Horacio esperó, pacientemente, a que la carcajada cesara
para decir:
.No, Ramón. Porque son pequeñitos, porque tienen
cara de duende, porque son vivarachos y simpáticos y
suelen hablar con palabras rebuscadas. Son retrasados, en
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EL SINDROME DE MOZART - FINAL IMPRESION - enero 28.indd 27
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realidad, pero tienen… gran capacidad verbal. Y, por cierto,
también cierta capacidad musical. Hasta oído absoluto, dicen.
Pero no significa nada, son lo que se llama en psicología
idiots savants, idiotas sabios. Gran capacidad musical, pero
en medio del vacío.
Y ahora, Irene sabía que las vacaciones en Cansares
guardaban alguna relación con el síndrome de Williams o
al menos con un chico que lo padecía.
.Y hay chimenea –dijo Horacio, con evidente
satisfacción.
Irene se preguntó para qué servía una chimenea en verano,
pero no dijo nada.
La sala no estaba mal. La chimenea había sido usada en
invierno y exhalaba un ligero olor a hollín y a leña nada desagradable.
En una de las paredes una biblioteca enseñaba
su dudosa mercancía: por los lomos de los libros se podía
predecir su escaso interés. Daba igual: Irene llevaba su propia
mercancía. Libros propios y libros prestados: de Yárchik,
de Tesa, de la profesora de violín, una entusiasta de
los grandes novelones… No creía que tuviera tiempo para
leer ni la mitad. O tal vez sí.
El sofá era barato y demasiado blando. De todos modos,
Irene no lo iba a usar mucho, porque no era más que una
parte del televisor: «la parte del culo», decía Tesa. Con ape
nas cuatro años, Irene había abandonado la televisión. No
la veía nunca y se sentía muy orgullosa de ello. Había demasiadas
cosas encerradas en los libros, en los discos, en las
partituras, en las cuerdas de su violín o incluso en las teclas
del amargo piano, como para perder el tiempo viendo una
pantalla vacía.