Prólogo

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Si has crecido en un pueblo, al igual que yo lo hice, sabrás que en estos lugares conviven varios planos de tiempo y consciencia. El pasado se funde con el presente y a su vez con el futuro. Un futuro muy similar al presente y al pasado, a lo posible y a lo improbable. Esta esencia mística para los visitantes, tan acostumbrados a lo cotidiano, normalmente se traduce en un cierto encanto pastoril que les llega al alma. Ese encanto rural que no saben definir. Algo que les trasporta a días pasados, ya que sin saberlo, cuando llegan aquí están caminando por la memoria de los hombres.

Si has crecido en un pueblo, conoces el sabor a historia, a memoria reciente y antigua. Memoria que con orgullo emplea la tradición para premiar o castigar. Los hijos a menudo arrastramos la culpa de los padres como una larga cadena, y nos etiquetan con orgullo con los sobrenombres de nuestros abuelos. Apodos que son más bien nombres de guerra, que invocan tempestades y solanas. En los pueblos los pecadores siempre pagan sus condenas, en esta vida o en la siguiente. Y como no hay nadie que sea profeta en su tierra, a duras penas hay vencedores por aquí.

La gente de pueblo es de otra pasta. Si bien durante generaciones han aprendido a trabajar duro para sobrevivir, sus vidas fluyen al margen de ganarse una reputación dentro de un frágil entramado social. Sobre todo los más viejos, suelen ser los más valientes. Si bien es cierto que el que vive en un pueblo jamás tiene secretos, si los tiene, éstos jamas quedan silenciados durante mucho tiempo, siempre hay un halo de misterio sobre cada historia, además de cierta parte de verdad y cierta de mentira perniciosa. Y las maldades, o lo juzgado como pecados, siempre – siempre, siempre, – son recordados. La gente de pueblo es caníbal. Se alimentan los unos de los otros hasta no dejar más que los huesos.

Si has crecido en un pueblo, conoces todas las leyendas y las historias del lugar. Las has oído mil veces. Y a pesar de que sabes que jamás fueron ciertas, no puedes evitar sentir respeto y temor, y un suave hormigueo cuando te acercas al umbral de lo imposible. Una vez que cruzas esa puerta no hay vuelta atrás. Lo que nace en un pueblo, muere en un pueblo.

Espero que si alguien de mi pueblo llega a leer estas palabras, sepa reconocer en ellas el amor que me une a lo mágico y lo mundano, y si por casualidad alguno de estos lectores se ve reconocido a lo largo de estas líneas, espero que entienda que han sido redactadas con el más sincero respeto.

Si has crecido en un pueblo, al igual que yo lo hice, no sabrás diferenciar entre lo macabro y el chiste, reconocerás el sufrimiento como esfuerzo, y la recompensa será más dulce que el néctar.

UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora