Tengo mucha pena y quisiera tener más. Por la tarde vino Angélica y le pidió ami mamá que me dejara acompañarla a las tiendas, y en la calle se nos juntó un jovenque ni me miró y no hizo sino hablar con ella. A ninguna tienda entramos; anduvimospor muchas calles y a mí me echaban por delante cuando no había gente. Yo queríamirar para atrás, pero no me atrevía. Después se despidió él y nos hemos vuelto muyligero. Ella estaba muy contenta. Mientras más ligero andábamos, más triste me poníayo, hasta que, ya en la esquina da casa, se me cayeron las lágrimas, y cuando ella me havisto llorar se ha llevado un susto y me ha preguntado por qué lloraba. Yo le hecontestado que porque ese antipático se nos juntó en la calle, y entonces ella ha soltadola risa, ha dicho: —«¡Qué chiquillo tan rico!»—y me ha preguntado si yo quiero ser sunovio. Yo, por supuesto, me he quedado mudo. ¿Qué iba a decir? Y ella se ha puestoseria un rato y luego me ha hecho cariños. Pero siempre tengo pena... y quisiera tenermás...
... y el tiempo va pasando y yo me voy poniendo peor. Me acuesto temprano yme hago el dormido inmediatamente para que me apaguen pronto la luz y me dejen soloy poder llorar, porque es tan bueno llorar cuando uno está así... ¡Con qué gusto se llora!Yo tengo que morder las sábanas para que mis hermanos no me oigan. Pero no se puedellorar mucho rato, ¿por qué será? Se va uno calmando sin querer y se le pone a uno elpecho muy fresco y, aunque quiera seguir llorando, no puede. Yo digo que no debía serasí, porque uno se queda con la pena. Yo, entonces, pienso en ella, en muchas cosas deella y mías. Anoche me acordé de cuando vino por primera vez a casa. Se había puestoun vestido solferino, y se le reflejaba el color en la cara, y en los ojos se le veíantambién dos puntitos solferinos. ¡Estaba muy linda, pero muy, muy linda! ¡Cada día esmás linda!... Esos ojos... como nuevecitos, flamantes, que pestañean de un modo tanraro, tan bonito: muy rápido, alegrándolo a uno; y el pelo se le riza y en las puntas se leva poniendo rubiecito... Yo la miraba, la miraba, ese día, y si ella me llegaba a mirar a
8
mí, yo tenía que quitarle la vista porque me entraba una cosa muy extraña. Peroentonces sentía yo en la cara su mirada, como una cosa tibia que me dejaba sin fuerzaspara moverme, ¡Por Dios, qué terrible! Mi mamá parece que lo notó, porque le dijo: —Este chiquillo se ha enamorado de ti, Angélica. No te despega la vista.— Mi mamá lodijo riéndose, sin intención, pero yo, desde entonces, ya no pensé sino en ella, enAngélica digo, y en lo que dijo mi mamá y... hasta hoy.Ah, y otro día me preguntó ella si la quería y yo le contesté que más que anadie en el mundo. ¡Qué bárbaro! Pero no me pude contener, se me escapó. Entoncesme miró mi mamá y yo me tuve que corregir y decirle que después de mi mamá y de miabuela y de mis hermanos. Pero no es cierto, ¡la quiero más que a todos! ¡Más que atodos, más que a todos! ¡Ay, qué gusto me da tener este cuaderno para decirlo!Me llaman para acostarme y no he alcanzado a hacer mis tareas del colegio.Me disculparé con que me dolía la cabeza, y me lo creerán, porque todo el día me hadolido la cabeza y en el colegio lo han sabido... Y por último, aunque me castiguen. Yotengo que escribir este diario porque no puedo conversar con nadie estas cosas, porque¿a quién se las voy a decir, si a decírselas a ella no me atrevo y si mis hermanos sontodos tan brutos?...
