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El primer día del último año.

"El primer paso para salir de este gigantesco infierno."

Con esa frase en mente, todos los alumnos ingresaron a la primera hora de la primera clase de aquel día extrañamente caluroso, pese a estar nublado hasta en los más recónditos rincones de la ciudad. Amenazaba con llover a cántaros, sin embargo las calurosas sombras estudiantiles prosiguieron su marcha fúnebre hasta el interior del averno.

Parte de tal funesto dicho desfile formaba Steve.

Entrar al salón la primera vez cada año siempre era la mejor parte. Cuando todos llegaban hablando sobre lo divertidas que fueron sus vacaciones, abrazándose entre compañeros que no se veían desde el final del año anterior, sumidos en la depresión de regresar al encierro, mezclando el ambiente con la sensación de falsa frescura que se apagaría al ingresar el profesor, dar el sermón para iniciar "con ganas", "ponerse las pilas", porque "el último año es el que pasa más rápido" y finalmente detallar las clases que se vienen, fijar fechas de evaluaciones, hacer un pequeño test diagnóstico para ver cuánto recuerdan sobre la materia pasada, si es que aún recuerdan cómo escribir, sumar, restar, ¿logaritmos con base de raíces cuadradas?, ¿ni siquiera un miserable "ubica el punto (3√2 , 8) en el plano cartesiano"? ¿No? ¿Nada? Pues con eso empieza el repaso. ¡Qué bonito ha de ser que el profesor guía en su último año de preparatoria sea precisamente el de matemáticas!

... ¿Que por qué esa era la mejor parte del año?

Steve sabía que su falta de presencia le regalaba el primer periodo completo para guardar sus ansias de arrojar un colchón por la ventana para aterrizar cómodamente cuando tenga que hacerlo durante el primer o segundo receso (si tenía suerte), porque basándose en su experiencia personal, la probabilidad de que para ese momento alguien fijase su atención en él y lo marcase como blanco de injurias como cada año: era bastante alta. Es más, carecía de ganas de que el primer periodo acabase, puesto que ya imaginaba las aterradoras sonrisas de los demonios sentados a su alrededor que se preguntarían "¿y qué hacemos ahora?" (si es que no seguían conversando) antes de identificarlo e ir en su acoso para dar a luz al primer chiste del año, esa rayada de cara que se les quedaría impregnada en la retina hasta el día final en donde en medio del discurso con el que se retirarían, no faltaría quien sonreiría recordando ese primer día, en donde uno de los amigos de Pierce hizo el garabato más gracioso del mundo en el rostro de Rogers y para entonces... Todo se vería tan lejano.

Él sólo esperaba. Esperaba tranquilo y en calma, ya acostumbrado a la rutina que retomaría acalorado por las nubes negras del cielo. "Ya pasará, ya pasará" repetía en su mente mientras su dedo índice chocaba contra su pupitre una y otra vez inherentemente a su alrededor, un mundo aparte de él mismo, un mundo que abandonaría en 8, 9 o 10 meses más (no estaba seguro), con el fin de superar laboralmente a todos aquellos quienes lo pisotearán al término de hora... Sí, allí se dirigía: hacia la grandeza, donde todos quienes ignoraron su sufrimiento e hicieron burla de él, morirían de envidia por estar en su posición por encima de la plebe que estaban estadísticamente destinados a ser.

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2016 ⏰

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