YA NO PODRE

Me desperté cuando ese latigazo de dolor ahora tan familiar me recorrió toda la columna vertebral. Me hice un ovillo en la cama y apreté los dientes en un intento de soportar el dolor; si mama me escuchaba gritar no me dejaría ir al instituto.

Después de unos minutos el dolor cesó, fue entonces cuando me acorde de que era lunes y dentro de – mire el reloj para comprobar la hora ­­­­­– media hora Aroa vendría a casa a recogerme para ir al instituto andando. Suspire e hice un intento de incorporarme y salir de la cama sin tener otra jornada matutina de dolor mañanero, sinceramente, el de por la mañana solía ser el más leve. Hacía ya varios meses que los sentía, y justo unas semanas después empezó la quimioterapia y mi despreocupación por los estudios. Era un asunto... delicado, por llamarlo de una manera. Cogí el montón de ropa que había preparado esa misma noche para no perder tiempo por la mañana y me metí en el baño para cambiarme. Me detuve enfrente del espejo del cuarto de baño y enseguida desee no haberlo hecho.

Tenía una pinta horrible, mi pelo rizado, que antes era mucho más largo que ahora, estaba enredado y mis cortos rizos parecían haber sufrido una descarga eléctrica que los habían hecho salir disparados hacia todos lados. Mis ojos marrones reflejaban que estaba agotada y las oscuras ojeras que se encontraban justo debajo de ellos resaltaban aún más mi cansancio. Mis labios estaban casi tan blancos como mi piel, añoraba cuando mi piel era una envidia por ese bronceado perfecto que solía tener. Había adelgazado mucho en los últimos meses y se notaba bastante la diferencia, siempre había querido ser una adolescente delgada y de piel de porcelana, pero ahora que por fin había perdido unos cuantos kilos y era pálida... no me parecía en nada a una muñeca de porcelana, más bien me asemejaba a un muerto. Ese pensamiento hizo que un escalofrió recorriera de arriba a abajo mi columna vertebral, sacudí la cabeza regañándome a mí misma por ese último pensamiento. No debía pensar esas cosas.

Después de vestirme con unos legins negros y una sudadera gris, intente disimular lo máximo posible mi tez blanca y esas horrendas ojeras. Varias capas de maquillaje después mi rostro parecía un poco más... vivo, el colorete me daba más color y el corrector había ocultado la mayor parte de las ojeras. No se me veía tan mal... tal vez por eso nadie se había dado cuenta de lo que me ocurría, aunque eso ya no sería un problema, hoy lo iba a desvelar todo en clase. Ya había hablado con la tutora de ese tema y ella me dio permiso para hacerlo público en una de sus clases, no sin antes preguntarme un mínimo de diez veces que si estaba segura de desvelarlo a mis amigos, estaba completamente segura de querer decídselo, pero no sabía si podría hacerlo, por esa razón le hice prometer que si yo no podía contarlo, acabara de contarlo ella.

Estaba realmente nerviosa, no sabía cómo reaccionarían, tampoco sabía cómo lo haría yo. Mire el reloj de pulsera que me regalaron Aroa y Leo por mi cumpleaños, unas semanas antes de que rompieran. Pensé en Aroa, era una de mis tres mejores amigas, sonreí al acordarme de cuando intento entrar a mi casa por la ventana para que no se enteraran mis padres, era una buena amiga. La echaría de menos. También echaría de menos a Raquel y a Madison. Me asusta como podría tomarse esa noticia Raquel, sabía que yo era muy importante para ella y sabia que le dolería mucho. Luego recordé a Madison, podía decir con orgullo que era mi hermana y que siempre lo seria, la quería igual que si fuera una más de mi familia y a su hermana Paola igual.

Los 16 años de vida que tenía los había pasado con ella, no recuerdo haber tenido una sola pelea con ella en todo ese tiempo y tampoco puedo recordar una semana en la que no nos hayamos visto, nunca se nos acababan los temas de conversación, ella estaba en un instituto diferente al mío, por lo que siempre había algo de lo que hablar y si alguna vez estábamos en silencio, no era esa clase de silencio incomodo, era el mejor silencio del mundo.