La tormenta sólo emperoraba, los rayos caían sin piedad alguna, el viento parecía estar en contra de aquel hombre que se encontraba en el solitario velero, en medio de oscuridad líquida.
La brújula no le daba respuestas, las estrellas no se veían, el cielo estaba oscuro.
Perdió toda esperanza, aunque muy en en fondo de su ser sabía que ya la había perdido mucho antes.
La situación era critica; pero a él no le hacía efecto. Y estaba ahí sentado al pie del mástil, en el desorden de café derramado y maderas putrefactas. Aún respirando la esencia marina.
Las respuestas no tenían lógica, la brújula estaba rota, aunque, tal vez esta estaba bien pero el hombre buscaba errores en ella. O simplemente estaba cansado de hacer lo que se suponía que estaba correcto.
Estaba cansado de la lógica, aquella lógica que le susurraba materialismo, aquella lógica que lo mandaba a trabajar y encontrar una esposa, aquella lógica que lo mandaba a construir una hermosa casa y tener hijos, aquella lógica que sólo buscaba supervivencia, aquella lógica materialista.
Pero, la marea le hizo darse cuenta de su miseria.
Todos en este mundo tenemos algo, tenemos sueños, que pueden ir desde ser millonario, hasta ser alguien que sobreviva en base a lo que gane.
Pero... Ese es el punto. Que todos tenemos sueños.
Pero aquel hombre... Ya no tenía en que soñar, se le habían acabado las metas, se le habían acabado los sueños.
Se había perdido en un mar de posibilidades, se había perdido en un mar de alternarivas.
Y ya no sabía cual elegir. Entre posibilidades había perdido su norte.
Estaba perdido.
Y seguía perdido en aquel instante.
La marea subía y el viento se tornaba cada vez más agresivo. Desgarraba más la mísera vela de la embarcación. Las olas golpeaban con más fuerza los maderos del velero, abriendo así su paso al agua.
Iba a morir, lo sabía, pero no le daba miedo.
Hasta que... En medio de toda aquella tormenta, logró divisar una diminuta luz en el oscuro cielo, un punto, que le parecía un diamante.
Y por una vez, sintió esperanza. La esperanza que había perdido.
Y siguió a la pequeña luz, esperando encontrar algo a que aferrarse, buscando soñar.
Navegó por días, y la tormenta se hacía más pequeña con cada noche, y seguía navegando. Hasta que llegó a un punto en aquellas aguas, donde la el mar era tranquilo y el aire era cruzado por pacíficas brisas.
Aspiró el aire y ya no sintió el olor que tanto lo atormentaba. Era un olor dulce, un olor fresco.
Alzó su vista al cielo y vio al diamante que seguía ahí, y por un momento; se sintió agradecido.
Pero no duró mucho.
La culpa seguía encima de él, y el velero seguía oliendo a mar, el café seguía derramado en el suelo y las risas seguían retumbando en sus oídos.
Nada había cambiado, lo que había vivido simplemente había sido; un dulce momento.
Pero nunca saldría de lo que realmente era, por mucho que aquel diamante que tanto veneraba y admiraba.
Por mucho que ese astro haya sido su salvación, no cambiaba nada. Sus tormentos continuarían.
Se sentía culpable, porque el astro no había podido sacarlo de su culpa en la cual el mismo se había sumido.
Vio por última vez el astro e inspiró el salado aire al cual se había acostumbrado.
Cerró los ojos, y se fue de aquel mundo con un sabor agridulce en el alma.
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Tormenta
Short StoryCuando todo está perdido... A veces la solución es siniestra. A veces el hecho de que haya esperanza es una maldición. A veces el hecho de no saber a donde ir causa una alucinación. A veces incluso la salvación; conduce a la perdición.