El aire le pesaba en los hombros y el calor de una fiesta obligatoria lograba sofocarlo un poco más. Su madre lo besó en la frente y sonrío más por costumbre que por un sentimiento de amor. Se sintió fastidiado por el gesto, y creyó , como una idea que le golpeó la cabeza, que ya era hora de que dejara de tratarlo como a un idiota, como a un incapaz. Lo cuidaban suponiendo una fragilidad que él mismo se había construido. O eso creía. Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Pero Luna, en cambio...
A Luna nadie la había hecho, ella se edificaba sola. Era responsable de sus logros y de sus desaciertos. Que eran muchos. Sin embargo nadie había cargado con sus culpas, mientras ella, secretamente, absorbía la culpa de los demás. Solía pensar que si tanto se encargaban de su hermano, en ella nadie debía reparar. Y a Emanuel había que repararlo todo el tiempo. No pudo descubrir qué cosas le pasaban a ella cuando se miraba al espejo. De hecho, casi no lo hacía. Su hermano se corrió de su lado antes de que ella pudiera preguntarle sobre eso. Ella quería escucharlo, y no encontraba manera de hacérselo saber. Lo siguió mientras rondaba en la cocina y miraba mal a su madre.
- Dale, negrito.
- ¿Dale? ¿Dale qué, Luna?
- Hablemos, decime qué te pasa - la voz de ella reflejaba una angustia que parecía carecer de origen. - y no me digas más Luna.
La voz de su madre pidiéndole que dejen de pelear retumbaba en toda la casa.
- Estás paranoica. No me pasa nada, chiquita. - dijo mientras le daba la espalda. Apenas se dio vuelta para sonreírle- Gracias por preocuparte, igual.
Habían comido el cerdo de todos los años, y las doce parecían retrasarse cada vez más. Emanuel no cantó este año y nadie le pidió que lo hiciera. Luna no puso música, estaba entre angustiada y ofuscada por la actitud de su hermano. Había drama en el ambiente, pero se habían perdido la tragedia. Nadie era capaz de entender lo que estaba pasando. Su padre rompió el silencio. Siempre era él el que lo sacaba de situaciones así, pero de un modo algo extraño. O alguien terminaba ofendido o todo estallaba en carcajadas generales.
- Yo no sé qué les pasa, pero esto me hace acordar a ese día en que Ema se enteró que era adoptado. ¿Se acuerdan? No pude abrir los regalos hasta como un mes después. Todo era confusión y llanto. - Sólo el reía.
- ¿Qué estás queriendo decir? ¿También tengo habilidad para arruinar año nuevo?
- Yo no te culpé de nada. Aunque ahora sabemos, todos, que el que tiene algo sos vos. No es que sea raro, es que...
- Callate- pidió Luna.
- No, dejá que hable. Muy poco sé de lo que el piensa de mi. Es bueno siempre saber que piensa de uno quien no lo conoce.
Su padre guardó silencio. El salió de la escena, caminando lentamente y sin rastros de enojo hacia la terraza. Se hicieron las doce con un brindis que no lo tuvo en cuenta.
Rodeado de una alegría ruidosa y de colores, recordó ese día. Su abuela con alzheimer se había despertado jocosa ese día. Solo recordaba vagamente sucesos que habían pasado diez años atrás, pero nunca hablaba de eso. El asado, la torta, los regalos... todo el ritual del día del padre lo animó. Habló de su difunto marido, del día en que su hijo se casó con la "poco agraciada" Mariela, habló. Habló también del "día que lo fueron a buscar a Emanuelcito". Él había preguntado a dónde lo habían ido a buscar, y mientras todo su entorno quería arrancarlo de la verdad su abuela le contó que lo habían ido a buscar a un hospital en dónde lo habían dejado abandonado. "Una nenita" repetía ella. "Una pendeja de 16 años que no pudo abortar". La realidad le cayó encima. Pocas preguntas hizo, menos le contestaron.
Ese día también se había sentido extraño mientras se miraba al espejo. Desde ese día ya no supo quién era.
Y su padre no había podido abrir los regalos.