Tres recuerdos por latido por Pita Moreno

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Hay tres cosas que jamás debo olvidar:

1. No confíes en nadie.

2. Recuerda los doce dígitos del código.

3. Sus ojos. Sus jodidos hermosos ojos azules.

Pero yo recordaba cuatro cosas, la cuarta era la letra de una canción, que resonaba en mi mente, cada noche las puntiagudas letras torturan mi ser, una y otra de vez, al terminar y de vuelta, como un disco rayado. Yo era un disco rayado, algo torcido y descompuesto, pero esas palabras en mi mente también eran un arrullo, un deslumbro de cordura.

—A23 —esa soy yo.

Mi compañera de cuarto me llama desde su cama, la miro en señal en respuesta, pero ya sé que va a decir.

— ¿Sabes cuál es el secreto para salir de aquí? —cada noche me pregunta lo mismo.

Me doy la vuelta y me envuelvo en la sabana. Lo único que quiero saber es, si lo que pasa en mi mente es real, porque si es real, estoy hundida hasta la coronilla.

— Luces fuera —pasa una voz diciendo por el pasillo y todo se torna oscuro. Cierro los ojos y ruego no tener pesadillas. Y algunas veces los deseos se cumplen.

Camino por la nieve, mis zapatos se hunden y el frio llena mis pies, pero no importa porque mi mano esta cálida, sus ojos azules me llevan de la mano, me sonríen y les sonrío. El mundo parece perfecto y balanceado, pero todos sabemos que el mundo no es así, entonces mi pie se hunde, mi cuerpo también, su mano me suelta y caigo en un abismo, mi garganta revienta en un grito.

— ¡A23! —una sacudida me levanta.

La enfermera Kuznetsova me mira enojada desde la puerta.

—Son las 7:23 a.m. —me mira de arriba abajo, como reacción natural me cubro, la bata no me hace sentir segura— ya es tarde para su cita, levántese, el Doctor la espera.

Obedezco rápidamente lo que me dice, no es conveniente llevarles la contaría, los moretones en mi cuerpo me recuerdan eso. Cuando me peino me evito ver en el espejo, apenas y veo una sombra de reojo.

Salgo con la enfermera hacia el consultorio del Doctor Semiónov.

—A partir de hoy te atenderá el Doctor Ilyin, el Doctor Semiónov lamentablemente falleció.

Una pequeña satisfacción se forma en mi pecho y al mismo tiempo me pregunto ¿qué clase de persona soy si me alegro por la muerte de un ser humano? La respuesta me da miedo.

—Se buena con él —asiento y ella toca la puerta.

— ¡Adelante!

Giro la manija y entro.

—Toma asiento.

Es un Doctor joven, como mínimo 28 máximo 35. Sus ojos cafés mi miran con dulzura, pero todos aquí sabemos que es falsa. Los ojos te pueden decir tanto de una persona, si esta triste, alegre, distraída, si su mente está alterada... todo. Pero hay una mirada que es la más peligrosa, esa que te transmite seguridad, que te hace sentir que estas a salvo, porque, o es una simple persona segura de sí misma, o es un maldito buen mentiroso. Los mejores mentirosos jamás se delatarían con su mirada. Aquí abundan los del último caso.

Después de estar ocupado buscando unos papeles, me pone atención. Es apuesto.

— ¿A23?

—Sí —ha de pensar que por el hecho de ser apuesto automáticamente una paciente enferma, débil e indefensa confiaría en él, así de mal funciona nuestra lógica cerebral. Pero no la de todos.

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