Capítulo 1

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Era época de exámenes, estábamos en las pruebas finales, a principios de verano y apenas quedaban dos semanas para la entrega de notas y acabar el curso.

Sonó el despertador a las siete en punto e hizo que me despertase con un sobresalto debido al volumen de la música de mi móvil. Procedí a sentarme sobre la cama y, como siempre, me quedé mirando a la nada, sin pensar en nada y sin hacer nada. Fue entonces cuando mi madre abrió la puerta de la habitación. Yo me tapé con la almohada, ya que esa noche dormí sin pantalones, por el calor.

-Neik, vístete, ya he preparado el desayuno.- dijo ella volviendo a cerrar la puerta de mi hábitat.

Me dirigí al baño, no antes sin vestirme, para asearme y peinarme aquellos pelos de loco que llevaba esa mañana. Me percaté de que mis ojos estaban más azules que de costumbre, mucho más claros. Bajé las escaleras, tambaleándome, aún medio dormido. Entré en la cocina, allí se encontraba mi madre preparándose para ir a su trabajo. Ella trabajaba en una empresa muy conocida en todo Japón, aunque la destinaron a la sede, en el centro de Tokyo, que quedaba a media hora de Hokkaido.

-Hijo, hoy comerás y cenarás solo, si no viene tu hermano antes, claro. Tu padre tiene una reunión importante con su jefe, tu hermano se quedará en casa de su amigo para estudiar.- me informó.

-¿Y tú?

-Me ha llamado Aki, mi compañera, diciendo que tenemos trabajo acumulado y podríamos adelantarlo esta misma noche.

-Joder...- me quejé, empezando a comer una de las tostadas.

-Oye, ese lenguaje. Siempre estás reprochando que con tus dieciséis años ya eres lo bastante mayor como para salir hasta tarde. No va a pasar nada si te quedas aquí un día solo. Ya es tarde, luego nos vemos. Te quiero.- me dio un beso en la cabeza y se marchó.

El reloj marcaba las siete y media, todavía quedaba una hora para entrar a clase, pero como no sabía qué hacer y el aburrimiento me consumía por dentro, decidí salir a dar un pequeño paseo antes de ir al instituto. Pasé las calles de Hokkaido mirando como los dependientes abrían las persianas y verjas de sus oficios. Llegué a un pequeño callejón. Al final de este se podía ver un parque con muchos pinos y me adentré por él. No era grande, pero tampoco pequeño. Jamás había visto tanta naturaleza junta. Con un riachuelo en donde nadaban unos cuantos patos, las ardillas se deslizaban de árbol en árbol y, entre estos, se veían pájaros volar por el ancho cielo. Ahí, en medio, había un puente, sobre el riachuelo antes nombrado, hecho de madera y piedras. La verdad, parecía todo sacado de una película de fantasía.

Caminé por el puente, mirando a los pequeños peces que circulaban por debajo. Escuché un ruido en los arbustos de mi izquierda, pero no le di importancia. Debía reconocer que me asusté un poco por la soledad que cumbia en aquel instante. De mi mochila saqué una pequeña libreta de hojas blancas, un lápiz y una goma de borrar. Dibujé aquel maravilloso paisaje. Pasé allí unos minutos más, o, al menos, a mí me parecieron unos minutos. Saqué mi móvil del bolsillo para ver la hora y grité para mis adentros:

-¡Mierda!

Llegaba tarde, solo quedaban diez minutos para que el timbre del centro avisara de que todos tendrían que entrar en las aulas. No me daría tiempo; dos minutos para salir del parque y llegar al final del callejón, cuatro minutos y medio para pasar, corriendo, la principal, dos para llegar a la calle donde se encontraba mi instituto y uno y medio para entrar. Mi cuerpo no daba más de sí, me había acostumbrado a pasar el día en casa y solo hacer ejercicio cuando en gimnasia lo pedían. Subí las escaleras hasta llegar a la tercera planta, giré la esquina para adentrarme así en el pasillo del pabellón derecho, creo que incluso derrapé un poco. Giré el pomo de la puerta del aula.

-Buenos días... ¿Puedo pasar?- dije mientras todos me miraban,algunos riéndose.

-Señor Koruda, otra vez tarde. Es la última vez. Le tendré que amonestar, ya han sido tres días seguidos e interrumpe mi clase y luego no hace nada de provecho. Después de la jornada de hoy, le espero a la salida en la sala del profesorado.

Arqueé mis cejas y me senté mientras me hablaba y regañaba, y los demás miraban el desastre que acababa de ocurrir, con desdén e ignorancia. Me senté en una de las mesas del final, al lado de una ventana. Las otras horas, en las siguientes asignaturas, tampoco fueron del todo agradables.

A las dos y media del medio día, cuando, por fin, finalizaron las clases, fui al pasillo donde se encontraban los departamentos. Toqué con el puño la puerta de la sala de profesores.

-Perdón, disculpe. ¿El profesor Mashiro de literatura?

Allí, sentado en un sillón, había un hombre, un hombre que nunca antes vi, con unos exámenes sostenidos por sus manos. Vestido de manera formal. Era rubio, muy blanco de piel y de ojos verdes, muy claros. Su altura me sorprendió, debía medir al rededor del metro noventa, y con los bajito que era, él parecía un enorme gigante a mi lado.

-Se ha tenido que ir, hace un momento, le han hecho una llamada y parecía importante. ¿Tenías que hablar con él?

-Pues, sí. Me dijo que me quedase para hablar, hoy he llegado tarde y ha debido ponerme una amonestación.

-Caray, -rió- te has salvado, chico. Por cierto, estoy ejerciendo en una vacante como profesor de prácticas en dibujo artístico. Mi nombre es Kayto Noreda, encantado.- estiró su mano, abierta, y estrechó la mía. 

Por poco se entrelazaron. Por muy poco.

Camino sin destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora