19 de noviembre

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No sé cómo llegué a este mundo. Lo único que recuerdo es un dolor mecánico y agonizante al que le sucedió la oscuridad. Instantes después escuché la risa, los ruidos y las voces de unos seres llamados humanos.

Cuento mi historia, la historia de Z., la historia de un amor que se consumió por olvido, tras dos largos de mi existencia entre aquellos procedentes de la Tierra.

Durante los primeros días de mi vida conocí a La Oscuridad, que se cernió sobre mi hasta que uno de esos seres, una tal Lorena, rubia de exuberantes pechos y voz azucarada, decidió colocarme en una estantería donde sería vendido, a mi pesar, tarde o temprano. Lorena era la única humana que había tenido el placer de ver y se convirtió en mi ideal de belleza, mi arquetipo impecable, mi prototipo perfecto. Es posible que esa sea la razón por la que siento una especial atracción inexplicable por las hembras humanas. Al observarla, pensé que sus amplias caderas y sus grandes ojos verdes de gata eran características innatas que compartían todos aquellos seres caminantes de dos patas, pero conforme pasó el tiempo comparé a mi dulce y perfecta Lorena con el resto de seres hablantes y conseguí ver que sus ojos de gata eran únicos. Fue entonces, a base de comparación, cuando pude confirmar que sus pechos eran, en efecto, exuberantes.

En un principio no me disgustó la idea de ser comprado por un nuevo humano; todavía me atormentaba el recuerdo de la oscuridad a la que me había enfrentado. Me daba náuseas, náuseas o lo que quiera que sea que sienten los de mi especie cuando sienten miedo. Sin embargo, el lugar donde Lorena me había colocado en la tienda me gustaba. Desde mi ángulo de visión podía ver a mis compañeros, los de mi clase. Me pregunté si ellos también tenían conciencia y si eran capaces de razonar como yo lo hacía, e intenté comunicarme con ellos en vano. Quise creer que ellos se encontraban en la misma situación. Una mañana, un joven entró por la puerta, me señaló y le dio unos papeles azules rectangulares a Lorena. Ella me miró, me recogió de la estantería y tras una corta conversación amable, el joven y ella se despidieron con una sonrisa cortés y forzadamente educada. Fue la última vez que pude ver a mi amada Lorena y a sus tiernos y delicados labios carnosos. Tras salir de la tienda el joven me dijo que yo le iba a encantar a Z.

Conocía a Z. al día siguiente. B., el joven que me compró, me entregó a Z. mientras paseaban por las calles de una ciudad conocida por el nombre de Madrid. Z. al verme, sonrió y se abalanzó sobre los brazos de B. Sus bocas se juntaron haciendo ruidos desagradables y mientras mantenían sus ojos cerrados ¿Por qué cierran los ojos?; todavía me lo pregunto. En ese momento de mi corta vida, yo no entendía que ese acto repulsivo llamado "beso" en el que se mezclan fluidos era una muestra de afecto entre los humanos. Todavía, a mis dos años de edad, sigo sin comprender cómo una acción tan profundamente desagradable puede ser tan popular en la cultura humana; el mismo pensamiento de la mezcla de saliva me sigue resultando altamente grotesco.

Z. prometió a B. que siempre me iba a mantener a su lado y que de esa manera se acordaría de B. cuando no estuvieran juntos. La verdad es que me hubiese gustado un poco de consideración por parte tanto de B. como de Z. hacia mi persona. ¿Y si yo no quería estar al lado de Z? ¿y si prefería mantenerme colgado en la estantería cerca de mi dulce Lorena y de sus redondas caderas? ¿Es que nadie tenía en cuenta mi opinión? ¿Es que a nadie le importaba nada de lo que yo tuviera que decir al respecto? El problema, que yo me había negado a ver, era que todavía no había comprendido que nadie tenía en cuenta mi opinión porque nadie se había percatado de mi conciencia. El problema es que soy un ser inmóvil e incapaz de hablar que critica sin juzgar y que siente un repulsivo asco por la manifestación de afecto de los humanos. Y el problema es que no puedo hacer nada por cambiar mi naturaleza.

Pero la tarde transcurrió y, como siempre, nadie me tuvo en cuenta. Cuando al fin llegó la noche, Z. y B. se separaron acabándose de una vez aquel espectáculo repulsivo e irritante que había tenido lugar y al cual me acabaría acostumbrando.

19 de noviembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora