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Stephen James


Me agacho, colocando mis manos sobre una esquina del cómodo colchón dónde duerme Irina. Es tan hermosa, parece un jodido ángel. Ella tenía razón. Nunca se veía bonita. Se veía como si fuera arte, y el arte no tiene que verse bonito; tiene que hacerte sentir algo. Hay debilidades hechas personas, y ella es mi debilidad.


Gracias a la copia de la llave que guarda en una especie de tubería partida en dos, puedo acercar mi rostro con lentitud al suyo, que se encuentra tranquilo, relajado con los labios entre abiertos y la calma me engulle.


—Mi vida—susurro sobre su oreja, muerdo su lóbulo sin hacer presión con mis dientes—. Es hora de que abras tus hermosos ojos.


Saqué el teléfono de mis pantalones y, después de desbloquearlo, pongo inmediatamente la cámara. Pulso sobre la pantalla para enfocar y lo hago. La foto ha quedado hermosa, y pienso guardarla para mi. Paso mi dedo indice sobre su labio superior, causando que su ceño se frunciera. Mueve a un lado la cara cerrando los labios, entonces es cuando comienza a parpadear, y un color grisáceo queda a la vista de mi mirada cuando sus ojos se abren.


Sonrío.


—Te he traído una caracola de chocolate, de esas que tanto te gustan.


Ella abre lo ojos, y enseguida tiene las sabanas fuera de su cuerpo que se encuentra mínimamente tapado con una camiseta de los Rolling Stone y unas bragas. Muerdo mis labios, y me preparo para lo que viene.


Su cuerpo choca con fuerza contra mi, provocando que por inercia me pusiera de pie y la sujetara de las piernas, que ahora me rodeaban de la cintura.


—Gracias gracias gracias—me dice con emoción, y siento como me empiezo a poner duro. Esto no era bueno—. Eres el mejor.


Oh nena.


Se baja de mi cuerpo y agarra la bolsa blanca que había traído conmigo, sacando de dentro dos envolturas. Las dos caracolas junto con dos cafés. Nos sentamos juntos sobre la gran cama y, sin pensarlo más, abre su desayuno dejando esa pasta tan deliciosa. Muerdo mi labio sin poder esperar para abrir la mía. Coloco el envoltorio abierto sobre mis piernas al igual que ella de modo que no haya posibilidad de que sus sabanas blancas quedaran completamente manchadas de café o chocolate.


—Oh Dios mío—gime al primer mordisco y se lleva tres dedos a la barbilla, cerrando los ojos con la cabeza inclinada hacia el techo.


Sonrío al mirarla mientras masticaba.


—Esta de muerte—digo con la boca llena concentrado ya en el siguiente bocado. Un golpe en mi hombro lo evita, sin embargo.


—No hables con la boca llena—dice intentando parecer seria, pero la diversión en su rostro demuestra todo lo contrario.


Noto como un poco de relleno cae sobre mi dedo indice y sin pensarlo dos veces, toco su mejilla manchándola de chocolate. Abre su boca y me mira.


—Serás...—su voz es amenazante, deja su desayuno sobre la mesa de noche a su lado y viendo lo que se venía imito su acción con la que estaba a mi lado izquierdo. Ya me estoy riendo a carcajadas cuando su cuerpo cae sobre el mío sin aviso, su rostro con la gran mancha se esta restregando contra mi mejilla, manchándome a mi también.


—Oh vamos—digo y la miro riendo, ella intenta parecer seria y enfadada, pero es en vano—. Estas hermosa.


Era grosera, era insegura, nada amorosa, vivía despeinada. Era algo así como perfecta. No sé como inició todo, pero rayos, me hace tan feliz, que deseo que esté a mi lado por muchísimo tiempo más. Paso mi lengua sobre la zona manchada de su cara.


—Ahora eres mucho más dulce—sonrío—. Y te amo más.


Se queda callada durante unos segundos, mirando mis ojos pero a la vez con la mirada perdida. Me dijo:


—¿Y tú que sabes del amor?


Yo le contesté.


—Tienes 36 lunares y 2 que sólo yo conozco.


Y sí, estábamos enamorados, no hacía falta más que vernos, o verme.

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