Juliana era gorda, pesada y lenta. Tenía trece años, uno cincuenta de estatura y cincuenta ytantos kilos encima, muchos más de los que su uniforme de gimnasia podía contener.Por eso los martes al mediodía, deseaba con todas sus fuerzas no haber nacido. O volverseinvisible. O vivir lejos, muy lejos del Nuevo Liceo, para no pasar por la tortura de ponerse eluniforme en público, delante de las miradas de sus quince compañeras, mucho más esbeltasque ella.Eso por no hablar de las otras quince miradas, las de sus compañeros hombres, quesiempre se las arreglaban, a esa hora, para espiar por las ventanillas del baño de mujeres.—Tal vez —pensaba Juliana para consolarse— tal vez a mí ni me miran... Seguro están conlos ojos fijos en las bonitas del salón. Por ejemplo, en la creída de la Paula, que siempre secambia junto a la ventana, preciso en el sitio más visible y luego se hace la ofendida cuandodescubre que la están mirando. Claro... ¡la muy hipócrita!La tortura de Juliana llevaba varios años y prometía durar muchos más. Había usado yatodas las artimañas, todas las disculpas caseras y todas las excusas médicas para salvarse dela gimnasia. Sufrió intensos dolores de estómago, justo los martes al mediodía. Usó cuelloortopédico sólo los martes a la quinta hora. Le dio fiebre de 38 grados dos martes seguidos yhasta llegó al extremo de romperse un brazo. Ese sí fue su mejor antídoto, porque logró pasardos meses y medio enyesada. Es decir, diez horas de gimnasia mirando la clase desde lasgraderías, sin mover un dedo.Pero tantos años llenos de martes al mediodía, habían terminado por agotar todas lasposibilidades de escape. Así que los martes, a la una en punto de la tarde, la clase más cruelde la historia volvía a comenzar.El profesor llegaba horriblemente puntual, con su ridículo uniforme y su silbato dedomador de circo, listo para iniciar la función semanal. -—Piiiiiiii —decía su silbato. Lo que traducido a lenguaje humano significaba: "Haganinmediatamente una fila por orden de estatura".—Piiiiiiii —repetía el silbato del domador. Lo que en idioma español quería decir: "Eso noes una fila, señoritas. Tomen distancia lateral".Después de diez o quince órdenes silbadas, la fila quedaba, por fin, "decente", según laspropias palabras del profesor. Entonces seguían, sin variar un milímetro, los terriblesejercicios de calentamiento.—Y uno y dos, respiren profundo.—Y uno y dos, flexionen el tronco.—Y uno y dos, los brazos a la derecha.—Dije a la derecha, señorita Juliana. Me va a tocar devolverla a kinder, a ver si aprendelateralidad.Risitas ahogadas de todo el curso. El brillante entrenador usaba sus chistes de circo parahacer reír al público.—Así es muy fácil ser payaso, a costa del malo de la clase —pensaba Juliana, todacolorada.Y como en esas pesadillas en las que uno sabe todo lo que sigue pero no puededespertarse, la tortura se repetía paso a paso, siempre idéntica para ella.—Piiiii —volvía a trinar el silbato—. Dos vueltas a la cancha, trotando. Muévanse,jovencitas, que esto no es un desfile de modas en el Club Social. Y usted, señorita, no se quedeatrás. Ándele, a ver si quema esos kilitos de más...Y Juliana trotaba. Y trataba con todas sus fuerzas de no quedarse atrás, pero llegaba deúltima. Lenta, pesada e infeliz, era siempre la última de la fila.Hasta que ese día, un martes trece de abril, Juliana amaneció distinta. Estaba de malaspulgas. Y sin saber cómo ni de dónde, sacó fuerzas y tomó la decisión más importante de suvida. Por eso no pareció inmutarse con el silbato del profesor en sus oídos y se quedó paradaen su sitio durante las treinta veces en que el entrenador trató inútilmente de organizar sudichosa fila con ella ahí atravesada. También sus compañeras intentaron, por todos losmedios, hacerla mover, hasta que se dieron por vencidas. Y les tocó trazar una línea recta conJuliana Rueda como único punto de referencia.El entrenador, desconcertado, hacía sonar su silbato con más fuerza que nunca. Pero erainútil. Juliana no lo escuchaba. Parecía sorda. Entonces, desesperado, empezó a hacer gestos ya mover las manos enfrente de ella, igualito a un policía de tránsito. Pero era inútil. Juliana nolo veía. Parecía ciega.El profesor llegó a preocuparse. Se puso pálido y se acercó a Juliana a ver si respiraba.Después le tomó el pulso, para descartar cualquier problema médico. Y cuando vio que todoera normal, se sintió con el derecho de estar más bravo que nunca. Entonces empezaron asalir por su boca todas las burlas y los regaños que les había ido soltando a sus alumnosdurante veinte años de experiencia. También eso resultó inútil. Juliana no se puso colorada.Estaba inmóvil e inexpresiva. Parecía de piedra.Ahora era el profesor el que estaba colorado como un tomate. Colorado y furibundo.Empezó con las amenazas. Primero le anunció un cero en disciplina. Luego lo pensó mejor y decidió expulsarla del colegio, si no recapacitaba inmediatamente. Era su autoridad la queestaba en juego y no estaba dispuesto a tolerar que una mocosa lo pusiera así, en ridículo,delante de toda la clase. Ya iba a saber esa niñita de lo que él era capaz.Y sí. En los minutos que quedaban de clase, el profesor Pacho Donaire fue capaz de casitodo: gritó, regañó, se lamentó, dijo que necesitaba e1 trabajo, echó discursos, hizo pataletas,etcétera, etcétera, etcétera. Sólo le faltó llorar.Por fin sonó la campana y rompió el encantamiento. Juliana dejó de ser estatua, dio mediavuelta y empezó a caminar por el corredor, con rumbo hacia quién sabe dónde. Todas suscomponer as la siguieron en fila, silenciosas y solidarias, como en una procesión. Nadie le dijouna sola palabra pero ella tuvo la sensación de no estar sola. Y también, de repente, se sintióextrañamente liviana.Ese martes trece de abril, a la quinta hora, se había quitado un peso de encima.
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El Terror De 6-B
AcakEL TERROR DE SEXTO "B" Yolanda Reyes Ilustraciones de Daniel Rabanal Completa :D