El terror de Sexto "B"

16.8K 50 24
                                    

  Hace una semana yo era un tipo común y corriente. Digamos que sin problemas. Porquetener matrícula condicional y el año prácticamente perdido no son problemas graves. Ahorasí estoy metido en un lío. Y tengo que contárselo a alguien porque ya no puedo cargar máscon este casete prendido en la cabeza dándome vueltas día y noche.Primero que todo, me presento. Mis amigos me dicen el terror de Sexto "B". Soyespecialista en sabotear clases y en hacer todo tipo de bromas pesadas. Hay quienes dicen quesoy un líder negativo, pero eso es porque no me conocen de verdad. En el fondo, soyinofensivo y hasta buena gente. O era, por lo menos. El jueves 7 de octubre, todo cambió. Fueen clase de inglés con el profesor Quiroga, alias Porki. Él no necesita mucha presentación.¿Ustedes ven dibujos animados? Entonces imagínense al Porki de las tiras cómicas conanteojos, vestido de paño y treinta años de experiencia. Así, tal cual, es mi profesor de inglés.Ese jueves, su clase empezó, como de costumbre, con la tortura de pasar al tablero. Lamirada misteriosa de Porki, recorrió mentalmente los treinta nombres de la lista. Empezó conAcevedo, Acuña, Agudelo, Bonilla, Botero, Calderón y no llamó a ninguno. Era como laruleta. Siguió bajando despacio para aumentar el suspenso. Presentí su paso por la D, la E, laF, la G y la H. Luego lo vi bajar hacia el final de la lista y me sentí salvado. Pero qué va, falsaalarma. Otra vez arrancó en Zuluaga y su lápiz afilado subió derechito hasta llegar a minombre. En él quedaron detenidas sus siniestras pupilas.—Hernández Sergio, pase al tablero con su tarea.Con el corazón en una mano y el cuaderno en la otra, me paré, sabiendo a lo que iba...Le entregué el cuaderno cerrado para retrasar su furia.—No le pedí el cuaderno para mirarle el forro —dijo, con un tono de burla—. Lo quequiero es la tarea.Haciéndome el bobo, abrí el cuaderno en la página de la tarea o, mejor, en la hoja enblanco, porque no había hecho nada. Él no se demoró ni un segundo en descubrirlo.—¿Por qué no hizo la tarea, jovencito?—Porque no entendí, profesor.Como estaba previsto, todo el curso soltó la carcajada.—Explíquenme el chiste, que no le veo la gracia —dijo Porki, siguiendo también lo queestaba previsto.—En serio, profesor... Porque yo no entendí lo de los verbos irregulares.Hubo otro ataque de risa general y yo estaba feliz en mi papel de payaso. Contraataquécon otro apunte pesado pero Porki no me siguió la cuerda. Estaba en uno de sus peores días ydecidió ahorrar tiempo y esfuerzo conmigo. De una, me mandó a la rectoría.—Deme otra oportunidad. La última oportunidad, se lo juro.—Yo más ya no puedo hacer por usted —dijo con voz de víctima.—Tengo matrícula condicional y el rector me advirtió que a la próxima me expulsan —ledije casi arrodillado.—Ése no es mi problema. Ha debido pensarlo antes. Haga el favor de salir inmediatamentey ni una palabra más.O sea que no hubo caso. Cerré la puerta del salón y me quedé ahí parado, en unaencrucijada temblé. No podía ir a la rectoría porque eso significaba salir derechito a buscarcolegio. Tampoco podía seguir ahí, como un boboen medio del corredor, esperando a que algún profesor me pillara fuera de clase. Entonces,me fijé en la puerta vecina de Sexto "B", que tenía una terrible advertencia:  Sitio De Material Didáctico Termina mente Prohibida La Entrada De Alumnos.

  La amenaza era en serio. Entrar a ese cuarto era arriesgarse a que a uno le cortaran lacabeza, como en el cuento de Barba Azul. Pero, en ese momento, la puerta prohibida fue miúnica tabla de salvación. Preciso ese día estaba sin llave. Moví el picaporte y misteriosamentese abrió. Ahora que lo pienso, era el destino. En un acto de valentía, entré y me agazapé en unrincón de ese horrible depósito. Yo lo había visto mil veces desde mi salón. Es que Sexto "B"tenía una ventana que comunicaba con ese cuarto. Lo llamábamos el acuario porque, con lanariz pegada al vidrio, podíamos ver todos los tesoros empolvados que ahí se guardaban.Pero una cosa era ver el acuario desde el salón y otra muy distinta era hacer parte de él. Estarahí, agazapado en la penumbra, rodeado de todos esos objetos sobrecogedores, me helaba lasangre.De entrada, tropecé con un águila disecada y vi una docena de ratones muertos quenadaban entre frascos de formol. Más allá estaba la calavera, compartiendo estantería con unmontón de huesos humanos. ¿Qué más quieren que les diga? Para donde mirara, mis ojos seencontraban con algo cada vez peor: había una familia de insectos clavados en un icopor conalfileres; un ratón blanco, prisionero entre su jaula; unas láminas de conquistadores que memiraban furibundos desde el más allá; un rollo de mapas de todos los continentes cubiertoscon telarañas y, al fondo, cerca de la ventana, el plato fuerte: un esqueleto de tamaño natural.Ver y decir lo que había allá es una cosa. Respirar ese olor a formol mezclado con moho, esotra muy diferente. El aire empezó a faltarme y me sentí mareado. Pensé que ese cuarto noestaba diseñado para que alguien se escondiera ahí adentro. De hecho, los profesoresentraban unos segundos, recogían lo que iban a usar en la clase y salían. Claro, además demorirse del susto, sabían que no había ventilación. El único ventanal, como ya les dije,limitaba con mi salón y estaba herméticamente sellado. Mi reloj marcaba hasta ahora las ochoy treinta, o sea que faltaba todavía media hora de clase. ¿Sobreviviría media hora más? Elcorazón, que se me iba a salir de la camisa, y las ganas de vomitar, me decían que no. Lo másseguro era que me encontraran allí desmayado o, de pronto, hasta muerto. Listo para usar enla clase de anatomía, como todo ese montón de huesos. Cuando me oí con esas palabras entre la cabeza, creí que ya había empezado a delirar. Pero luego lo pensé mejor y me dije a mímismo: "Reacciona, imbécil. No es para tanto".O trataba de distraerme, o de verdad me moría. Me. arrastré hacia la ventana quecomunicaba con Sexto "B" y esa cercanía me hizo sentir mejor. Desde allá, alcanzaba a oír losmurmullos de un mundo conocido. La voz de Porki leía las aventuras de Tom and Mary, losprotagonistas del libro de inglés, que eran perfectos y vivían unas situaciones aburridísimas,por capítulos. Parecía extraño, pero ese par de imbéciles lograron devolverme un poco decalma. Los minutos empezaron a caminar normalmente y, en medio del peligro, traté depensar con cabeza fría: la situación estaba controlada. Ningún profesor iba a entrar aldepósito porque todos estaban ocupados. Estar en un lugar tan espeluznante, tenebroso yprohibido, era un privilegio. Tenía que aprovecharlo y salir a contarle el cuento a mis amigos.Es más, ya sabiendo que a veces el depósito se quedaba sin llave, iba a organizar unaexpedición secreta, sólo para los más arriesgados. Yo podía ser el guía.Me sentí orgulloso de oírme con esos nuevos pensamientos. Había vuelto a ser elmismísimo Terror de Sexto "B", como siempre. El olor fétido había dejado de molestarme y,viéndolo bien, todos los bichos, menos el ratón blanco, estaban disecados. Volví a mirar lostesoros, ya sin tanto miedo y, de repente, mis ojos se fijaron en un detalle fascinante: elesqueleto humano tenía un montón de cuerdas de nylon, casi invisibles. Colgaban de loshuesos de las manos, de los pies y de la cabeza como si en lugar de material didáctico, fuerauna marioneta macabra, puesta ahí para asustar a alguien. Era insólito. Al mover los hilos, elesqueleto podía levantar sus manos huesudas, chocar las rodillas, o temblar de miedo. Elsistema funcionaba como si fuera el invento de un genio malvado.Era tan divertido el juego, que el poco miedo que me quedaba se me fue quitando. Desde elotro lado de la ventana, Porki seguía con su insoportable lectura. Me alegré de no estar enclase y pensé que Sexto "B" era a veces más asfixiante que el olor a formol. £f to me apoyó,diciendo que sí con un movimiento de calavera. Entonces se me ocurrió una ideadescabellada: decidí que mi marioneta y yo íbamos a participar en clase de inglés, para darleuna buena lección al profesor Quiroga.Con mucho cuidado, senté al es que o en un pupitre oxidado que había frente a la ventanade Sexto "B". Esa fue la parte fácil. Lo hice con movimientos muy lentos, mientras el profesorseguía con las gafas metidas entre el libro de inglés. Después me escondí detrás del marco dela ventana, abarrando bien las cuerdas de nylon que movían los huesos del brazo derecho.Todo salió perfecto. El esqueleto quedó sentado, del otro lado del cristal, mirando al profesorsin perder un sólo detalle de la clase. Era el alumno perfecto. Me moría por ver la cara dePorki, pero no me atreví a asomarme. Cualquier descuido podía ser fatal. Había que tenerpaciencia... Y la tuve, hasta que por fin se terminó la dichosa lectura. El momento de lafunción había llegado y me preparé como un verdadero titiritero.