En la mañana ocurrió un incidente que alejó los pensamientos de Rowland de los sucesos de la noche anterior. Unas pocas horas de brillante luz matutina había atraído a los pasajeros hasta la cubierta, de la misma forma que se atrae a las abejas de una colmena, y las dos cubiertas superiores se parecían en color y vida a las calles de una ciudad. Los vigías estaban ocupados con la ineludible labor de limpieza, y Rowland, con un escobón y una cubeta, estaba limpiando la pintura blanca del coronamiento, protegido de la vista de los pasajeros por la cabineta posterior. Una chiquilla corrió gritando y riendo hacia la caseta, y chocó con sus piernas mientras saltaba en un maremágnum de energía.
- ¡Me escapé!- dijo ella.- ¡Escapé de mami!
Secándose las manos en sus pantalones, Rowland alzó a la chiquilla y le dijo con ternura:
- Bien, pequeña, debes regresar donde tu madre. Estás en mala compañía.
Los ojos inocentes le sonrieron, y entonces él la alzó sobre la baranda, en un bromista gesto de amenaza, un tonto proceder del que sólo son culpables los solteros.
- ¿Tendré que arrojarte a los peces, niña?- preguntó él, mientras sus facciones se ablandaban en una inusitada sonrisa. La chiquilla dio un pequeño grito de susto, y en ese instante, por la esquina, apareció una mujer joven. Saltó hacia Rowland cual tigresa, le arrebató la niña, clavó en él sus dilatados ojos y entonces desapareció, dejándolo descompuesto, nervioso y con la respiración agitada.
- Es su hija- gimió-. Esa fue la mirada de una madre. Ella está casada... casada.
Reasumió su trabajo, con el color de su rostro tan cercano al de la pintura que estaba limpiando como podría tornarse la curtida piel de un marinero.
Diez minutos más tarde, en su oficina, el capitán escuchaba una queja de un excitado matrimonio.
- ¿Y usted afirma, coronel- dijo el capitán-, que Rowland es un antiguo enemigo?
- Lo es, o lo fue una vez, un frustrado admirador de la señora Selfridge. Es todo lo que sé de él, excepto que había insinuado su venganza. Mi esposa está segura de lo que vio, y creo que el tipo debería ser encerrado.
- Porque, capitán-dijo ella vehementemente mientras abrazaba a su hija.-, debería haberlo visto. Estaba a punto de arrojar a Myra cuando la agarré. También parecía tener una espantosa mirada de soslayo. Oh, era horrible. No dormiré otra siesta en este buque, lo sé.
- Le ruego que no se inquiete, madame- dijo gravemente el capitán-. Ya he sabido algo de sus antecedentes; sé que es un desgraciado y desmoronado oficial naval; pero debido a que ha hecho tres viajes con nosotros, creo en su buena voluntad de trabajar en el mástil por su anhelo de licor, lo cual no podría él satisfacer con dinero. De cualquier forma, como intuye usted, ha estado siguiéndola. ¿Estaba él en capacidad de conocer sus movimientos, o que usted fuera a viajar en este buque?
- ¿Por qué no?- exclamó el marido- Debe saber algo de los amigos de la señora Selfridge.
- Sí, sí- dijo ella ansiosamente-. Lo oí mencionarlo varias veces.
- Está claro entonces- dijo el capitán- Si está de acuerdo, madame, en testificar contra él en la Corte Inglesa, inmediatamente lo encerraré por intento de asesinato.
- Oh, hágalo, capitán- exclamó ella-. No puedo sentirme segura mientras él se encuentre en libertad. Por supuesto que testificaré contra él.
- Lo que sea que usted haga, capitán- dijo fieramente el marido-, puede estar seguro que yo pondré una bala en su cabeza si se atreve a espiarme a mí o a mi esposa. Entonces usted podrá encarcelarme.
- Veré que sea atendido, coronel- replicó el capitán, mientras los llevaba fuera de la oficina.
Pero como un cargo por asesinato no es la mejor forma de desacreditar a alguien, y como el capitán no creía que el hombre que lo había desafiado fuera a asesinar a una niña; y como el cargo sería difícil de probar en cualquier caso, acarreándole muchos problemas y molestias, no ordenó el arresto de John Rowland, limitándose simplemente a ordenar que, por el momento, debería mantenérsele trabajando diariamente en las cubiertas gemelas, fuera de la vista de los pasajeros.
Rowland, sorprendido por la súbita transferencia del desagradable fregado a la labor de un soldado, pintando salvavidas en una de las cálidas cubiertas gemelas, fue lo suficientemente astuto como para saber que estaba siendo estrechamente vigilado por el contramaestre, pero no tan sagaz como para afectar algunos síntomas de intoxicación o drogas, lo cual habría satisfecho a sus ansiosos superiores y le habría significado más whisky. Como resultado de su mirada más brillante y su voz más firme, debidos al curativo aire del mar, cuando salió a la primera guardia sobre la cubierta, a las cuatro en punto, el capitán y el contramaestre sostuvieron una entrevista en el cuarto de derrota, en la cual el primero dijo:
- No se alarme, no es veneno. Él está ahora a medio camino de los horrores, y esto sencillamente los traerá hasta él. Funciona por dos o tres horas. Tan sólo póngalo en su jarro de beber mientras el castillo proel de babor está vacío.
Hubo una pelea en el referido castillo, pelea que Rowland presenció, a la hora de la comida, lo cual no necesita describirse más allá del hecho que Rowland, que no participó en la refriega, sostenía en su mano el jarro con té mezclado por él mismo antes de tomar tres sorbos. Había conseguido un surtido fresco y terminado su comida; entonces, sin tomar parte en la abierta discusión que sus compañeros hacían sobre la pelea, se dejó caer en su catre y fumó hasta que los ocho campanazos lo hicieron salir a cubierta, junto con los demás.