I
Perturbar el alma es fácil, aún mientras vives en la extrema luz del amparo bondadoso de la sociedad. La maldad es, incluso, un ser razonable; sórdido, pero razonable. La maldad no es un mono con falda quien da vueltas al trompo esperando, ingenuamente, que el resultado cambie, que el valor le haga ganar mucho, y el error, perder poco. Eso lo tenía muy claro desde hace tiempo, desde que morí en ese amparo, desde que dejé de servir en la pulcra sociedad de doble moral; ahora lo profeso y escribo la biblia de sus leyes retorcidas; o lo hacía.
Los barrotes de la ventana aún están fríos por los vientos invernales que barren la arena desde el oeste de no sé dónde. Eso es lo que dicen los noticiaros. Aún estoy muy trastornado, los medicamentos no me dejan comprender del todo la algarabía que se forma por la presencia de estos vientos, incluso ni sé si es por los vientos en tanto.
Lo bueno es que es amplia - le dije al señor de batola blanca, refiriéndome a la ventana-, y esos vientos alimentan el pequeño molino de papel que hice en mi ratico de manualidad.
Batía con mi mano una vara de madera con un papel plegado insertado en la punta de esta, que daba vueltas sin parar, mostrando un círculo arco iris. Tal vez esos fueran los únicos colores alegres que vería en el día, pues la naturaleza, grisácea, no ayudaba mucho, y, el cuarto, estaba cubierto por cortinas, sábanas y colchas tejidas de un blanco impecable. Otros dos jóvenes de uniforme azul claro pusieron la maleta de ropa sobre la cama tendida perfectamente. Me pasaron una copa con dos pastillas, una azul, la otra blanca, las tragué y me recosté un poco en la parte inferior izquierda de la cama, ubicada en el centro del cuarto, con dos mesitas al lado, una con una lámpara y una pilita de libros pequeños no muy pesados, la otra solo con un mantel del mismo blanco que las sábanas sobre esta. Las dos de un madera caoba.
Me senté de nuevo, el señor de batola me miró y me asintió con la cabeza, se dirigió a la puerta y la cerró tras él. Miré arriba y a los lados, contemplando las paredes por primera vez, dándome cuenta del color azul que las teñía; una azul casi blanco. Al menos tenía algo alegre en el cuarto, a parte de los poster blanco y negro de lugares muy bonitos, captados por una muy buena cámara, supongo. Me impulsé con los brazos y me puse de pie, un poco mareado de nuevo. Caminé unos tres pasos hasta la ventana, agarré los barrotes gruesos de color plata, helados, que me helaron de igual manera las manos, y arrimé un poco mi cabeza a estos, para contemplar mejor la parte de la plaza debajo del edificio, buscando al menos un ente vivo, pues se encontraba desolada en su totalidad.
Enfrente, había una pancarta de campaña para la última elección del presidente, tratando de remediar la guerra de golpe, optando y apostándole a la democracia. Volteé un poco la cabeza y me fijé en una persona que se encontraba al lado de las palmeras de la plaza, mirando fijamente el hospital. Llevaba un gabán largo color negro, y era de tez blanca, con un cabello completamente castaño y con unas gafas sobre su cabeza, en forma de diadema. La vi caminar, atravesando la plaza, se dirigía con un maletín hacia la puerta. No hubo menor problema en su entrada, desde ahí, su presencia se volvió ajena a mi mirada.
Anochecía y era tiempo ya de acostarse. La hora recaía sobre las ocho de la tarde y vi la necesidad de acostarme sobre la cama, sin desempacar nada, con la ropa que traía puesta desde hacía más o menos doce horas, pues el cansancio era inmenso. Los zapatos dejaron de molestarme, y con el pie retirando la maleta del lugar que me estorbaba, quedé durmiendo hasta el otro día.
Desperté alrededor de las seis treinta de la mañana. Esperé a distinguir mi entorno a causa de la molestia de la luz en mis ojos, me puse de pie y empecé a quitarme la ropa. Cuando faltaba por quitarme el pantalón, el doctor, ahora sí distinguible, que había dejado de ser el señor de batola blanca, llegó a mi cuarto y me advirtió que no lo hiciera, y que en cambio, me colocara la camisa y los zapatos. Necesitaban a todos los internos.
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Distrito X
AdventureEntre murallas hay que desangrar o desaparecer, pues la calma se tornó locura y la letargia dolor. Llegamos por accidente y vivimos en cacería. Somos un circo para los de afuera y una atracción para los Unholld. Se nos quitó la vida y nos dieron...