Prologo:
Mi querido lector, la historia que os voy a dedicar si es que me ha de permitir hurtar de su tiempo, sin malas intensiones claramente, es una anécdota perdida en los oscuros pasadizos de una antigua catedral de Madrid, omitiré el nombre ya que no es de mi cargo divulgarlo, tendré lengua suelta cuando de forasteros os tratáis pero es de mi honor la promesa. Volviendo a mi relato, os quiero comentar dos cosas, si estáis aquí en búsqueda de una historia feliz, de valerosos hidalgos montando a caballo para rescatar hermosas damas, princesas y condesas de las perversidades de un hombre sin honor que ha osado lastimarlas, entonces no os recomendaría que os quedéis.
Este relato va de dos personas, cuya atracción iba más allá de lo carnal y lo espiritual, del honor y de las reglas humanas que vos y yo muchas veces osamos de crear. Todos podemos amar, sin embargo muchos escogen vivir sin amor y hay otros tantos, la minoría contando a este humilde juglar, que preferimos fallecer en el intento de permanecer con nuestra alma destinada. Seguro a este punto se preguntaran ¿Y quién es esta voz que a osado interrumpir mi tranquilidad cotidiana? Bueno, mi nombre no es importante así que podeís llamarme "Narrador" y estoy aquí por lo mismo que vosotros habéis decidido atravesaros las montañas hasta mi humilde morada, para volver a escuchar una sonata triste, la historia de un hidalgo y un esclavo que osaron amarse...
· Parte uno: La grulla y la espada.
楽 らく あれば苦 あり
(Debajo de la miel hay hiel)
—Samuel ¿vos estás bien? Desde ayer os habéis perdido en las nubes — comentó un joven de mediana estatura, quizá de 1.69 - 1.70, complexión delgada pero tonificada, portaba orgulloso una ropilla de color arena con adornos en las mangas del jubón de piedras incrustadas, una pretina de hilos de oro en la cintura y sobre esta una capa de terciopelo rojo que descansaba sobre el hombro, llevaba consigo las típicas calzas enteras y unos zapatos cuadrados en tono marrón oscuro. Su nombre era Francisco Garnes de Sevilla.
— ¿Eh? Claro, claro os pido mil disculpas, no es una de mis intenciones retrasaros — comentó el mayor de la habitación, portaba sobre su pecho el peto de una armadura, escondiéndola con la ropilla color purpura oscuro -casi negra- que su madre había osado regalarle dos días atrás al visitar la casa de la Duquesa de Olivares, Samuel tenía claro que esa mujer tenía planeado presentarse ante él con sus ropajes exóticos característicos de la viuda mujer que estaba hecha. El nombre de este valeroso hidalgo era Samuel de Luque y Góngora. A pesar de tener la corta edad de 27 años, este gran mozo había osado enfrentar a la muerte más de una vez y para su buena o mala suerte había logrado escapar imprudentemente de ella — No me he sentido bien, ¿sabéis? Creo que terminaré en cama, si no caigo antes en las trincheras. —
— Vos no deberías decir eso, ruega al señor que os mande más años de vida y podrás vos disfrutar de una larga paz que lograremos con vuestra espada. — el hidalgo a un lado sonreía, posando una mano en su hombro intentando transmitirle los ánimos que su valeroso amigo necesitaba. — Así que amigo, debemos aventurarnos rápidamente con Luzuriaga, que la paciencia no será una de sus virtudes — ambos rieron ante el comentario, retomando el paso por el pasillo de la mansión.
A paso calmo ambos hombres siguieron el trayecto hasta la salida, siendo interceptados solo un par de veces por los sirvientes de la misma, Samuel solo miraba el lugar con signos de nostalgia, había pasado años desde que había pisado el lugar. Recordaba aún los días de su infante vida en aquellos muros, la familia Garnes de Sevilla era -si no quedaba corto- su familia. Levantó la mirada cuando la puerta principal se abrió ante ellos, dejando a la vista el jardín principal que con tanto recelo la señora Alejandra de Torreón -prima hermana de la madre de Frank- cuidaba con recelo.
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Caballero (One-shot Wigetta)
FanfictionBueno, mi nombre no es importante así que podeís llamarme "Narrador" y estoy aquí por lo mismo que vosotros habéis decidido atravesaros las montañas hasta mi humilde morada, para volver a escuchar una sonata triste, la historia de un hidalgo y un es...