Endock, Nicolet y yo nos habíamos colado en un tren de carga. Todo iba demasiado bien, no nos había costado mucho llegar hasta allí y habernos encontrado con ese tren fue una suerte, tres semanas de travesía y luego estaríamos a unas pocos días de llegar a un pueblo costero y embarcar rumbo a Europa. Allí Nicolet podría crecer a salvo y reciir una buena educación, Endock no tendría que volver a trabajar y no le volverían a pegar; es lo que papá y mamá siempre hubiesen querido, era lo debería de haber pasado si aquel fatídico día no les hubiese arrebatado la vida. Pero yo no les iba a defraudar, tenía que llevar a mis hermanos hasta el continente Europeo.
Estábamos en el tren, era de noche y frenábamos poco a poco, no sabíamos qué ocurría, pues aún nos quedaba viaje. El tren frenó por completo y empezamos a escuchar golpes; eran los militares, estaban haciendo una redada, cuando abrieron nuestro vagón nos sacaron a la fuerza, éramos fugitivos que pretendían huir. Endock intentó resistirse, pero lo único que consiguió fue una patada en el estómago que le hizo caer al suelo. Tres hombres nos agarraron por la espalda, nos vendaron los ojos y nos hicieron caminar durante horas. Desperté a la mañana siguiente en una celda, húmeda y mugrienta con una pequeña ventana en lo alto que apenas dejaba que entrase el sol, Nicolet estaba abrazada a mi.
Miré otra vez aquella jaula, pero no vi a Endock.
-¿Dónde está? -le pregunté a la pequeña.
Ella se limitó a negar con la cabeza y las lágrimas se le escaparon de los ojos. La abracé con fuerza. Pasaron las horas, una mujer mayor con aspecto desganado y frágil nos trajo un plato de comida, lo pasó por el huevo de la reja, vaciló con irse pero volvió a mirar a Nicolet, echó una mirada a ambos lados y cuando se aseguró de que no había nadie, sacó una pequeña llave de unos de sus trapos, abrió la celda sin gesticular palabra ante nuestra mirada estupefacta y señaló al frente.
Antes de que pudiésemos reaccionar, la mujer se había marchado. Nicolet y yo salimos corriendo de allí, seguimos hacia el frente, como nos había indicado aquella misteriosa mujer, hasta donde nos fue posible. A la derecha estaba la salida; sin embargo, Endock seguía allí.