Mis hermanos no me quieren. Nunca me convidan a jugar porque dicen que nosé. Y tienen razón; yo no entiendo bien ningún juego, y es que no me gustan; y ademásno me divierten los otros chiquillos porque he visto que todos son muy distintos a mí.Ellos se olvidan de sus personas y de todas las cosas y pueden jugar a sus anchas,mientras que yo no me puedo olvidar de mí ni de nada, así es que nunca llego a fijarmebien en los juegos y siempre pierdo y hago perder a los de mi partido. Por eso dice miabuela que soy una pobre criatura, que estoy flaco y paliducho, que tengo las piernascomo palillos y que me tiene lástima. Más le tengo yo a ella, que tiene las manos llenasde venas y la cara color tierra seca y los labios blancos y los dientes amarillos, y que nisiquiera sabe tocar el piano como mi mamá, y no hace sino pelear con los sirvientes. Encambio, yo haría muchas cosas si fuera grande. Y si soy tristón, como ella dice, ¿qué leimporta a nadie? Además, yo siempre he sido así; lo que sí que antes no tenía pena sinocuando hacía tristeza, en esos días raros, y ahora más que antes, pero es por Angélica, yes una tristeza que a mí me gusta. ¿Cuándo volverá Angélica? ¡Mi Angélica de mialma!... Yo creía que iba a poder escribir en este cuaderno todos los cariños que le digocon mi pensamiento; pero ahora veo que aunque nadie vea lo que escribo, siempre me
9
da una vergüenza muy grande escribir esas palabras que le digo sin hablar o a su retrato.Anoche me robé su retrato del salón, antes de acostarme, y me lo llevé a la cama y loestuve besando mucho y le dije todas esas cosas que me da vergüenza poner aquí. Yoquería guardármelo para tenerlo siempre en mi cuaderno; pero de repente me entrómucho miedo de que me pillaran y no me pude quedar tranquilo, hasta que me levantéen camisa y lo puse otra vez en el álbum. ¡Claro!, me hubieran descubierto, porque encuanto hubiesen preguntado, ye me habría puesto nervioso y me lo habrían conocido enla cara.Mañana domingo puede que la vea en misa, y si no, le voy a decir a mi mamáque nos mande a la casa de mis primos. Allá va Angélica loa domingos por la tarde,muchas veces, y yo me puedo pasar la tarde con ella en el balcón, y con mi tíaCarmencita, que me quiere mucho porque dice que yo soy muy afectuoso. Ella sí que esbuena y muy bonita, y tiene las manos gorditas y suaves, y sabe contar cuentos con una voz bien suavecita y bien tranquila...
No fue a San Francisco sino a la Catedral, para pasearse en la plaza después dela misa, dijo; pero en la tarde sí la vi. No estuvo más que de pasadita en la casa de misprimos y cuando ya iba anocheciendo. Yo estaba con mi tía Carmencita en el balcón, yme había quedado mirando cómo titilaban los focos de la calle para encenderse y cómose ponía entonces descolorido el cielo, cuando ¡ella que se nos aparece en la acera!¿Cómo no la vi llegar?, digo yo. No quiso subir porque se le había pasado la hora ytambién porque a la Raquelita, que andaba con ella, le molestaban los zapatos nuevos;pero entonces mi tía y yo bajamos y nos estuvimos paseando todos desde la puerta hastala esquina. Venía tan contenta, que nos contagió, y después se puso a hablar en secretocon mi tía, y entonces las dos se reían y miraban lejos, hacía el lado por donde Angélicahabía llegado, pero con disimulo, porque yo no me pude dar cuenta de lo que buscabancon la vista. ¿Qué sería? Es lo malo que tiene, y eso que nadie sería más reservado consus secretos que yo. Pero pasa siempre así, que nadie adivina nunca quiénes son laspersonas que quisieran servirle a uno para todo y están cerca de uno y no se lo dicensólo porque no se atreven. Yo digo que se debía adivinar; lo que es que había de ser conseguridad, como me pasa a mí con don Carlos. Estoy seguro de que él quisiera que yo lecontara todos mis secretos, y a él sí se los confiaría yo si llegara el caso. Angélica no
10
ESTÁS LEYENDO
El Niño Que Enloquecio De Amor.
RandomEl niño que enloqueció de amor ¡Pobre feo! Papá y mamá Por Eduardo Barrios