La piedra más cálida

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El tacto es un sentido maravilloso: permite que conozcamos todo aquello que nos rodea desde una nueva perspectiva, una nueva dimensión de sensaciones y texturas que a veces dicen más que las propias palabras o que las imágenes tan nítidas que nuestros ojos nos brindan. El tacto nos permite, además, dar y recibir calor y cariño: nos permite acariciar y sentir unas mejillas sonrojadas y palpitantes de primer amor bajo nuestros dedos sensibles. El tacto es el sentido que más de cerca nos habla, es casi como si nos susurrase, como si no quisiese que los demás supiesen lo que tú y solo tú has tocado y has notado bajo tus dedos. El tacto nos cuenta secretos al oído.

El tacto es un sentido maravilloso del que Bruno no gozaba, pues había nacido con una anomalía, un error de la naturaleza que demostraba que no solo no somos perfectos sino que la Madre tierra puede bendecirnos con el peor de las enfermedades sin nosotros si quiera haber hecho nada para merecerlo: Bruno había sido traído a este mundo con unas manos que no solo lucían un aspecto rocoso y verrugoso que lo aislaba de la gente normal, sino que, peor aún, tenían la capacidad de convertir en piedra todo aquello que tocasen o rozasen mínimamente.

Es por esto que para Bruno, el tacto no solo era algo desconocido para él sino que, además, lejos de ser un sentido maravilloso, pesaba sobre él como una maldición.

Esta es la historia que Bruno le había contado a Luna mientras ésta observaba como la mano sin protección del susodicho se acercaba lenta y amanezantamente a su propio cuello, con ademán de petrificarse a sí mismo.

Luna había conocido a Bruno en un campamento de verano hacía un año y medio aproximadamente y, lo cierto es que desde un primer momento se sintió identificada con la persona desdichada y triste que era Bruno: Luna había pasado todos y cada uno de sus años de vida bajo la constante broma de que "tenía un tumor en la frente", cuando, obviamente, no se trataba de un tumor, ni mucho menos, sino de una mancha de nacimiento que le ocupaba la mitad izquierda de la cara casi totalmente. Salta a la vista que no fue una vida fácil la que llevó y, si bien Luna nunca estuvo tan sola como lo había estado Bruno, llegó un punto donde la presión social hizo que incluso sus propias amigas comenzasen a bromear a su costa para integrarse en los grupos mas "populares" del colegio. Recordaba asiduamente que cuando decidió dejar de ver a sus falsas amigas, María, la más cercana a ella, le había dicho:

- O nos adaptamos o nos perdemos entre los pringados. Y los pringados no llegan a ninguna parte.

Con todo este pasado tras de sí, había decidido apuntarse al campamento de verano con el fin de alejarse de su ciudad y probar suerte con gente nueva y desconocida. Acabó conociendo solo a Bruno, aunque para ella fue suficiente y no se le ocurriría jamás decir que no mereció la pena asistir a aquel campamento incluso sabiendo que el resto de personas nuevas y desconocidas sí se metían con ella (la apodaron "El lado oscuro de la Luna).

En este año y medio que había pasado, Bruno le había enseñado a valorar mucho todo lo que ella tenía y que otra gente (como él) no podían disfrutar; casi siempre eran cosas relacionadas con el tacto: La hierba, el hielo, un mechón de pelo de la chica de la que estás enamorado...

Fue así como le dijo por primera vez que le gustaba. Fue una declaración a secas, no hubieron besos ni caricias pues Bruno estaba maldito y no podía dar calor a otros.

Bruno le había enseñado muchísimas cosas y, por fin, después de 17 años, había comenzado a vivir y a sentir que valía la pena habitar este mundo que tantas veces había hecho que se plantease acabar con su propia existencia. Planteamiento que, ahora, justo delante de ella, Bruno estaba sopesando sentado en el banco donde por primera vez hablaron hacía un año y medio.

Si Bruno rozaba con sus dedos su cuello, se petrificaría instantáneamente y dejaría este mundo sin antes dejarnos para el recuerdo una estatuilla que nos refrescase la memoria acerca de lo desdichado que fue en vida. Porque, al final, con todo lo que ellos habían vivido juntos y lo que Luna pensaba que les quedaba por vivir, la vida de Bruno era un infierno en el que todo lo que él amaba iba a acabar convertido en piedra y con el tiempo, en cenizas. Para ella, él era suficiente, pero para él no solo bastaba con su amor y con su cariño: Necesitaba poder tocarla, acariciarla y besarla y poder darle la mano y sentir el contacto físico mientras caminan juntos hacia el altar... Pero Luna tenía claro que Bruno sabía que a la larga, de algún modo, él la dañaría seriamente y no habría tacto, ni caricias, ni besos ni altar: solo frío dolor.

No habían sido concebidos para vivir en este mundo, al menos no separados. "Quizá en el siguiente sí tengamos otra oportunidad", se dijo Luna a sí misma, "Tú y yo nunca hemos encajado aquí".

Luna se adelantó al propósito de Bruno y, milésimas antes de que él tocase su cuello, con los ojos cerrados ya, ella besó sus labios y le tomó la mano libre.

Bruno sintió.

En el banco, aun ahora, años después, siguen estando allí, petrificados en su primer y último beso. Simple y llanamente, la roca más cálida. 

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