquel día.

Ahí supe que ella nunca olvidó lo nuestro.

Nos convertimos en dos figuras sin contorno, en medio de un salón que se tambaleaba al ritmo de nuestros corazones. No mostró las lágrimas. Y yo no mostré atención. Mi mirada se encadenó al suelo, incapaz de dirigirse a los ojos, pues los míos sabían de antemano que no se encontrarían con una cálida bienvenida. El silencio seguía presente, y se convertía en espinas cada vez más dolorosas a medida que pasaba el tiempo, hasta que una duda saltó de forma agresiva por el espacio, esperando una hipótesis con sentido que tuviera el honor de convertirse en una respuesta coherente.

¿Por qué?

Y la cruel salmuera de palabras se dejó caer, como quien toca la pieza del dominó que produce la hecatombe. Me golpeaban a bocajarro, rasgando cada parte de mí con decisión. Parecía premeditado, como si ella hubiera estudiado qué decir si no hablaba, y cómo responder a mis enunciados. Yo no había tenido tiempo para estudiar ese examen, pues gasté mi tiempo en nada, sin esperar nada, esperando que los días pasaran cada vez más rápido. Ahora no podia evitar que los minutos fueran horas y los segundos, minutos.

Sin embargo, me alegraba de volver a oír su voz.

Esa voz una vez me dijo: "te quiero". Otras veces: "te amo". Me despertaba, y me ayudaba a dormir. Me hacía llorar y reír. La quería para mí. Pero no habría un mañana para nuestra relación.
Esa voz se había cansado de mí. Me recordaba que lo había intentado todo, y que de verdad me había amado. No lo dudaba, pues precisamente era amarme lo que creía que le haría daño tarde o temprano. ¿Por qué soy así? Tanto drama me estaba comiendo poco a poco. Fue entonces cuando pasó, de repente, sin que nadie me lo pidiera. Sin cambios graduales.

Abrí los ojos.

Nada de lo que me pasaba era como lo veía.

Si a pesar de todo, me amaba ¿de verdad hice lo correcto escapando?

Escondite Para EstúpidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora