II
A la una del día doce, estaba sentado a la mesa con toda su familia el marqués de Avilés. Uno de los empleados del gobierno real acaba de llegar.
—¿Qué nos dice de nuevo el señor asesor? —pregunta el marqués.
—Nada de bueno: los insurgentes trepaban esta mañana a las siete la cuesta de Chacabuco: nuestro ejército los espera de este lado y en este momento se está decidiendo la suerte del reino, señor marqués. Entre tanto, ¿V. S. no ha leído la Gaceta del Rey?
—No, léala usted y veamos.
—Trae la misma noticia que acabo de dar a V. S. y este párrafo importante.
El Asesor lee:
"Anoche ha sido aprehendido, en una casa respetable de esta ciudad, el coronel insurgente Carlos del Río. Se sabe de positivo que este facineroso ha sido el vencedor de nuestras avanzadas en la cordillera y que juzgando el insolente San Martín que podía sacar gran ventaja de la audacia y sagacidad de este oficial le ha mandado a Santiago con el objeto de ponerse de concierto con los traidores que se ocultan en esta ciudad. Pero la providencia divina, que protege la causa del Rey, nuestro señor, puso en manos del gobierno el hilo de esta trama infernal y uno de los mejores servidores de S. M. entregó anoche al insurgente, el cual se había atrevido a violar el asilo de aquel señor con un objeto bien sacrílego. S. M. premiará a su debido tiempo tan importante servicio y el traidor expiará hoy mismo su crimen en un patíbulo, a donde le seguirán sus cómplices..."
Aquí llegaba la lectura del Asesor, cuando Rosa, que estaba al lado de su padre el marqués, cae desmayada, lanzando un grito de dolor. Todos se alarman, la marquesa da voces, el Asesor se turba, unos corren, otros llegan; solo el marques permanecía impasible y diciendo al Asesor:
—No se fije usted en esta loca, yo he sido quien ha prestado al Rey ese servicio, yo hice aprehender aquí, en mi casa, a ese insurgente que me traía inquieta a Rosa de mucho tiempo atrás; qué quiere usted ¡casi se criaron juntos! La frecuencia del trato, ¿eh?... El muchacho se inquietó, con los insurgentes, yo le arrojé de mi presencia y hoy ha vuelto a hacer de las suyas!
Después de algunos momentos, merced a los auxilios de la marquesa, Rosa vuelve en sí: sus hermosos ojos humedecidos, su color enrojecido, sus labios trémulos, su cabellera desarreglada, sus vestidos alterados, todo retrata el dolor acerbo que desgarra su corazón: es un ángel que pide compasión y que solo obtiene por respuesta una sonrisa fría, satánica!...
—¡Padre mío, dice arrodillada a los pies del marqués, yo juro no unirme jamás a Carlos, pero que él viva!...
¡Un sollozo ahoga su voz!
—Que él muera, replica el anciano fríamente, porque es traidor a su Rey.
—¿No os he dado gusto, padre mío? ¿No me he sacrificado hasta ahora por respetaros? Me sacrificaré mas todavía, si es posible, pero que él viva!
—¡Vivirá y será tu esposo, si reniega de esa causa maldita de Dios que ha abrazado, si vuelve a las filas de su Rey...
El anciano se conmovió al decir estas palabras. Rosa se levanta con una gravedad majestuosa y como dudando de lo que oye, fija en su padre una mirada profunda de dolor y de despecho, y concluye exclamando con acento firme:
—¡No, señor! Quiero más bien morir de dolor y que Carlos muera también con honra por su patria, por su causa: yo no le amaría deshonrado...
Desapareció. Un movimiento de espanto, como el que produce el rayo, agitó a todos los circunstantes.
Las tinieblas de la noche iban venciendo ya el crepúsculo, que hacía verlo todo incierto y vago.
Había gran movimiento en el pueblo, el susto y el contento aparecían alternativamente en los semblantes, nadie sabe lo que hay, todos preguntan, se inquietan, corren, huyen; el tropel de los caballos y la algazara de los soldados de la guarnición lo ponen todo en alarma. La gente se apiña en el palacio, el Presidente va a salir, no se sabe a dónde: allí están el marqués, la marquesa, el asesor y otros muchos de los principales.
Rosa aprovecha la turbación general, sale de su casa disfrazada con un gran pañolón: oye vivas a la patria, sabe luego que los independientes han triunfado en Chacabuco y corre a la cárcel a salvar a su querido: llega, ve todas las puertas abiertas, no halla guardias, todo está en silencio, los calabozos desiertos; corre despavorida, llama a Carlos, solo le responde el eco de las ennegrecidas bóvedas. Penetra al fin en un patio: allí está Carlos, el pecho cruelmente desgarrado, la cabeza inclinada y atado por los brazos a un poste del corredor... ¡Una hora antes lo habian asesinado los cobardes satélites del Rey!
Rosa toma entre sus manos aquella cabeza que conservaba todavía la bella expresión del alma noble, inteligente, del bizarro coronel; quiere animarla con su aliento... se hiela de horror... vacila y cae de rodillas... Una mano de fierro la levanta, era la del marqués que con voz trémula y los ojos llorosos le dice:
—¡Respeta la voluntad de Dios!
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ROSA 1900s
Short StoryRosa De José Victoriano Lastarria Portada: John Duncan 1866-1945 - Scottish Symbolist painter