Los truenos caían, el viento soplaba; arrasando consigo toda esperanza. Las olas se estrellaban contra aquel velero que se deslizaba sobre los abismos oscuros, y el viento rasgaba la única vela de la embarcación.
El hombre del velero sólo estaba ahí; sentado al pie del astillado mástil. No entró en pánico, no lo invadió el terror, el miedo no se adueñó de su cuerpo y sus músculos no de tensaron.
Ya había visto muchas tormentas, pero ninguna se asemejaba a aquella.
Ya había visto muchas vidas cegadas, tantas que ni el grito más horrorizado le daba escalofríos.
Ya había visto tantos barcos hundirse, que ni si quiera le inundaba el terror de perder sus mercancías.
Terminó siendo el observador de su propia vida, ya que se había cansado de ser el protagonista. Sabía que era un cobarde, no podía enfrentar su propia Vida, ni siquiera podía soportarla.
Y terminó sobreviviendo.
Y es que siendo el protagonista de su vida había hecho tantas heridas, que se lastimaba a sí mismo recordándolas.
Había hecho correr tanta sangre.
Había cegado tantas vidas.
Había hecho brillar tantas lágrimas.
Ya no valía nada; y lo sabía. Pasó de ser un comerciante rico y humilde, a un marinero que respiraba soledad y angustia en las maderas del velero.
El café le sabía a culpa.
Las risas le sonaban a burla.
El mar le olía a soledad.
Y se había acostumbrado a la soledad.
Extrañaba el levantarse en una cama cálida, con colchones suaves
Extrañaba llenar su vacío estómago con manjares.
Extrañaba el ir a las misas sin sentirse culpable.
Y ahora estaba ahí.
Con los bolsillos agujereados, con las manos ensangrentadas, el estómago vacío; intentando engañarse con hojas de menta.
Vió a su lado la taza agrietada con café. Y la tiró.
Recordó los velorios, las tapas de los ataúdes abiertos, con la gente reunida en pequeños grupos. Y lloraban, mientras inundaban sus penas en café.
El también lo hacía, hasta que se percató de que la persona la cual reposaba en el frío ataúd había sido su víctima.
Y el café dejó de consolarlo.
Recordaba las risas de sus acompañantes, provocadas por una broma o una buena partida de póker.
Hasta que se percató que esas risas eran reacción ante su desesperación.
Le encantaba la compañía de sus amigos.
Hasta que se percató que ninguno lo entendía como el quisiera.
Se sentía perdido, tal y como lo estaba ahora.
Miró en el rincón del velero, y divisó la vieja brújula loca deslizarse sobre los maderos.
Tenía el vidrio roto y las agujas dobladas. El metal desfigurado y oxidado de aquel objeto que le mostraba direcciones incorrectas, direcciones no deseadas.
Y el lugar donde pensó que estaban todas las respuestas; estaba vacío.
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Tormenta
Kort verhaalCuando todo está perdido... A veces la solución es siniestra. A veces el hecho de que haya esperanza es una maldición. A veces el hecho de no saber a donde ir causa una alucinación. A veces incluso la salvación; conduce a la perdición.