Capítulo 2

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—¡Qué hijo de perra! — Fue lo primero que dijo mi amiga cuando le conté lo que había pasado. Asentí llorando y gimoteando aunque ella no me viese. —¿Te ha quitado tus vacaciones?

—Me ha mandado a casa de mis tíos. —Ahogó un grito

—¡No me lo puedo creer! — Gritó ahora haciendo que alejase el teléfono de mi oreja. —¿No pasarás las vacaciones conmigo? — Preguntó ahora en un tono mucho más bajo. Lo cuál mentalmente agradecí.

Melanie había sido mi mejor amiga desde que yo tenía uso de razón.

La conocía de la escuela, pero nunca habíamos tenido confianza hasta que un día de camino a casa me salvó la vida.

Al menos eso significó para mí, pero según ella, apenas me había ayudado. Depende de quien lo mire.

Teníamos así, al rededor de 11 años cuando yo venía de clases particulares y un rotbailer se entrometió en mi camino y empezó a perseguirme. Tiré mi mochila al suelo y comencé a correr lo más que podía, hasta un punto en el que no pude más. Cansada me subí a el capó de un coche aparcado, pasé varios minutos ahí, con el perro observándome, pero sin desaparecer de mi lado. Hasta que de pronto escuché gritos, el perro fijó su atención en ellos y se alejó de mí, me dio tiempo de correr cuando veo que una chica, de cabello pelirrojo se encarga de lanzar piedras al perro, el cuál huyó desesperado. Era Mel.

Esa noche la invité a Mel a cenar. Papá estaba de viaje y eso no fue un problema, dado lo que había hecho esa tarde por mí. Nos lo pasamos muy bien, se quedó a dormir y desde entonces somos inseparables.

—Obviamente no Mel... — Escuché un sorbido. —¿Melanie? — Pregunté sorprendida. — ¿Melanie Edwards...? Por favor, no me digas que estás llorando...

—¡No te lo digo! — Gritó.

—Oh Mel... — Hice voz consoladora. — ¿Por qué lloras?

—¡Tengo la regla! ¿vale? — Me hizo soltar una pequeña risa. Esta era ella. La contradicción pura de mi padre.

Con Mel me sentía yo misma, no me intimidaba para nada, era muy abierta, le contaba todo y ella a mí, siempre lograba sacarme una sonrisa. Estábamos muy unidas, eso no había persona que pudiera dudarlo.

—Señorita Hart... — Escuché que decía Bill. Mi chofer. Tapé mi teléfono con una sola mano y le puse atención. — Ya hemos llegado... — Mi corazón se paró, pero simplemente asentí y me desabroché el cinturón.

—Mel... — Murmuré asustada. — Ya he llegado... — Trague saliva y me dispuse a salir del coche.

—Buena suerte amigui. Llámame cuando tengas un rato libre. Tequiero. — Escuché el sonido de un beso y colgó.

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