La silueta.

I El mensajero

I El mensajero.

Días que van y viene, que ríen y lloran, que trazan una historia o se borran de la memoria. Caminaba junto al río, saltando cual ciervo de roca en roca, mientras el ocaso recitaba con sus delgadas líneas la última frase de su presencia:

"Adiós flor, espera mi beso fugaz, nunca tardaré más, nunca será anticipada mi llegada, he ordenado al hada que te guarde, espera, no marchites, que mi amor desde siglos arde".

Desde luego, era inevitable no escuchar aquella historia, un amor inseparable, y no contagiar mis venas con tan dulce recital. Mientras ya casi cruzaba el rio que cantaba con gozo su salud, vi a lo lejos sus líneas, inconfundibles, arte viva, las ventanas de mi alma se abrieron tal flor de mañana, resistir era imposible, sería un esclavo eterno de sus besos, no habría salida al perderme entre sus cabellos, me pasearía en sus labios tal bestia que corre libre en el campo, alcanzaría la cima en las montañas de su alma, sus ojos, dos terras novas sin descubrir ¿Acaso seré yo aquel Cristóbal que se adentre en tu paraíso? Si tan sólo conociera cada una de las letras que unidas, armonizan perfectamente con tus pasiones, compondría sinfonías cada día, sólo para escuchar cantar tu corazón al son del vals.

Ella, desde el comienzo de mis pasiones, ella, el primer suspiro de esperanza, ella, el anhelo de mis sueños, ella.

Detuve mis pasos, los segundos, años, transitaron mis latidos hasta mis oídos, casi palpables, soy real, más mi corazón viajero tiene fama de arquitecto, y ha construido un castillo para tan dulce dama. ¡Me has mirado! Atraviesa hasta el último de mis huesos la esperanza, soy naufrago, he luchado hasta esta orilla, he derrotado a las bestias. Nuestras miradas ahora fluyen como cartas, que descubren nuestros pensamientos. ¡Cuán dulce es tu escritura! Ni los más grandes sabios podrían descifrar el lenguaje de tus ojos. Soy el heraldo, y he demandado a que escuches mis mensajes, está atenta a mis palabras, dulce dama.