Un territorio desconocido

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El pasado me había quitado la dureza para no ser fuerte y no le pude decir que no lo intentaría a mi querida nuera. Ella repitió hasta el cansancio que los resultados de las estadísticas demostraron que no existe una imposibilidad cognitiva en relación a la tecnología y la gente de la tercera edad, pero sí había más dificultades por cuestiones que tienen que ver con el miedo a lo desconocido o el terror de tocar una tecla de la computadora y que se borre todo lo escrito. Ella tenía una percepción diferente frente a mi propia autoeficacia en esta área del conocimiento.

La verdad yo nunca había tenido noción de la accesibilidad cognitiva y no veía esto como un derecho, ni tampoco quise probar los sistemas con públicos porque me parecían una pérdida de tiempo y también porque era un desafío superfluo para mí.

Seguí trabajando duramente en mi novela, de acuerdo con el plan debía transcribirlo en la computadora portátil que mi hijo me había comprado.

La idea de escribir en un teclado físico predominó por largo tiempo en mi mente, y estuve a punto de obedecer a Gloria, ya que me daba curiosidad poder ver mi escrito en la pantalla de la PC;  más cuando reflexioné con serenidad, considerando mi edad actual, pensando que podría ocurrir un cambio de perspectiva, decidí apretar el botón de encendido del ordenador.

No obstante, no estaba tan seducido para dar ese salto de fe, y aunque quizás era lo mejor, finalmente decidí inspeccionar las aplicaciones que estaban instaladas y vi la aplicación Google chrome web. Este tenía un pequeño circulo de colores pero no sabía para que servía. Entonces busqué mi vieja enciclopedia, esa que había comprado cuando Ángelo tenía cuatro años, pero no encontré ninguna respuesta, entonces me di por vencido y decidí salir al parque a dar un paseo.

Descendí un poco, explorando con cierto placer, unas hectáreas de naturaleza dentro de la ciudad y me gustaba imaginar que era un lord inglés disfrutando el terreno de mi propia propiedad. Había árboles de eucalipto y cacao, aunque todos estos eran silvestres y casi nunca brotaban los frutos.

El aire fresco llenaba mis pulmones y llegué a pensar que todo el drama de la tecnología me podría causar una histeria colectiva y que no precisaba alcanzar la meta de un mundo popular, ni el de las multitudes. Empecé a imaginar a las masas de gentío como si fuesen marionetas con un corazón de trapo o como un sujeto político.

Yo soy alguien que tradicionalmente nunca estuvo en el foco de lo moderno, ni tuve relación con las clases populares, ni con lo original. ¿Alguna vez alguien se preguntó por qué hay que seguir al modelo social que nos impone la voz del pueblo? ¿Actualizarnos nos hace construir los espacios de la libertad? ¿La equidad social es importante?

La verdad que fue tremenda la perturbación en mi cabeza durante este largo intervalo. Bastante tuve con dormir intranquilo por esas horribles pesadillas, que a menudo despertaba sobresaltado en la madrugada y durante el día vivía perturbado y abrumado por todas las terribles cochinadas que mi ex esposa había hecho a mis espaldas. También recuerdo el día que falleció, había una lluvia torrencial, acompañado de truenos y relámpagos, seguido por una mañana horrorosa cuando recibí la noticia del accidente.

Lo tomé como una especie de sorpresa, una sorpresa demasiado salvaje. No cabe duda que me alegré mucho cuando supe que el director de la escuela también había fallecido. Por consiguiente, junté todos los recuerdos de Martha, los puse en una bolsa negra de consorcio y la tiré a la calle. Parecía que finalmente había podido separar con éxito la luz de la oscuridad, entre el cielo y el infierno.

Recuerdo que me la pasaba mirando por la ventana de mi departamento, como diez millones de personas viajaban de aquí para allá, como si fuesen muñequitos de Playmobil ordenando un movimiento incesante. Viendo a los ferrocarriles andar en forma radial, conectando con los pueblos que eran archienemigos de la ciudad, pero que esos espacios verdes y casas de campo que eran solo para los elitistas.

Ese sonido estrambótico los talleres ferroviarios que hacía estremecer las paredes del barrio, me recordaba a mi niñez viendo la expansión de la actividad industrial, donde la gente era trabajadora y no se preocupaba por las cosas relacionadas con el ocio, porque no había computadoras, ni celulares, ni servicio de Wi-fi.

Finalmente, sin embargo, después de mucho pensarlo y de discutirlo incansables veces con mi perturbada mente, prevaleció el deseo de aprender a usar la computadora, y resolví decirle a Angelo que me enseñe un poquito a usarla. Con esta resolución, esperé más de dos meses y medio que mi hijo se dignara a ayudarme con la máquina.

Ángelo me enseñó a sacar una foto con la camarita de la notebook, él se puso enfrente y se sacó una foto. Me dijo que era fácil y que debería sacarme una porque las editoriales piden una pequeña foto de los autores que les envian los borradores para analizar si son viables para publicar en físico.

También me enseñó de una forma tranquila y fraterna para que servía Google chrome y me dijo como elegir e instalar aplicaciones.

Me tomó una semana para que me decida, encender el aparato. Pero luego parecía un fugitivo buscando apps de mi interés. Finalmente, encontré uno de poker, otro del solitario y otro de chinchón.

También vi una aplicación de citas, insistí en saber si habría gente inscripta de mi edad. En cierta oportunidad se me ocurrió averiguar si sentía deseos de descargarla, comprendí entonces que estaba tan aburrido sin nada que hacer que podría encontrar algunas personas con quien hablar, pero después de pensarlo la sed de información se aplacó.

La tentación a lo desconocido pulsaba fuertemente en mi cabeza, pero sabía que era mejor tomar un libro de la repisa y moverme por la tradición milenaria de ponerme a leer para tirar mi tedio.

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CATFISH (Novela trash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora