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Es diferente, es… como si fuera algo instintivo. 

La palabra “instintivo” pareció espolear a Horacio. Se inclinó 

hacia ella y pidió precisiones. 

.No lo sé –respondió Irene., solo puedo decir que se 

nota que no es algo aprendido en una clase aburrida. Toca 

sin preguntarse si lo que hace es correcto o no. 

.¿Y lo es? 

Irene pensó la respuesta un momento. Ansiaba decir que 

sí, sin más. Pero, eligiendo las palabras, dijo: 

.Suena bien. 

Su padre reprimió un pequeño acceso de ira, que no le 

pasó desapercibido a Irene. Sabía a qué se debía: ella, “el 

genio”, no podía dar una opinión tan inconcreta, tan “de 

aficionado”. Irene tenía que saber si lo que hacía Tomás 

era correcto o no, nota a nota. Pero Horacio pareció querer 

pasar página: 

.¿Y el violín? 

.Tocó el mío, un poco. 

.¿Y? 

.Y no lo hizo mal. Se nota que lo ha tocado antes, desde 

luego. 

.Tiene uno. Está en el informe psicológico.

.Él dice que ha visto muchos violines. 

.¿Ha dicho dónde? 

Irene negó con la cabeza. Su melena negra, al agitarse, le 

cubrió parte del rostro. No se lo retiró. Prefería seguir así, 

como si estuviera en penumbra, porque sabía que aquella 

había sido una mentira de Tomi. Una mentira inocente, sin 

duda. Podía referirse a los que había visto en las portadas 

de los discos, o en revistas. 

.Lo que haya sido capaz de hacer con el violín es innato –dijo 

Horacio-. Nunca recibió clases de violín, según el informe. 

Fue entonces cuando mencionó, por primera vez a Mozart. 

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Al hablar, perdía la mirada, Irene no sabía dónde. Nunca 

le había visto así, tan excitado con una idea. Parecía pensar 

que un neurólogo tenía que parecer frío y reflexivo, y él 

se solía adaptar a esa imagen, que contradecía al resto de 

su comportamiento. Cuando hablaba de temas científicos 

parecía escucharse a sí mismo, accionaba mucho con las 

manos, y mostraba una falsa condescendencia hacia su auditorio. 

En esta ocasión parecía haber olvidado su pose, y le 

dominaba la pasión. 

.Mozart tenía esa misma cualidad. Su padre era profesor 

de violín, pero ni él mismo entendía que su hijo aprendiera 

El síndrome de MozartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora