Ú N I C O

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Estaba sentado en las baldosas de aquel pasillo del jardín que para nosotros era secreto. Tanto o igual que nuestro pesar, al no poder exclamar al mundo lo que sentíamos el uno hacia el otro.

Malditos... ¿Acaso no ven lo qué pasará justo ahora?

Sólo lo estaba esperando. Sólo a él.

Logré divisarlo entre algún llano de ese inmenso lecho de flores. Muchas orquídeas, lirios, tulipanes, muchos maceteros con infinidad de colores entre margaritas, rosas y belén japonés.

Había lugares diferentes en el hermoso sitio. Un punto en especial sería el perfecto testigo para estar por siempre. Para dejar la marca que debíamos de mostrar ante todo aquel que se atrevió a humillar este amor. Había miles de dientes de león, que al contrastarse con el atardecer hacían del panorama el más perfecto. Con árboles frutales, entre manzanos, duraznos y chabacanos llenos de flores entre los colores blanco y semi rosa, a punto de nacer nuevos botones.

Antes de pasar a ese recinto, que a mencionar no estaba techado por completo, miré el árbol que había roto parte del cristal, era un tipo invernadero.

Estaba todo desierto, viejo, oxidado por el tiempo que no perdonaría el permanecer hermoso por siempre. Pero aún así, no se había percatado que al desequilibrar las cosas no hacía más que regenerarlas y más ponerlas hermosas. Como con los vinos. Pero ese es un ejemplo muy basto.

Y entonces lo vi. Él caminaba hacía mi. Venía sobre ese pasillo adoquinado que daba de lleno al interior del centro de todo el jardín, cubierto por un techo arqueado, lleno de enredaderas y flores que se desprendían de las ramas más altas. El suelo a casi en su totalidad estaba igual de cubierto.

Algo que jamás como hombre, pensé que llegaría a conmoverme y hacerme sentir tan bien. Algo que probablemente para una mujer sería lo más romántico y dulce que pudiesen haber hecho por ella. Pero no lo soy, así que mi perspectiva es distinta, no opuesta, tal vez podría decir que casi similar por esa última ocasión. Merecía sentirlo después de todo lo pasado.

Al reconocer esas palabras, sólo hasta ese momento comprendí que únicamente mi mente sabría su valor. Como si el sentimiento me correspondiera por completo, como yo a él.


Yo lo amo.
Yo lo necesito.
Yo realmente lo amo.


Se acercó a mí, me robó un beso y se alejó un poco. Respiró mí piel desde mi nuca, mi cuello, mis orejas, hasta la punta de mi nariz. Absorbía el aroma corporal que más le encantaba.

Me mencionó palabras dulces al oído, besó mi mejilla y consecuentemente el camino fue a dar a mis labios. Mansamente yo me dejé influenciar por él y sus juegos tentadores. Tan rico, tan jugoso y espontáneo fue como exprimió mi boca y la colisión entre nuestros labios al terminar. Todo eso, al llegar la noche...


Tan mágico...


A la luna, como testigo; a sus hijos rayos, como protectores; y a su luz, como nuestra luz al verla impactada por sobre el rojo intenso que dejamos brotar. Fue hermoso ese brillo, que lentamente se escapaba de nuestras pupilas, de ese verde olivo intenso, de ese color verdoso mieloso.

Ese día, sabiendo en toda la extensión de la frase: 'Por siempre', pude extender aún más todo este amor que llevo dentro desde hace tanto y del cual ahora vamos a hacer perdurar a donde sea que vayamos al dejar este viejo recinto.

Viviríamos por siempre para albergar y descubrir nuevos sentimientos, en nuevos horizontes.

Nuestras vidas se estaban poniendo acorde. Nuestras miradas estaban destinadas desde antes de conocernos, estarían juntas e inmortalizadas como una flor dentro de un cubo de hielo. Siempre a estar uno al costado del otro.

Nuestro amor estaba por fin lleno.


Nuestros silencios, jamás serían incómodos.
Nuestras respiraciones, siempre estarían juntas.
Nuestras manos, jamás se soltarían.
Nuestras miradas, siempre serían sinceras.
Nuestros corazones, jamás se hartarían de amarse tanto.
Nuestros pensamientos, siempre estarían conectados.
Nuestras almas, aún separándose, se buscarían.
Nuestras palabras, formarían ecos inquebrantables al escucharnos.
Nuestras esencias, se mezclarían cada que quisiesen.
Nuestros mañanas y despertares, llegarían sonrientes.
Nuestros pasos y caminos, se ligarían por siempre.
Nuestros pasados, no intervendrían en nuestro presente ni futuro.
Nuestros días de arcoiris, jamás tendrían color gris.
Nuestras vidas se amarían, hasta el fin de nuestros días.

Y, nuestros besos...


Al cerrar nuestros ojos... Al dejar de vernos... No, sostén mi mano... ¡No me sueltes!

¡No! ¡No quiero dejarte ir!

•••

-¡Gerard!

-¡Frank!

Despertaron al mismo tiempo sobresaltándose ambos, contrariados por haber tenido una misma reacción, y de ahí, la misma loca idea de haber tenido un sueño compartido.


-No me digas que -habló el mayor-...


-N-No sé, no comprendo –respondió con la garganta seca, estaba asustado igual que el otro-.


El miedo había llegado como un gran factor, pero poco a poco se fue desvaneciendo de ambos al notar que solamente había sido un sueño, una horrible pesadilla que jamás querrían vivir.


-Fue horrible -dijo y se abrazó de la cintura del pelinegro-...

-Lo sé, fue tan -suspiró-... real –le afirmó abrazándose de la misma forma-... Pero no te preocupes, nada pasará, nada si estamos juntos siempre -bajó su mirada conectándola con la del menor. Un cálido y gentil choque de miradas-.

-Nada –miró esos ojos tan verdes como siempre y sonrió agradecido de poder despertar un día más a su lado- si estamos juntos...


Después de esa promesa marcada por los rayos del amanecer. La unión simbolizaba por parsimoniosas caricias dadas de la mejor forma posible, la más adictiva, la más exquisita. Besándose con el borde de la pasión y el amor, a flor de piel.


•••

Y nuestros besos siempre serían...


Mágicos fuegos artificiales.

Magic FireworksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora