Eme. [PAUSADA]

2; Si me tratas como un perro, me comportaré con un perro.

     Pasadas unas semanas, Eme no volvió a saber nada de Edgar. Ni ella le había buscado y él tampoco le había buscado a ella, por lo tanto lo que tenían estaba más que enterrado. Alguna que otra vez, cuando Eme asistía a clase, se cruzaban por los pasillos del instituto y en cuanto sus miradas se chocaban ella rápidamente apartaba la vista. Esos ojos grises le hablaban y le pedían algo pero no quería saber el qué. Se hacía la loca.

     Eme estaba en el último trimestre del curso, era su primer año en bachillerato pero no le estaba yendo nada bien. Ese año no había empezado con la motivación que se debe empezar un curso para por lo menos poder sacártelo. Tenía síndrome postvacacional, no había asumido que las vacaciones de verano hubiesen terminado y empezó sin ganas, teniendo que afrontar un estrés al readaptarse a las clases, que le conllevó al insomnio. No se podía considerar enfermedad, sino como un proceso de adaptación a la rutina diaria de todos los años después de las vacaciones que, para ella, le estaba resultando realmente difícil.  

     Cuando se despertó, se dio cuenta de que eran las 8.57 y que no le iba a dar tiempo a ir al examen de Lengua Castellana y Literatura que tenía a segunda hora. De todos modos, aún sabiendo que iba a llegar tarde, se levantó rápidamente de su cama y comenzó a prepararse. Al terminar, eran las 9.11 y tras coger sus cosas, salió de casa. Cuando estuvo frente la puerta, eran las 9.24, y la clase empezaba a las 9.20. Llamó dando dos golpecitos, y esperó a que su profesora abriera la puerta para después escuchar la bronca que le iba a caer por haber llegado tarde. Su profesora, Alicia, odiaba que llegasen tarde a su clase y siempre se enfadaba con todo aquel que no llegara a la hora (en realidad se enfadaba siempre por todo).

     Buscó un sitio en la clase mientras sonreía a algunos de sus compañeros que la saludaban. A muy malas, pudo ponerse detrás de uno de sus compañeros. Eran cuarenta en una misma clase y era muy complicado colocarse a la hora de examinarse.

     –Eme, sepárate un poco de Lucía.

     Miró a su profesora, después a su compañera y volvió la vista a la mujer rubia con la que había tenido un par de discusiones durante este curso.

     –Tranquila, profe, no me voy a copiar si es lo que te preocupa.

      –Ya lo sé pero quiero que te separes.

      Eme suspiró y alzó las cejas mientras se alejaba de la chica de pelo rizado. Esperó a que su profesora le entregara el examen y tras poner su nombre en la parte superior de la hoja, colocó el folio en un extremo de la mesa y se cruzó de brazos. Ya había terminado el examen, no había estudiado nada y para poner tonterías prefería dejarlo en blanco. Treinta minutos después, la mujer de estatura baja se acercó a su mesa.

     –¿No vas a escribir nada? –Eme negó. –¿No te sabes nada? –Volvió a negar. –No te creo.

     –No he estudiado nada.

    –¿Y para qué vienes?

    –Quería presentarme al examen –respondió Eme.

    –Puedes irte si quieres –dijo Alicia por último, un poco cabreada, y se dio la vuelta.

     Eme no entendía nada. A esta mujer no había quién le entendiese; si ibas porque ibas, y si no ibas porque no ibas. Todo para ella eran problemas. La chica negra, con un montón de trenzas pequeñas y cortas en la cabeza, comenzó a jugar con sus uñas y sentía una fuerte presión en el pecho, como que se le formaba un nudo en la garganta y las lágrimas peleaban por salir de sus ojos. Tras lo que le había dicho su profesora, comenzó a sentirse como una mierda, que no valía para nada y que no sabía qué cojones estaba haciendo con su vida. Le daba muchísima impotencia sentirse de esa manera y no poder hacer nada para remediarlo porque no tenía ganas ni para eso. En el fondo sabía que podía hacer todo lo que ella quisiese, sabía que podía sacarse el curso incluso con los ojos cerrados pero la depresión que tenía no la dejaba. Capaz que sí que estaba enferma.