01. Iniciación

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Necesitaba dinero, así que comencé a trabajar de diversas maneras. Necesitaba mantener mis estudios y, por supuesto, mi apartamento. Al llegar la temporada vacacional, decidí enfocarme totalmente en mis empleos y ahorrar todo lo posible. Sin embargo, la renta subió de un día para otro, y de repente el dinero ya no me alcanzaba. Y me encontré desesperada. Fue así como llegué a aquella casa.

Era enorme, de dos plantas además de ático, y daba la impresión de tener un centenar de recámaras. Encontré en algunos anuncios que necesitaban personal de limpieza. "No puede ser tan malo", pensé. Llegué allí en mi desgastada bicicleta roja. Vestía pantalones vaqueros, una blusa negra de manga corta con motivos florales y los botines de la suerte que me había regalado mi madre. Mi cabellera castaña, larga hasta pasado los hombros, estaba peinada hacia atrás en una coleta, y una diadema negra terminaba de adornarla.

Me acerqué a la puerta, algo intimidada y muy nerviosa. Toqué con la aldaba un par de veces y esperé. Pasó un minuto completo antes de que alguien abriera.

-¿Sí?

-Hola. Buen día, soy... Soy Yagiko Kuchizumi.

-¿Sí?

-Vengo por lo del anuncio. ¿Lo de la limpieza?

-Oh, cierto. Ayer hablaste por teléfono con mi madre, ¿sí?

La chica que había atendido la puerta tendría unos 23 años, mi edad. Tal vez un par más. Vestía shorts de denim bastante cortos, medias hasta medio muslo, sandalias y un suéter enorme que dejaba a la vista la totalidad de su hombro izquierdo. Esto funcionaba de escote improvisado, dejando ver la parte superior de sus senos, que parecían ser de buen tamaño. No le di mucha importancia, aunque admitiré que la miré tal vez un par de segundos más de lo que debía.

-Así es. La señora Raleigh. - La chica me miró de pies a cabeza y me sonrió.

-Pasa.

El recibidor era enorme, tal como toda habitación de aquella mansión. Apenas entrar percibí un olor extraño, dulce, casi imperceptible. Como si la casa oliera a rosado.

-Tenemos ya un par de maids, ¿sí? - Comenzó la explicación, guiándome a un estudio muy amplio, con dos escritorios y un estante repleto de libros de todas las categorías - Pero una se accidentó (fuera del trabajo, no te asustes) y a la otra se le enfermó un familiar y tuvo que ir a atenderlo. Cosas desafortunadas que pasan ¿sí? Por cierto, me llamo Leslie. - Se detuvo y dio la vuelta repentinamente, extendiéndome una mano alegre que correspondí sin demora. Su tacto me tranquilizó.

Leslie me señaló una silla (bastante cómoda, por cierto) enfrente del escritorio más grande.

-Siéntete en casa ¿sí? Llamaré a mamá. No tardo, ¿sí?

Asentí, viéndola abandonar la estancia. Normalmente, el uso repetido de "¿sí?" me causaría molestia, pero Leslie parecía darle un tono superdulce, y no podía verse menos que linda con tal muletilla. Comencé a tamborilear con mis dedos en mis muslos. Cinco minutos después, una mujer entró a la habitación. Aunque era solo ligeramente más alta que yo, su porte era imponente. Vestía una ajustada falda azul oscuro, típica de oficina, y una blusa blanca de mangas largas. Su cabello era negro con brillos azulados, a diferencia de su hija, quien parecía despedir tonos purpúreos.

-Lamento la espera - Dijo a modo de saludo, extendiéndome su mano. Correspondí - Karin Raleigh. Tú eres Yagiko, ¿cierto? - La mujer, aunque ya tendría más de cuarenta, tenía un muy buen cuerpo. Buscó algo en el cajón del escritorio. Sacó un fajo de hojas, un documento de unas veinte páginas. - Tu contrato.

Ya habíamos hablado por teléfono, así que supuse que no me haría las mismas preguntas sobre mi horario y habilidades. Revisé rápidamente el documento, pues seguía muy nerviosa como para leerlo detenidamente.

La Casa RaleighDonde viven las historias. Descúbrelo ahora