—¿Quién no entendió algo ? —preguntó Porki.Moví hacia arriba las cuerdas de nylon y el esqueleto levantó lentamente su mano derecha.Sólo oí un silencio aterrador y luego un barullo general. Algo había sucedido y quise mirarla escena, pero me quedé inmóvil en mi escondite. Después de unos instantes, volvió a oírsela voz de Quiroga, un poco extraña, como cavernosa. Eso confirmaba que la escena le habíaimpactado.—Any questions?De nuevo moví las cuerdas. El esqueleto volvió a levantar su mano huesuda, como siquisiera preguntar algo.Esta vez no aguanté la curiosidad. Asomé un ojo para mirar a Porki y lo vi lívido y con losojos aterrorizados. Pero, al cabo de un tiempo pareció recuperarse y pronunció sus palabraspreferidas:—Open your notebook, please. The homework for tomorrow is...Estaba a punto de dictar la tarea cuando volví a concentrarme en mí actuación. Era elmomento culminante del espectáculo. Moví las cuerdas de una manera tan perfecta, que elesqueleto volvió a levantar la mano, girándola de un lado a otro para decir adiós. Fue unmovimiento muy coordinado y yo ya me estaba sintiendo orgulloso de mi talento paramanejar marionetas, cuando oí del otro lado señales de alarma. Todo el curso murmuraba yse sentía una atmósfera de preocupación.—¿Se siente mal profesor? —oí preguntar a Rodríguez.—No —dijo Porki, con un hilo de voz—. Les dejo estos minutos libres.—Y de tarea, ¿qué hay que hacer? —dijo el sapo del Botero.—No homework for tomorrow. Time is over —fueron las últimas palabras que le alcancé aoír.Hasta mi escondite llegaron los gritos de alegría. A nadie en Sexto "B" le preocupó elextraño comportamiento del profesor Porki. Sólo el esqueleto y yo lo sentimos pasar pornuestra puerta, arrastrando sus zapatos viejos. Cuando los pasos se perdieron, me atreví asalir del depósito y aproveché el desorden general para colarme en el salón como si nada.Adentro había una fiesta completa, con guerra de tiza incluida, para celebrar semejanteacontecimiento. Era la primera vez en la historia del colegio que el profesor Porki regalabatiempo de su clase y no dejaba tarea.Mis amigos me lo contaron maravillados y yo casi ni los oí. No me atreví a comentar miúltima hazaña con nadie. Tenía clavada la mirada aterrorizada de Porki y su voz temblorosa,cuando vio que el esqueleto le decía adiós con la mano. Disimuladamente traté de averiguarpor él en otros salones y me dijeron que no habían tenido clase de inglés, porque el profesorestaba "indispuesto". Desde ese momento, empecé a sospechar que se me había ido la mano»Durante el resto del día casi no abrí la boca ni me hice el chistoso en ninguna ciase. Por lanoche tuve pesadillas y me desperté temblando de fiebre. Mi mamá me dijo que debía ser unvirus y que mejor me quedara en la casa. Yo, por primera vez en mi vida de colegio, melevanté enfermo y fui el primero en llegar al salón. Necesitaba ver a Porki sentado en elescritorio, con su libreta abierta, como cualquier día. Es más: necesitaba ganarme otro cero enel tablero. Con eso quedaba tranquilo.Pero no fue así. Pasó el viernes y volvió el lunes y Porki no fue al colegio. En la mañana delmartes, el rector nos hizo formar en el patio, desde kinder hasta Undécimo. Tenía una caralarguísima y yo presentí lo que iba a decirnos:—Los reuní hoy a todos, para darles una noticia muy triste. El profesor Quiroga está en elhospital. El caso es grave. A menos que suceda un milagro... —dijo, con un tono terrible, desesión solemne. Y siguió diciendo un montón de palabras que yo ya no oí. Desde entoncessólo espero que suceda un milagro y que Porki entre por esta puerta de Sexto "B", como sinada.Dicen los chismes que él ya no vuelve y que el próximo lunes llega una nueva profesora areemplazarlo. He oído también que estaba muy enfermo desde hacía tiempos, pero que nohabía querido decírselo a nadie, para que no le tuvieran lástima ni le pusierancondecoraciones. Supongo que la gente dice esas cosas simplemente por opinar y porquetodavía nadie sabe qué fue lo que realmente sucedió. Ustedes, que llegaron al final de estahistoria, son los primeros en saberlo.Si por casualidad saben dónde está Porki, cuéntenle todo. Díganle que era sólo una bromapesada. Que no es para tanto... Que no me haga esto  


                                                 

El Terror De 6-BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora