Aquí el teléfono, allí el taller

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–Hay un teléfono público en la calle de arriba. –Un hombre menudo (muy menudo) salió de detrás de uno de los coches aparcados en la acera de enfrente. –También hay un taller, pero hoy está cerrado. Aunque si van con la urgencia les atenderán.

Astrid lo miró con curiosidad. Rafa empezó a preguntarle dónde estaba exactamente el teléfono público, y dónde el taller. Astrid se sintió ridícula al pensar que era posible que aquel hombre les hubiese estado espiando desde que llegasen, era tan pequeño que podrían no haberlo visto al principio ya que habría pasado inadvertido entre los coches. Era un hombre de unos sesenta o setenta años – quizás más – , completamente calvo, aunque tenía unos ojos enormes y la piel de la cara curtida por el sol y surcada por arrugas. Era casi enano, no debía medir más de un metro cincuenta. Levantó la mano derecha para indicarles la dirección, y esta le pareció extremadamente grande, con dedos largos y poco garbosos.

Se despidieron de el hombrecito dándole las gracias, y dejándolo allí se dirigieron hacia el teléfono público. Ya que parecía que la mala suerte los iba a acompañar todo el día, el cielo empezó a relampaguear para que todo fuese peor aún. Iba a caer una buena tormenta. Pasaron de nuevo por el mercadillo, y los comerciantes se apresuraban a recoger el género y sus puestos antes de la inminente tromba de agua. Lograron encontrar la cabina telefónica sin mucho esfuerzo. Rafa descolgó el auricular y se lo llevó al oído. Astrid se quedó detrás de él, mientras el viento empezó a mecerla con más fuerza.

–¡Venga ya! Esto debe ser una broma. –Esta vez él no gritó, su tono oscilaba entre fastidiado e irónico, Astrid se puso a su altura sin saber que esperar. –No da tono.

Volvió a colgar el auricular con un golpe seco, pero al hacerlo el aparato cayó al suelo, el cable que lo unía a la cabina y que lo hacía funcionar había sido cortado. Rafa soltó una risa entre dientes y gruñó algo así como "Cojonudo", mientras se pasaba una mano por el cabello intentando ordenar sus pensamientos. Empezó a chispear. Astrid, mirando al cielo preocupada, pensó en aquella película tan absurda en blanco y negro, esa en la que decían "Podría ser peor, podría llover". Unas gotas más gruesas cayeron con aplomo estrellándose sobre las aceras, era el preludio de lo que venía. Aquello ya no podía ponerse peor, o al menos eso era lo que ella quería creer.

–Vamos al taller. –Sentenció Rafa, rodeando a Astrid por los hombros con su brazo y protegiéndola de la lluvia incipiente. Ella se apretó contra él, sintiendo su cuerpo musculado y su calidez. "Detalles como este hacen que valga la pena intentarlo", se dijo cambiando el gesto preocupado por uno más calmado, y ambos echaron a andar apresuradamente a la par en busca del mecánico.


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⏰ Última actualización: Jun 28, 2016 ⏰

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