Carta 5: Gula.

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⚠️ADVERTENCIA: Este capítulo contiene contenido sensible para algunos lectores, por favor prioriza tu salud mental y bienestar integral, si eres una persona sensible.

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     Aborrecible pecador,

      Aún me parece insólito pensar que esos no sean tus únicos pecados, pero hace más fácil matarte. Tu siguiente pecado fue uno que, personalmente, me repugna: la gula.

      Me enteré de este horroroso pecado durante una deslumbrante cena para celebrar tu nueva adquisición inmobiliaria. Al parecer, no soy la única contradictoria. Tenías comida para alimentar a un país en desarrollo con sobrepoblación, tus invitados comieron hasta quedar satisfechos, y tú comiste el doble de eso. Luego, las sobras terminaron en la basura.

      Debo admitir que este hábito tuyo me causa especial repulsión porque mi hermana llegó a padecer anorexia nerviosa, fue una etapa oscura de su adolescencia. Sincerándome contigo, puedo decir que ella sufrió un cambio fuerte desde que nos mudamos a la nueva casa. A diferencia de los demás, no fue por exceso de trabajo como mi papá, ni ventas ilícitas como mi hermano, ni un amante como mi madre, ni una obsesión compulsiva por el estudio como yo.

      En su caso particular, fue el exceso de fiestas. Sin embargo, cuando mi madre nos abandonó, la situación se intensificó, todos teníamos demasiados problemas y nos habíamos alejado tanto que nadie la detuvo.

      Más tarde, debo admitir que, tras la detención de mi hermano, comencé a notar que adelgazaba demasiado rápido y apenas comía. Mi padre ya no sabía cómo hablarle, y su severidad no se limitaba solo a ella, sino también a mí, especialmente cuando se trataba de comida. Esto afectó profundamente a mi hermana. Para ella, comer no era tan simple como para el resto; era una batalla constante.

      Sin embargo, la situación no se detuvo ahí. Mi hermana se volvió más callada, y a veces la escuchaba llorar en la madrugada. A pesar de ello, no hice nada, y eso es lo que más me atormenta. En su momento, atribuí su llanto nocturno al estrés de nuestra difícil situación, pero en realidad, era miedo. Miedo a abrir una caja de Pandora que terminara por destruir lo que quedaba de nuestra familia. Al final, ese miedo nos consumió a todos.

     Una noche, su llanto era más intenso de lo habitual. Toqué su puerta, pero ella se negó a abrir. En lugar de insistir, me retiré como un idiota. Sin embargo, algo dentro de mí no me dejaba descansar. Sentía que algo estaba mal, un presentimiento que me decía que su sufrimiento no se debía solo a nuestra precaria situación.

     Fui a su habitación y toqué la puerta como si estuviera poseída. Mi padre, despertado por el ruido, buscó la llave y abrió la puerta, apenas la tuvo en sus manos. Allí estaba mi hermana, con un brazo ensangrentado, manchando la alfombra rosa, mientras el otro, también ensangrentado, apretaba su almohada amarilla contra su rostro.

     Mi padre salió en busca de un teléfono para llamar a emergencias. Yo me acerqué con cautela, como si estuviera en un sueño. Vislumbré una pequeña hojilla que solía usar para quitar costuras, tirada en el suelo. Un poco de su rostro se asomaba debajo de la almohada manchada; estaba pálida y sin su habitual luminosidad.

     La vida me ha demostrado que no es un cuento de Disney, donde las princesas encuentran a su príncipe encantador y viven felices para siempre. Al contrario, ese "felices para siempre" es solo una historia inconclusa. De hecho, la vida se asemeja más a un relato de Edgar Allan Poe: breve, a menudo triste, a veces aterradora y rara vez feliz.

     Suficiente por hoy. Esperaba que, a estas alturas, tuvieras una idea de por qué te encuentras en esta situación. Sin embargo, parece que eres hábil en destruir vidas ajenas. Ya he notado a tu nuevo personal de seguridad; agradécele a tu padre. Pero no será suficiente. No entiendo cómo, en su mundo millonario, prefieren evitar "un escándalo innecesario" llamando a la policía.

Con desprecio, tu asesina.

Con desprecio, tu asesina

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