Capitulo 2: La Situación

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  *****Actualidad*****





Isaac terminó de cortar y cargó las pesadas leñas hacia el interior de la casa. A su padrastro se le había ocurrido que la chimenea tenía que estar prendida durante todo el día pese a que el invierno ya había terminado. ¿Es que acaso no había lo dañino que era mantener el ambiente tan caliente en primavera? ¿Acaso no le importaba su propia salud? ¿Acaso no sabía lo difícil que era cortar la leña y estarla reemplazando cada 2 horas? Ceñudo lanzó un suspiro y sujetó mejor las maderas. El joven ya había aprendido a no discutir ni preguntar las órdenes del señor de la casa, y solo se remitía a hacer su trabajo, como un empleado más.

Con 20 años, Isaac era todo un hombre, con un cuerpo perfecto y músculos fortalecidos por las inagotables horas de trabajar los jardines, cargar los pesados alimentos para los animales y correr hasta el pueblo todos los días. Alejandro le había dicho que no debía gastar al caballo, así que ahora tenía que ir a pie los 10 kilómetros hasta las tiendas. Hacía varios años que mantenía su cabello rubio bastante corto casi al ras para no sudar tanto en las largas caminatas, ocultando los rulos de antaño, además, su más de 1.80 mt de altura no solo le daba presencia en cualquier lugar sino que le permitía ir más rápido, o por lo menos le gustaba creer eso.

Él reparaba todo lo que se malograba en casa, incluido el techo y los sótanos, así como también era el administrador los gastos diarios y las finanzas. De algo le había servido llevar las clases con el bibliotecario y otros estudiosos. Alejandro no le había permitido asistir a las clases que Leandro y Aldair tenían en casa con profesores particulares, así que había tenido que ingeniárselas y al final el amable bibliotecario había accedido a enseñarle de todo. Y por decir todo significaba todo, artes, música, etiqueta social, ciencias, y muchas cosas que ni su padrastro sabría, porque al ver que el bibliotecario se hacía un tiempo para enseñarle, los otros estudiosos también se habían querido sumar a la misión y no habían dudado en compartir con él todos sus conocimientos. Incluso todavía seguía yendo a leer y a compartir con aquellos hombres tan sabios. Pero eso era un secreto.

Físicamente era fuerte, bronceado y muy apuesto. No había joven, o jovencita, que no volteara a verlo cuando iba por suministros al pueblo. Muchos fantaseaban con él, pero Isaac nunca miraba a nadie. Era educado, muy correcto, pero no entablaba amistad con nadie. Era sabido que muchos se le habían declarado, pero el muchacho de ojos miel, muy amablemente, los había rechazado, diciendo que no estaba interesado.

Para Isaac, que era consciente en todo lo que la gente hablaba de él, era muy simple. Él no podía estar con nadie por más que quisiera. En primer lugar, era pobre. Alejandro le había dejado muy en claro que su papá le había dado toda la herencia a su esposo y él no era dueño de nada, si siquiera la gallina más enferma era suya ¿Qué le podría ofrecer a su pareja? ¿Qué podría darle además que saber cómo reparar establos o hacer buenas fogatas? Esos chicos que se enamoraban de él ¿se conformaría con tan poco? Eso lo entristecía, pero sabía que su papá había sido engañado, así que lo perdonaba ¿Cómo podía culpar a tan buen hombre, que solo había pecado de amor?
Por otro lado, estaba Aldair. Él adolescente de 14 años era muy finito y algo torpe, por lo que su padre lo había tratado mal desde que se dio cuenta que el carácter dócil del menor no le iba a traer ganancias. Según Alejandro el niño era muy "bueno". Constantemente los otros jóvenes se burlaban de él por su aspecto delicado y sus rasgos femeninos, incluso lo llamaban "la niña". Aldair sufría mucho y su único consuelo era su hermano mayor. Isaac tenía que estar pendiente de su hermanito, y tener pareja supondría tener que dejarlo algo de lado, lo cual no se podía permitir, al menos hasta que su pequeño hermanito consiguiera pareja. Frunció el ceño. Imaginar a alguien tocando a su inocente hermanito le hirvió la sangre, mejor no pensar en eso.

Descargó las leñas y las colocó al lado de la chimenea. Estar en los salones de la casa solía traerle recuerdos tristes, pero hacía mucho tiempo había aprendido a cerrar su corazón a tales sentimientos de nostalgia. De nada valía sufrir y lamentarse. Esa era la vida que le había tocado y debía aguantarla.

Aprovechó que Alejandro y su hijo mayor habían salido para dejar las leñas en las habitaciones de estos. Todos los días esperaba a no tener que encontrárselos en el camino y verlos lo menos posible. Eran tan desagradables. Alejandro, aunque sea, pese a tratarlo peor que un trapo lo ignoraba la mayor parte del tiempo. El peor era, sin embargo, Leandro, su hermanastro. Al chico, de 22 años, no le había asentado bien la adolescencia y todavía llevaba el rostro con marcas del acné. Todos sabían lo desagradable que era, pero había armado una mafia entre los pandilleros del pueblo y nadie se atrevía a decirle nada. Lo que más le enfurecía era que le pedía cosas estúpidas solo para molestarlo y si estaba de muy malas, le pedía que le hiciera....aggghh! odiaba pensar en eso.

Tiró las leñas con fuerza y se disponía a salir cuando una sombra le tapó el camino.

- Miren nada más, si es el ceniciento en persona – le dijo Leandro burlonamente con una mueca que hacía que su rostro fuera más horrible.
- Con permiso – le dijo haciéndose a un lado, pero un brazo le cerró el paso.
- ¿Por qué tanto apuro hermanito? ¿Acaso me tienes miedo? – le dijo acercando su rostro. Isaac miró a otro lado evitándolo.
- Tengo mucho trabajo – le respondió tratando de soltarse. Podía muy fácil vencerlo, pero si lo hacía sabía muy bien que las repercusiones irían a parar donde Aldair.
- ¿Y? Acá hay otro trabajo para ti – le dijo señalando hacia abajo entre sus piernas – arrodíllate ahora – le ordenó.
- No voy a hacerlo – no pudo evitar responderle. Le daba tanto asco.
- Bien, si no lo haces tú entonces Aldair lo podrá hacer – sonrió al ver la mueca en el rostro de Isaac. Sabía muy bien de donde cojeaba el rubio.
- No te atreverías... - le dijo entre dientes.
- Eso no lo sabes...¿Quieres apostar? – le dijo con una sonrisa de superioridad.
- Te odio – le dijo arrodillándose.
- Hazlo bien Ceniciento, sino tendré que buscar a alguien más – le dijo, quitándose los pantalones y dejando su miembro al aire. No había nada mejor que tener al idiota de su hermanastro entre sus piernas. Le excitaba tanto tener subyugado al apuesto muchacho que solo con pensarlo tenía erecciones. Por más prostitutas y prostitutos que pasaban por su cama, nadie la chupaba mejor que el rubito. – y apúrate que solo vine a recoger mi capa, mi padre me espera en el teatro.

Isaac no respondió. Observó el miembro frente a él y cerró los ojos pensando en su hermanito. "Todo por protegerte Aldair" se dijo. Sabía que Leandro era muy capaz de abusar de su propio hermano. Aun recordaba cuando tenía 13 años y el mayor lo había golpeado hasta dejarlo casi inconsciente y, aprovechándose, lo había obligado a masturbarlo. Casi había vomitado por el acto al sentir el chorro caliente sobre su rostro pero felizmente el chico se había corrió rápido y lo dejó ir. Tenía miedo y no entendía porqué Leandro lo había obligado a hacer eso, pero ¿a quién iría a quejarse? ¿A su padrastro? No, probablemente este felicitaría a su hijo ¿A la policía? Sí, de hecho le iban a creer, con las pintas que tenía parecía un vagabundo. Estaba completamente solo.

La siguiente vez que lo trató de obligar a tocarlo Isaac lo había amenazado pero entonces Leandro le había gritado que si no lo hacía él buscaría a Aldair. Tal había sido su cara de susto que el mayor sonrió al tener el arma para amenazar todo lo que quiera a Isaac. Desde ese momento lo había obligado a tocarlo y hacía un par de años lo obligaba a hacerle mamadas. Eso era lo más desagradable para el rubio. Lo odiaba tanto.

Leandro golpeó su pene sobre su rostro y conteniendo las arcadas se lo metió a la boca. No era un pene para nada bonito, era chueco y desagradablemente venoso, de un color oscuro casi verdoso y pequeño. Incluso en su punto máximo lo podía abarcar con facilidad. No era que hubiese visto muchos miembros, aunque había tenido unas cuantas aventuras en el pueblo, pero no dudaba en que ese era el pene más horrible de todo el mundo. Y que el dueño sea ese estúpido de Leandro lo hacía más horrible.

Lo succionó con fuerza y lo lamió con ganas tratando de que terminara lo antes posible. Tantos años le habían dado experiencia de saber dónde lamer y cuando presionar. Felizmente al mayor no parecía tener mucha resistencia y asi que cuando menos se lo esperó se corrió en su boca expulsando un chorro de líquido amargo y caliente. Tragó todo y se levantó para irse a lavar. Leandro no lo detuvo. Se sentía tan sucio. Llegó al baño y vomitó todos los fluidos. Algún día, se decía, algún día iba a pagarlo. Su padre le había dicho que todo mal se pagaba en la tierra, por eso solo debía ser paciente, Leandro lo iba a pagar.

- ¿Hermanito? – se escuchó una dulce voz desde afuera. Se limpió con presteza.
- Ya salgo – le respondió mojando su rostro y secándoselo con una manta. Lo último que quería era preocupar a su hermanito. Sabía que el menor sabía de los problemas, pero era lo suficientemente prudente para no preguntar. Eso lo agradecía con creces, Aldair era su único respiro dentro la tormenta.

Abrió la puerta y vio a su lindo hermanito. En verdad el pequeño era muy bonito con sus ojitos verdes y su cabello igual de rubio que él. Eran muy parecidos ya que los dos habían heredado rasgos de su padre, como el cabello rubio y lleno de rulos y la forma de nariz respingona. La diferencia radicaba en la complexión, pero nadie tenía dudas de su parentesco. Aldair a penas pasaba del 1.60 de estatura y era muy esbelto, además el pelo lo llevaba más largo sin llegar a los hombros y todo lleno de rulitos rubios.

El rubio menor lo miraba emocionado y con la ropa llena de polvo blanco. Sonrió al ver que su naricita estaba sucia. Se dejó jalar por la manga hacia la cocina y una vez ahí el menor le enseñó una bandeja con galletas recién horneadas.

- Mira lo que hice! – le dijo alegre, casi saltando – ya las probé y creo que esta vez me salieron deliciosas.
- Eso espero, las de la semana pasada me hicieron muy mal – le dijo malicioso tomando una galleta – no se como no se me rompieron todos los dientes.
- ¡Que malo! – dijo haciendo un puchero – solo me equivoque en los ingredientes. Pero esta vez seguí todos los pasos que me dejaste.
- Esperemos que no hayas usado sal en vez de azúcar – dijo mordiendo la galleta.
- ¡Eso solo pasó una vez! – le dijo riendo. Una vez vio a su hermano mayor preparando dulces y no pudo evitar preguntarle cómo se hacían. Isaac le había dejado una receta simple de galletas pero siempre que las hacía le salían mal. Si no eran saladas, estaban duras. Y lo peor era que casi nunca podía hacerlas porque si su padre lo atrapaba en la cocina le iba a pegar. Siempre lo gritaba cuando hablaba con su hermano o cuando cometía alguna torpeza, pero no era su culpa, todos ahí lo ponían nervioso. Incluso Leandro, que siempre lo miraba raro, le ponía los pelos de punta y siempre trataba de estar lejos de ellos. Solo con Isaac se sentía cómodo, además había descubierto que le encantaba preparar dulces. - ¿Y? ¿Quedaron bien?

Isaac puso cara de asco produciendo que Aldair comenzara a lagrimear.

- Está...deliciosa! – soltó riendo y cogiendo otra galleta.
- Malo!! – le gritó dándole un golpe cariñoso en el musculoso hombro – me asustaste!
- Sabes que es broma – le palmeó la cabeza – te han quedado geniales.
- Entonces....¿tengo premio? – le preguntó con ojitos soñadores. Isaac tragó seco.
- Eh...pues....depende ¿qué quieres de premio? – le preguntó dudoso. Aldair siempre le pedía cosas raras cómo flores, mariposas en jarras o luciérnagas. Incluso una vez le pidió un conejito el cual tuvieron que criar en el establo para que nadie se enterara. Si su papá lo atrapaba dándole esas cosas a su hijo los iban a moler a golpes a los dos. Sabía que Aldair era así, un poco excéntrico, pero él no podía negarle nada. Quería demasiado a su hermanito.
- Quiero ir al pueblo – le soltó. Isaac lo miró levantando una ceja.
- Sabes que no puedes ir. Tu padre tiene prohibido que vayas – le dijo. Le parecía una regla estúpida, pero sabía que algunos muchachitos molestaban al menor y lo mejor era no alentar eso. Hubo un tiempo en que pensaba que dentro de todo su padrastro y su hijo no eran tan malos, protegiendo siempre a Aldair impidiendo que vaya a exponerse al pueblo, pero luego descubrió que era porque Alejandro no quería que nadie supiese que el menor era su hijo para poder engatusar otro marido, y lo miso Leandro, no quería que nadie supiese que tenía un hermano débil y tan pequeño. – y si vas, alguien le puede ir con el chisme a tu papá o a Leandro.
- Pero si voy con una capa o algo no pasará nada – le dijo – por favor, por favor, me portaré bien.
- ¿Y porqué tienes tantas ganas de ir? – le preguntó sospechoso. No quería ni imaginar que alguien estaría rondando al menor.
- Por los dulces – le dijo sonrojado – quiero ir a la panadería y luego comprar un libro, tú solo te sabes dos recetas...yo quiero sabes más – le dijo avergonzado. Isaac sonrió y se mordió el labio. Suspiró y cogió una de sus capas.
- Está bien, aprovechemos que los dos se han ido al teatro – le dijo. Sintió como su hermanito le daba un abrazo tipo oso y un beso en la mejilla.
- Juro que no nos demoraremos –le dijo – Graciaaaaasss – gritó emocionado.

