Historias felices en lugares tristes.

Tranquilo, corazón.

Apenas son las 11:00 am; los pies se arrastran lentos en un vaivén repetido de saludos que me sé de memoria y que respondo sin inmutarme.
Siento en el aire su fragancia y me emociono. Ha llegado temprano a su turno, como siempre; es una mujer precavida que gusta de revisar lo que otros dejan pendiente para hacer mejor su trabajo.
Se pasea entre los pabellones con su sonrisa fácil y encantadora, a su alrededor parece que la luz del sol brilla más que de costumbre.
Llega hasta donde estoy y me saluda con un beso, como se ha hecho costumbre desde hace siete meses. Siete meses en los que he pensado que de no ser por mi edad, cortejarla sería un poco más sencillo; de no ser por la edad, por mi ropa anticuada, por mi olor a muerte... quizá esto es lo peor.

- ¿Está listo para la cirugía del corazón?
- Claro, preciosa. Yo siempre estoy listo.

Y es que, ¿qué más da si el corazón funciona después para hacerme vivir años de soledad? A mi ya no me importa la operación, porque el corazón me lo ha arreglado ella cada que sonríe y en su beso me hace vivir.