Cierta mañana, casi dos meses después de anunciada la pérdida de Dutchman, Meyer se sentó en su escritorio en el Departamento, escribiendo con dedicación, cuando el anciano caballero, que había deplorado la muerte de su hijo en la oficina de Inteligencia, entró vacilando y tomó una silla a su lado.
- Buenos días, señor Selfridge- dijo él con dificultad-. Supongo que ha venido por el pago del seguro. Los dieciséis días han expirado.
- Sí, sí señor Meyer- dijo el anciano caballero, fatigadamente-; por supuesto, como un simple accionista, no puedo tomar parte activa; pero soy un miembro aquí, y algo ansioso, naturalmente. Todo lo que yo tenía -incluso mi hijo y mi nieta- estaba en el Dutchman.
- Es muy triste, señor Selfridge; reciba mis más profundas condolencias. Le creo que es el mayor dueño de las acciones de Dutchman-Alrededor de cien mil, ¿No es así?
- Algo así.
- Soy el asegurador mayoritario; así que, señor Selfridge, esta batalla será enteramente entre los dos.
- ¿Batalla? ¿Acaso algo anda mal?- preguntó ansiosamente el señor Selfridge.
- Es probable-no lo sé. Los aseguradores y compañías de afuera han puesto sus problemas en mis manos y no pagarán hasta que yo tome la iniciativa. Debemos escuchar a un tal John Rowland, quien fue rescatado del témpano con una chiquilla, y llevado a Cristiansand. Ha estado muy enfermo al dejar el buque que lo halló, y está en camino al Thames esta mañana. Tengo un transporte al puerto, y voy a esperarlo en mi oficina al mediodía. Ahí es donde haremos este pequeño negocio, no aquí.
-Una chiquilla... salvada- inquirió el anciano-, querida mía, puede ser la pequeña Myra. No estaba en Gibraltar con los otros. No me preocuparía... no me preocuparía mucho por el dinero si ella estuviera a salvo. Pero mi hijo, mi único hijo se ha ido; y señor Meyer, me arruinaré si este seguro no es pagado.
- Y yo me arruinaré si lo es- dijo Meyer, levantándose- ¿Vendrá usted a mi oficina, señor Selfridge? Espero que el apoderado legal y el Capitán Bryce estén ahí ahorra.
El señor Selfridge se levantó y lo acompañó a la calle. Una oficina mejor amueblada en la calle Threadneedle, derivada de una más grande, y con el nombre de Meyer en la ventana, recibió a los dos hombres, uno de los cuales, en pro de los buenos negocios, estaba presto a empobrecerse. No hubieron de esperar ni un minuto antes de que el capitán Bryce y el señor Austeen fueran anunciados y entraran. Amables, de buen porte y correctas maneras, perfectos prototipos del oficial naval Británico, saludaron educadamente al señor Selfridge, cuando el señor Meyer los presentó como el capitán y el primer oficial del Dutchman y se sentaron. Instantes más tarde, el señor Meyer trajo a un hombre de aspecto sagaz de quien dijo era el apoderado legal de la Compañía de Vapores, pero no lo presentó; tal es el Sistema Británico de Jerarquías.
- Ahorra, caballeros- dijo el señor Meyer-, creo que podemos proceder a negociar cierto punto, quizás adicional. Señor Thompson, ¿Tiene usted la declaración del Capitán Bryce?
-La tengo- respondió el señor Thompson, extrayendo un documento que el señor Meyer ojeó y luego devolvió.
-Y en esta declaración, capitán-dijo-, usted ha afirmado que el viaje no fue más memorable hasta el momento del naufragio... así es- agregó con una aceitosa sonrisa tan pronto percibió que la cara del capitán empalidecía- ¿Que nada ocurrió para hacer al menos marinero o manejable?
-Eso es lo que afirmé- dijo el capitán con un ligero suspiro.
-Usted es copropietario, ¿No es así, capitán Bryce?
-Poseo la quinta parte de las acciones de la Compañía.
-He examinado la escritura de constitución y las listas de la Compañía-dijo Meyer-; cada buque es, tan lejanamente a lo que concierne a los avalúos y dividendos, una compañía separada. En la lista, usted aparece poseyendo ciento veinte de las acciones del Dutchman. Ante la ley, esto le convierte en copropietario de Dutchmany responsable como tal.