Isaac le colocó la capa a su hermanito y salieron al establo. Aprovechó que no había nadie para ir en caballo hasta el pueblo y pasear un rato. Aldair estaba demasiado entusiasmado, hacía demasiado tiempo que no iba y todo se veía nuevo. Fueron a la panadería, compraron ricos dulces y luego a la librería. El menor se separó de su hermano, que estaba en la sección de literatura, para ir a los libros de cocina. Vio un enorme tomo, lleno de colores, en la parte superior del estante, pero era demasiado alto como para tomarlo. Estaba tan concentrado empinándose que no se dio cuenta que la capa se había ido hacia atrás cayéndose y revelando sus lindos rulos rubios. De repente se asustó cuando una mano envuelta en un guante de cuero negro tomó el libro y se lo dio. Levantó la mirada y vio un apuesto caballero, armado y tal vez algunos años mayor que su hermanos Isaac, mirándolo con una sonrisa hermosa.

- Eh...Gracias – le dijo sonrojándose y apretando el libro en su pecho.
- De nada – le dijo sonriendo al hermoso jovencito. Nunca antes había visto alguien tan bello como ese niño – ¿y se puede saber tu nombre?
- Aldair – le respondió. Ese hombre lo ponía nervioso pero no le asustaba. Era tan extraño.
- Aldair – repitió – que hermoso nombre. Yo soy Evan – le dijo sonriendo. Bien, era casi un niño pero no le haría mal preguntar ¿no? – y estás solo Aldair. El niño abrió la boca para responder pero un atractivo chico, alto y muy parecido al chico se acercó.
- No está solo, así que lárgate – le dijo seriamente jalando al que obviamente era su hermano para ponerlo detrás de él.
- Solo preguntaba – le dijo manteniendo la distancia. El chico parecía ser muy fuerte y, aunque él tenía su espada, no era buena idea enfrentarse con el hermano del que había elegido como pareja. Oh sí, Evan ya había puesto sus ojos sobre el niño y no pensaba darse por vencido. – es mi deber como General de la Guardia Real mantener la seguridad en el pueblo tanto como en palacio.
- Pues anda a proteger a los demás que acá no tienes nada que hacer – le dijo. Giró y tomó a su hermanito de la mano – Vámonos.
- Adiós – le dijo Evan al niño mientras este era arrastrado por su hermanos. El rubito menor giró y le dedicó una sonrisa. "Esta no va a ser la última vez que nos veamos Aldair" se dijo "Ya te elegí.

Evan recorrió la librería buscando los libros que había sido mandando a conseguir y regresó al palacio. Se dirigió a la salita dónde el Príncipe Rick lo esperaba.

- ¿Y? Los conseguiste – le preguntó emocionado.
- Así es mi príncipe, libros sobre ángeles y figuras astrales – le dijo depositando los libros en la mesita.
- Gracias Evan...¿estás bien? Te ves raro – le dijo notando la mirada pícara de su Guardia Real.
- No es nada mi señor, solo creo que yo también vi un ángel – le dijo sonriendo y recordando a Aldair. Rick frunció el ceño.
- No te burles – le dijo molesto. Sabía que muchos se burlaban por su afición a los ángeles, pero él estaba seguro que había visto a uno y nadie le iba a hacer cambiar de idea.
- No me burlo príncipe, hablo en serio. Pero este era un joven que parecía un ángel – le dijo con paciencia. El Príncipe Rick solía ponerse un poco dramático cuando le sacaban el tema. El jovencito lo miró con suspicacia y luego sonrió.
- Hmmm...está bien. Pero ten cuidado, ningún jovencito te hará caso si los asustas con esa arma tuya – le dijo señalando la enorme espada que colgaba del cinto del caballero.
- Bueno, preferiría que se asustaran con mi otra arma – le soltó divertido. Rick se sonrojó y lo miró espantado.
- Evan! No digas esas cosas – le dijo. Evan siempre era así, hablando de "esas" cosas con facilidad.
- Lo siento Rick, no lo pude evitar – desde los 15 años había cuidado con toda su vida a ese pequeño así que era casi un hermano para él, por lo que tenían mucha confianza.
- No te hagas el gracioso, sabes que me avergüenzas – le dijo comenzando a ojear los libro.
- Jajaja está bien...Buaaaaa estoy agotado - le dijo dándole una caricia en la cabeza y tirándose perezosamente en el sillón cercano. Comenzó a pensar en el chico de ojos verdes ¿Cómo haría para encontrarlo?
- Espera nomás a que mi papá Alesio te vea todo tirado ahí – le dijo riéndose al ver a su Guardia Real todo desparramado.
- Naaa...tu papá nunca me dice nada – le dijo restándole importancia.
- Alesio te conciente mucho Evan, pero yo no – le dijo el rey entrando con su esposo en la estancia. Evan se cayó por la impresión pero se levantó rápidamente poniéndose en posición de formación.
- Señor! – gritó. Lo que le faltaba, el rey mismo. Todos sabían que tenía un carácter fuerte pero era muy amable. – Señor, ya me retiro, señor.
- Siéntate Evan, tú también debes escuchar esto – le dijo Alesio sonriendo. El esposo del rey era muy amable y muy lindo.

Evan recordó con nostalgia que él mismo lo había educado como un hijo cuando sus padres, la cocinera y el mayordomo, murieron en un accidente y siempre lo trató como su padrino. El Rey le permitió cuidar de ese niño pero siempre intentando tener el suyo propio. Todos pensaban que el rey no podía tener descendencia y estaban muy tristes pero cuando cumplió 15 años, Alesio quedó embarazado de Rick y se le encargó el cuidado total de ese bebe.

Él lo asumió como su vida y se dedicó a velar por la seguridad de ese niño, el que consideraba un hermano. Su habilidad con la espada y la estrategia le valieron para ser nombrado Guardia Real a los 20 años y desde ahí siempre había cumplido con sus obligaciones. Solo que a veces holgazaneaba un poco, como cualquier joven de 25 años. Bueno, no tan joven.

- ¿Qué pasa papá? – preguntó Rick mirando preocupado a sus progenitores.
- Rick, hijo, ya has cumplido 15 años. Sabes que así como tu padre, tú tienes el don de gestar – le dijo el Rey.
- Lo sé padre – le respondió. Eso era algo que ya habían discutido.
- Es tradición, así como lo fue con tu papá, que te cases con alguien que no solo velará por ti sino por todo el reino – le dijo solemnemente.
- ¿Qué? Pero me dijeron que yo podía elegir! – gritó pensando que le iban a concertar un matrimonio con alguien que no conocía.
- Y podrás elegir mi príncipe. – le dijo su papá Alesio tomando la mano de su adorado esposo – Daremos un baile donde todos los jóvenes que deseen conocerte podrán venir. No importa la clase social, lo importante es el corazón del indicado. El rey lanzó un bufido haciendo que su esposo lo mirara mal – si yo no creyera eso no me hubiera casado contigo – le soltó entrecerrando los ojos.
- Lo se amor – dijo sonrojándose. Solo Alesio podía hacerlo sonrojar.
- Gracias papá! – le dijo Rick abrazando a su papá. Se separó y abrazó al rey – Gracias padre.
- Solo te pido que no nos decepciones y elige bien hijo – le dijo el rey dándole un beso en la cabeza. Luego giró para ver al Guardia Real. Dentro de todo, aunque a veces fuera un cabezota, también quería a ese chico. – Evan, encárgate de dar aviso al pueblo e invitar casa por casa a los jóvenes.
- Como ordene mi rey – le dijo dando una venia y saliendo de la estancia. Bien! Si tenía que ir casa por casa podría volver a ver a Aldair.
- Milagro no se ha quejado por tener que buscar casa por casa – dijo el rey – ese chico es un holgazán! – sentenció malicioso.
- No lo trates mal – dijo riendo su esposo.
- Está enamorado creo, bueno yo me voy! – gritó Rick.

Se separó de sus padres y despidiéndose salió corriendo a su habitación. Buscó bajo su almohada y miró con ternura la figurita de madera que desde hacía 10 años guardaba con amor. Ya había alguien que se había robado su corazón, solo le quedaba no perder la esperanza y tener la convicción que su ángel iba a ir a la fiesta a buscarlo. "Por fin te volveré a ver mi ángel" se dijo feliz.

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