Cero

3 0 0
                                    

Intento mortalizar el paisaje con la cámara. Me distraigo constantemente, ésta vez haciendo cosas en vez de esperar a la parca.

Fue justo en el momento en el que ella me visitó para decirme adiós entre otras palabras, cuando me di cuenta de que mi ideología en aquellos momentos era tan estúpida como mis actos. Actos que me llevaron a perder todo lo que en realidad amaba y no veía por la nube de negatividad que tapaba mis ojos.

Ahora ella está con otra. U otro, pues su bisexualidad me permitía más hipotesis de las que hubiera deseado. Demasiado perfecta, siempre recordaba los hermosos momentos que vivíamos juntos, como cuando paseábamos libres con el coche por las carreteras, o nos acariciábamos mutuamente cada noche, mirándonos fijamente con una sonrisa de satisfacción.

En cuanto a mí, yo aún me encuentro en soledad y, en realidad, creo que me gustaría estar así durante un tiempo. Me costará superar lo de ella y, cuando lo haga, me costará encontrar a alguien que me haga sentir algo parecido a lo que me hizo sentir ella.

La última vez que la vi, fue de lejos, aún con su pelo rojo pero con raíces, dos meses después de su visita. Creo que estaba comprando algo de comer en una pastelería algo famosa del lugar. No tardó mucho en irse, pues había pedido la comida para llevar. No notó mi presencia. La miraba, me parecía perfecta, pero inalcanzable. Se cumplieron mis premisas: ahora ella vivía feliz sin mí. Pero, después de su alegato final, y luego de dos meses de reflexión, los pensamientos que se formaron de forma tan repentina en el ultimátum de nuestra relación se reforzaron más que nunca.

También era feliz conmigo, igual que yo con ella.

Pero creía tan fielmente que yo era un despojo humano, que conseguí separarla de mí. Abrí los ojos demasiado tarde, cuando ella había dejado de soportarme, como habría hecho cualquier humano normal.

Sin embargo, me sorprende la forma en que me di cuenta de todo. Tan de repente, mientras hacía caso omiso de las palabras y me centraba en su tono. Como un chispazo que recorría mi cuerpo. Como una historia que debía terminar rápido. Me asusto de mi reacción, aunque la esté disfrutando cada día desde que ocurrió. Supongo que necesitaba ver que de verdad la perdía para darme cuenta de todo.

Ahora vivo bien, sin despreciar los recuerdos del pasado, algo tarde para darme cuenta de lo mal encaminada que iba mi vida, pero bien al fin y al cabo. Me esfuerzo algo más. Me canso algo menos.

Me siento y apoyo mi espalda en la madera de un roble. Encima mío, algo más a la derecha, dos pequeños pajarillos parecen alimentar a un grupo de crías. Lo se por los ensordecedores pitidos que producen, pidiendo desesperadamente comida. Recordar mi inmadurez en este momento me hace reír durante un rato, pero luego me quedo mirando arriba, notando en mi piel el calor de un pequeño rayo de sol que esquiva todas las hojas para sentarse en mi mejilla.

¿Por qué me escondía? ¿Por qué no supe vivir la vida de la forma en la que ella la veía? Todas estas preguntas me las formulaba cada vez que no estaba sacando fotos o cualquier otra actividad que ocupara mi simple mecanismo de atención. Las preguntas retóricas eran las que más me molestaban, pues si todas eran de ese tema, casi siempre tenían la misma solución.

Realmente, todo fue como un escondite para estúpidos.

Escondite Para EstúpidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora