-Por favor -musitó para sí mismo, pasándose la mano por el cuello mientras se dirigía al salón.
Otra sorpresa.
No sabía por qué, pero no había imaginado que Helena pudiera vivir en una casa tan elegante.
Había dos sofás blancos uno frente al otro y, en medio, una mesa de madera de roble llena de revistas. Un par de sillones, mesitas de lectura y elegantes lámparas decoraban la bien iluminada habitación. Las ventanas llegaban hasta el techo y desde ellas podía verse el mar a lo lejos. Una de las paredes estaba cubierta de estanterías con libros y en la otra había una elegante chimenea.
El suelo de madera pulida reflejaba la luz del sol.
Una sorpresa tras otra, pensaba. Cuando había aceptado llevar a Helena a Oregón, había esperado encontrarla en un pequeño apartamento apartado del mundo. Pero había sido una estupidez pensar que Helena no habría cambiado en diez años.
Dante no podía dejar de preguntarse si su personalidad habría cambiado tanto como su aspecto exterior.
Helena subió a la carrera, se golpeó el muslo con la esquina de la cómoda y, mordiéndose los labios, entró en el cuarto de baño murmurando una maldición. Otro cardenal, pensaba. Se había hecho tantos que cualquiera podría pensar que era una mujer maltratada.
Pero no era torpe. Simplemente, hacía las cosas muy deprisa. Siempre estaba pensando en lo próximo que debía hacer.
En aquel momento, estaba pensando en los tres días que tendría que pasar en el coche, y en algún motel, con Dante Camacho
Apoyando las manos en el lavabo, se inclinó hacia adelante y respiró con fuerza.
-¿Por qué tiene que seguir siendo tan guapo?-murmuró para sí misma-. ¿Por qué no le ha salido una joroba o se le han estropeado los dientes?
Sentía mariposas en el estómago. Una sola mirada y su corazón se había acelerado de tal forma que no le habría sorprendido verlo salir volando de su pecho.
No quería ni imaginarse qué habría pasado si él se hubiera presentado con el uniforme de marine.
¿Qué tenía Dante Camacho que la afectaba tanto?, se preguntaba. Incluso de niña, Helena sonaba con que rompía con su hermana Alicia para salir con ella. Se acostaba cada noche besando la almohada como si fuera él. Había llenado docenas de diarios detallando cada palabra que él le decía, lo cual no era nada difícil porque la mayoría de sus conversaciones se limitaban a un «Hola, Dante ». A lo que él contestaba con un escueto «Hola, ¿dónde está tu hermana?».
No mucho, desde luego, pero lo suficiente como para calentar el corazón de una quinceañera torpe y feúcha como ella.
Y diez años más tarde, él le había dicho un piropo. Obviamente, el dinero que se había gastado en un cambio de imagen había valido la pena.
Helena levantó la cara y se miró en el espejo.
-Desde luego, eres una belleza -se dijo a sí misma.
Abriendo mucho el ojo izquierdo, empezó a masajear el párpado hasta que por fin consiguió colocar la lentilla en su sitio.
Mientras estudiaba su reflejo, Helena se preguntaba si todo aquello merecería la pena. No sólo las lentillas. Estaba empezando a dudar de si el Plan valía la pena.
Su Plan. Una mentira.
Helena apagó la luz del cuarto de baño y volvió a su habitación. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas azules y se reflejaba sobre el edredón de rayas de su cama. Como las barras de una prisión, excepto que las suyas eran horizontales en lugar de verticales y, seguramente, en las prisiones no habría almohadas de plumas. Además, no se iba a la cárcel por mentir, pensaba.
Pero su conciencia culpable la molestaba de nuevo.
-Perfecto -murmuró, dirigiéndose hacia la cama para tomar las maletas-. Menos mal que no te has convertido en criminal. O en espía. No tienes estómago para eso.
¿A quién estaba intentando engañar?, se preguntaba. No era la idea de mentir en una reunión escolar lo que hacía que tuviera un nudo en el estómago. Era volver a ver a Dante . Era volver a recordar los sentimientos que él había despertado. Era darse cuenta de que algunas cosas, pasara el tiempo que pasara, no habían cambiado.
Con el porta-trajes colgado de un hombro, la pesada maleta en una mano y el neceser en la otra, Helena se dirigía hacia la escalera a trompicones.
Como alguien a quien han enviado a galeras.
- Helena , por favor, cálmate -murmuró para sí misma. Si iba a pasarse las próximas dos semanas sudando por cada pequeña mentira, perdón, «exageración», moriría de angustia. Y tenía que aprender a controlar el ataque de nervios que sentía cada vez que estaba a un metro de distancia de Dante Camacho. Sólo le estaba haciendo un favor por su hermana. Sólo estaba siendo amable.
No era su cita. Ni su amante. Aquel pensamiento envió un escalofrío por su espina dorsal. Lenta, deliberadamente, Helena tomó aire, esperando estabilizar su debilitado sistema nervioso. Cuando le pareció que había recuperado el control, levantó la barbilla-. Puedes hacerlo, Helena Sólo serán unos días a solas con él y después no volverás a verlo. No va a ser tan difícil.
Algo le decía que aquella frase aparecería en su diario como las famosas «últimas palabras».
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Novio De Mentiras
RomanceCuando Helena Roman decidió aparecer como una mujer de éxito en la reunión de antiguos alumnos de su instituto, pensó que lo único que necesitaba era una nueva imagen, un anillo en el dedo y un novio...convenientemente ausente. Sencillo, ¿verdad? Pu...