Theo Raken llego al internado el último día del que parecía haber sido el octubre más largo de mi estadía en Saint-Marie. No había parado de llover en dos semanas y el árbol que solía contemplar cada vez que estaba solo en mi habitación se había caído a causa de la borrasca de la noche anterior. Era un árbol formidable que no perdía su denso follaje durante el invierno y parecía quedar solo, presidiendo la colina a medida que el año avanzaba. Siempre se lo veía hermoso e imponente y yo fantaseaba con subir a lo alto de su copa para ver más allá del bosque que nos separaba del resto del mundo. La madrugada en que cayó a tierra se proclamaba un chubasco aun peor que el de días anteriores; la lluvia azotaba las piedras con tanta inclemencia que temí que se rompiera el ventanal. Como no albergaba la esperanza de tener un poco más de claridad a causa del mal tiempo, volví a encender la lámpara de aceite que había dejado al pie del tocador. Era mi cumpleaños y tenía un mal presentimiento.
Por más que pensé que tal vez el agua y el jabón perfumado se llevarían los rezagos de una noche llena de sueños intranquilos, no podía desprenderme de la sensación de que algo andaba mal. Me había levantado una hora antes del llamado y faltaba todavía bastante para que saliera el sol. En vista del desasosiego que sentía, empecé a pasearme por la estancia, persiguiendo mi propia sombra. No sé qué me hizo asomarme a la ventana. Tal vez escuche con el alma el llamado de auxilio del árbol a través del fragor que la ventisca provocaba. Los techos de la edificación retumbaban bajo el granizo, y el eco de los truenos recorría los pasillos adyacentes a mi habitación. Hice la pesada cortina a un lado y quede poco menos que estupefacto frente al espectáculo que ofrecía semejante tormenta: el negro del cielo era surcado a intervalos cada vez más cortos por un rayo incandescente y la vegetación había quedado sumida en la danza desenfrenada de las corrientes del norte. Las montañas se recortaban contra el horizonte con la intermitente claridad de las centellas. Agua y más agua caía, y lo hacía descargando todas las emociones acumuladas de los amotinados nubarrones.
Aun no sé cuánto tiempo estuve allí de pie, tal vez siendo el único espectador de aquella sinfonía de ira celestial, pero podría haber transcurrido una hora o un minuto. Cuanto más furiosa rugía la naturaleza, logrando demostrarme cuan inconsciente era de mi existencia en comparación con su poderío, todo ceso. El agua, el viento y los truenos quedaron suspendidos y reino el silencio. No se oía el crujir de una hoja ni el tintineo de una gotera solitaria. Una niebla espesa comenzó a deslizarse serpentinamente desde el espacio que se dibujaba entre la dos cumbres más empinadas que había frente a mi ventana y escuche la insinuación de un galopar a la distancia. La cascada de niebla alcanzo mi árbol en un abrir y cerrar de ojos, cerniéndose a su alrededor con la forma de una mano blanquecina de dedos largos y huesudos. En el momento en que los dedos de bruma se cerraron sobre el árbol, la tempestad se reanudo y no pude ver nada durante algunos minutos.
Ya se anunciaba el Alba. Las imágenes que la precedieron estarán grabadas en mi memoria para siempre: Un relámpago ilumino la colina donde había visto el árbol quedar envuelto en un blanco sudario. La tierra había sido levantada y mi magnifico amigo había sido despojado de su trono. Como una pieza de ajedrez, yacía tirado en el fango con las enormes raíces expuestas, sin la dignidad que su muerte le merecía. Quise gritar pero me falto la voz. Me lleve los dedos a la garganta y tuve la escalofriante impresión de que una maldición se anunciaba. El agua teñida de tierra rojiza rodó colina abajo hasta los escalones empedrados, pareciendo mancharlos con la sangre del rey del bosque. Había amanecido, pero la claridad del sol no podría haber disipado la oscuridad que había caído sobre nuestras vidas. Note que la llama de mi lamparita se había extinguido.
Fue entonces cuando vi el carruaje. Lo tiraban cuatro briosos sementales de largas crines lisas, y se diferenciaba de los coches que solían llegar hasta Saint-Marie por ser más estilizado y elegante. La madera estaba pintada de un negro brillante y tenía hermosos grabados de plata sobre las puertas. Las cortinas eran de color rojo borgoña y, a juzgar por la lujosa apariencia de la calesa, adivine que debían estar hechas del más fino terciopelo. El cochero iba vestido de forma impecable perno no pude observar su rostro; el sombrero de ala ancha que llevaba no me lo permitió.
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Vampyr~ ||Sterek||
FanficDisclaimer: los personajes no me pertenecen sino al productor Jeff Davis y La historia es una adaptación del libro Vampyr de Carolina Andrujar. Todo empezó el día de mi cumpleaños numero, había sido sólo un mal presagio que se convertía en realidad...