Capítulo 04

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«Tu arrogancia será algún día la causa de tu caída.»
—Jennifer L.A.




Capítulo 04

La luna corona la cima de las montañas que rodean el campo militar. Estoy cansada, agotada, pero siento que el hombre atractivo con el uniforme de soldado se esconde detrás de la puerta.

El entrenamiento me ha dejado agotada y sin refuerzos. Estoy a punto de caer presa del sueño cuando un sonido metálico enciende la alarma que se encuentra dentro de mí.

—Tranquila —Me apoyo en un codo para asegurarme quién es—, soy yo.

Aquellas tres palabras no me tranquilizan ni por mínimo. Su cuerpo semidesnudo me distrae de mis pensamientos pero me obligo a apartar la mirada. Su mirada se clava en mis ojos y mi pecho se contrae sin razón alguna. El chico que estuvo a punto de atropellarme me mira con una sonrisa de oreja a oreja que le transforma su expresión y le favorece mucho.

Nunca he dormido en el mismo cuarto que un chico, excepto mi mejor amigo, pero aquí no tengo otra alternativa, a no ser que prefiera dormir en el pasillo con la compañía de la soledad y el frío suelo.

Odio a los humanos.

Ruedo en la cama hasta ponerme de lado, mirando la pared. Puedo sentir la mirada penetrante del soldado sobre mi espalda, lo que provoca un remolino de emociones en mi pecho. Cierro los ojos y el dolor muscular de mis piernas y la tensión en mis hombros me invaden, pero cuando estoy a punto de dormirme, oigo una voz.

—Las personas como tú no suelen estar en el ejército.

Una bomba de recuerdos me ataca y por un momento creo que me pondré a llorar. Todos han muerto. La opresión en mi pecho parece aumentar cada vez más y el nudo en mi garganta se intensifica pero me obligo a tragármelo. La razón por la que estoy aquí es simple; tengo sed de venganza.

—Supongo que tienes una mala perspectiva sobre mí —me obligo a responder.

Los muelles de la cama rechinan cuando el chico de la cómoda de abajo se tiende sobre ella. Trago saliva.

—Las personas dulces y buenas no pertenecen a este mundo. Todas aquellas personas ahora están muertas, supongo que hay que aprender a afrontar el mundo y vivir en su destrucción.

Asiento mientras trato de evitar ahogarme en mis propios recuerdos. Todos están muertos ahora, los humanos los mataron.

—Y tú niña, pareces una chica dulce.

Aquello me produce un dolor en el pecho. No soy débil. Que tipo más idiota, por un momento olvidé que era el tipo más cañón que había conocido en toda mi jodida vida.

—Claro. Por eso aún sigo viva.

—Apuesto a que en el pasado eras la típica chica con buenas notas, un novio atractivo y tus padres te mimaban como la niña inocente e idiota que eras.

Se equivoca. La furia comienza a burbujear en mi interior pero me obligo a apagar esa llama que se ha encendido.

—¿Estrella? —me llama en espera de mi respuesta.

Los ojos se me abren por la sorpresa y la confusión se arraiga en mi sistema al escuchar ese mote ridículo. Suponía que no se acordaba de aquella noche ya que estaba ahogado en alcohol, pero ahora que él ha mencionado eso, me he quedado perpleja.

—No me llames así.

Me siento en la cama y bajo las escaleras de la frágil litera. Ahora no tengo humor para su presencia ni comentarios. Mi estómago ruge en espera de algún alimento y mi saliva parece querer salir de mi boca. Salto y mis pies pegan duro contra el cemento. Unos ojos esmeraldas me miran con diversión y cierta cautela, aparto la mirada de inmediato.

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