Capítulo 3

450 15 0
                                    

Álex cogió el tren destino a su universidad, como todos los días. Por delante le esperaba una hora de viaje monótona y cansada. A las siete de la mañana apenas era persona; además, se encontraba mal y el dolor de su espalda no cesaba. Con los cascos puestos, se dejó arrullar por la música y consiguió evadirse de las voces de la gente.

       Suerte que encontró un asiento libre al lado de la ventanilla. Dejó la mochila en el suelo y estiró las piernas, observando el paisaje pasar mientras el tren se movía por el exterior.

       La voz grabada anunció la siguiente parada con apenas tonalidad. Como de costumbre, una oleada de gente se subió al tren, abalanzándose sobre los pocos asientos que faltaban por ocupar. Sin siquiera mirar a la persona que se había colocado a su lado, retiró la mochila para que pudiera sentarse enfrente de él.

       —¿Álex? —Consiguió escuchar por encima de la música de su reproductor.

       Se quitó los cascos y levantó la vista, llevándose una grata sorpresa al ver de quién era esa voz.

       —¡Clara! —Enrolló los cables de los cascos, metiéndolos en el bolsillo de la chaqueta—. No sabía que cogieras este tren. Nunca te había visto.

       —Nunca te habrás fijado —corrigió ella con tono burlón—. O sea que tú también entras temprano a clase. Genial, así me entretengo charlando con alguien durante el viaje. —Miró de reojo a su alrededor y se acercó a Álex—. Hay gente muy extraña a estas horas —susurró.

        Álex no pudo evitar reírse. Tenía razón.

       Hablaron durante aquel rato hasta que llegaron a su parada. No tuvo valor para decírselo, pero Clara le había alegrado un día que se presentaba desastroso.

       Mientras charlaban, descubrió al mismo anciano harapiento, esta vez sentado delante de la puerta: igual que el anterior día, el hombre le dedicó una larga y profunda mirada. Clara se dio cuenta y observó a Álex con preocupación.

       —¿Conocías a ese hombre? —preguntó cuando ya habían bajado y el tren abandonaba el andén. Álex negó con la cabeza.

       —No, pero ayer también lo vi. —Recordó la imagen de sus ojos—. Incluso iba con el mismo periódico y con esa mochila a su espalda.

       —Seguro que es un vagabundo —opinó—. Con este tiempo y el frío que hace en la calle, prefieren meterse en la estación.

       A Álex aquello le pareció lo más razonable y lo más sano para su estado mental; entre otras cosas porque, de no ser así, empezaría a temer por su integridad física.

       —Bueno, yo me voy por aquí —comentó Clara, desviándose del camino que él llevaba—. Si no coincidimos a la salida, nos veremos mañana, así que... —Se despidió de él con la mano—. Hasta luego.

        Él también alzó la mano para despedirse mientras la veía alejarse. No le había preguntado cuál era su horario, pero él se quedaría a comer allí y luego iría directo al gimnasio, por lo que probablemente no volverían a encontrarse hasta mañana.

       El día se le hizo eterno. Tuvo que salir varias veces de clase para despejarse un poco, ya que se notaba destemplado. Su espalda tampoco le concedía ni un segundo de comodidad; de hecho, al salir del gimnasio su dolor se había acentuado muchísimo, y se maldijo por haber ido a hacer ejercicio en ese estado.

       Ya de regreso en el tren volvió a verle, sentado en su mismo vagón: si solo era casualidad, estaba coincidiendo con ese tipo demasiadas veces.

       Trató de ignorar su presencia observando las luces de la calle a través de la ventanilla, o entreteniéndose con cualquier tontería pero, una vez más, los ojos inquisitivos del anciano no se apartaron de él hasta que bajó en su estación.

       Al llegar a su casa tomó un antiinflamatorio y le pidió a su madre que le mirase la espalda.

         —Tienes dos bolitas al lado de la columna —comentó su madre, masajeándolas—. Seguramente sean contracturas... aunque están en un lugar muy extraño. Deberías ir al médico.

        —Tonterías. —Se puso de nuevo la camiseta y se estiró—. Me he dado mucho tute en el gimnasio últimamente. Nada más.

       A decir verdad no le gustaban los médicos y prefería prescindir de ellos hasta que no hubiese más remedio. Su madre le miraba por el espejo, preocupada. Álex quiso quitarle importancia argumentando que ni le dolía ni le molestaba.

       —Me voy a dormir ya —informó, pasándose los dedos por el poco pelo que le había crecido—. Me duele un poco la cabeza. Creo que tengo fiebre.

       Debía dejar de hablar a su madre sobre sus dolores, porque ese comentario la preocupó más todavía. Al final ella se conformó con darle un beso de buenas noches. Álex se metió en su habitación y se tumbó en la cama sin siquiera cambiarse de ropa: estaba demasiado mareado.

*        *        *

Esperaba encontrarse mejor al día siguiente, cuando despertara, pero el dolor de cabeza se levantó con él y le acompañó hasta la noche, por lo que de nuevo agradeció que Clara le tuviera entretenido de camino a la universidad. Con ella conseguía olvidarse de los problemas físicos y pasar un buen rato.

       Por la tarde prefirió no ir al gimnasio y regresar pronto a casa. Al subir al tren buscó con la mirada a Clara... tampoco tuvo suerte esta vez. Desanimado y agotado físicamente se sentó, y miró a su alrededor buscando a alguien concreto; por suerte, ese día no estaba el hombre misterioso.

       Sin embargo, al llegar a su parada supo que había cantado victoria demasiado pronto. No solía fijarse en la gente que entraba en el vagón, pero volvió a toparse con esa barba y esos ojos grisáceos. Allí estaba, en primera fila, estático, esperando a que la gente se apeara del tren.

       Álex se lo encontró de frente, ya sin tiempo de reaccionar. Entre enfadado y asustado, intentó salir lo más rápido que pudo de allí. El hombre le había mirado fijamente al bajar y se había dado la vuelta para clavarle los ojos en la nuca mientras se alejaba, sin subir al tren. Temió que le siguiera, aunque no había nadie a su espalda cuando abandonó la estación.

Puedes encontrar el libro desde la página de Grupo Planeta o desde amazon:

https://www.amazon.es/Mis-alas-beso-Marta-Conejo-ebook/dp/B00I49GXKU?ie=UTF8&*Version*=1&*entries*=0

MIS ALAS POR UN BESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora