adivina; pero, de todas maneras, estoy contento: le dijo a mi tía que yo era un encanto yhabló varias cosas buenas de mí y después me besó...y yo también, y como me tuvo dela mano todo el tiempo, me ha quedado el olor de sus guantes. Estoy bien, bien feliz.¿Por qué me quedaré tan contento cuando la veo sólo un momentito y cuando pasomucho rato con ella, no?......Me voy a acostar. Ojalá no golpeen la pared en la casa de al lado. Les hadado ahora por golpear, y me asustan. ¿Qué harán? Es un fastidio. Tanto como espero lahora de acostarme para estar completamente solo, a obscuras, y poder sentir bien estaespecie de sed y de felicidad, este ahogo tan dulce, este amor tan grande, y suspirar, yllorar de gusto hundiendo la cara en la almohada... y sin embargo, tantos sustos que hede pasar hasta ahí en mi cama. Y es que oigo unaporción de ruidos que me hacen saltar el corazón. Cuando no es un mueble que cruje, secae un plato en la cocina, o cierran una puerta, o golpean la maldita pared de al lado. Yono debía asustarme, porque no hago nada malo, sino estar despierto, y el pensamientono me lo adivinarían; pero me entra un miedo atroz y no lo puedo remediar...
Ahora mi mamá me observa. He pasado anoche un susto terrible. Mishermanos jugaban después de comer, corriendo en el patio, y yo los miraba desde elcorredor, recostado en un pilar y pensando en Angélica, cuando oí que mi mamá ledecía a mi abuela:—¿Estará enfermo?— Y entonces se me puso en el acto que estabanhablando de mí, y me quedé de una pieza. No me atreví a mirarlas, pero sentía que ellasme miraban a mí. Y así era, de mí hablaban, porque mi mamá volvió a decir:—Hacemuchas noches que no juega.— Y mi abuela le dijo que me dejara, que si no sabía desobra que yo era así, apagado y tristón y no vivo como mis hermanos; pero mi mamáme llamó. Yo estaba como una estatua; ni voz tenía del susto... La pura verdad, yo creoque me estoy enfermando, porque ya es mucho lo nervioso que me he puesto... —Tienes muchas ojeras, hijito. ¿Por qué no corres tú también un poco?—me preguntó mimamá, y yo le contestó que tenía sueño, y ella me tocaba la frente, creyendo que estaríacon fiebre; pero yo le aseguré que no tenía nada, y me puse a reír, a la fuerza, eso sí, yporque sólo de pensar que, creyéndome enfermo, me llevaran mi cama al dormitorio demi mamá, temblé. No tuve más remedio que reírme, porque perder mi soledad de lanoche... ¡eso sí que no! Mi abuela me encontró la frente fresca. Mi abuela opina siempreantes de examinar; así es que antes de haberme tocado ya tenía resuelto hallarme fresco.Algo bueno había de tener la pobre. Si mi mamá tuviera ese carácter, yo sería muyindependiente y más feliz. Pero me cuida demasiado. Porque me quiere será... y a mí me gusta que me quiera... pero es fastidioso que se fijen tanto en uno
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Lo más malo es que nadie me puede defender, puesto que nadie sabe lo que memartiriza este afán de mi mamá. Desde que me encontró ojeroso, no tengo más remedioque jugar todas las noches con mis hermanos. Ya tengo adolorido el cuerpo. ¿No es unmartirio, esto? He de saltar, y he de correr, y cantar, y acalorarme más que ninguno. Ysi al menos me divirtiera... Pero no, porque mi única preocupación mientras tanto es irfijándome en la cara feliz con que mi mamá me observa. Y eso que mido mi tiempo:cuando oreo que ya es suficiente, me acerco a ella, le hago notar cómo transpiro, y quehe corrido mucho, y que la comida me ha bajado, y a veces hasta le discuto habertraveseado más que todos.Entonces ella me besa, contentísima, la pobre, y yo respiro; ya me puedo ir a acostar sinese maldito miedo de sentirla llegar a mi cama para ver si duermo bien. Y esa as otra,porque por más que he aprendido a fingir perfectamente que duermocomo un lirón, siempre me sobresalta eso de que mi mamá vaya a verme dormir. Lehabía dado por ir. A mí me da rabia. ¡Pobre mamacita! Ella lo hace de buena que es;pero ¿cómo no me ha de dar rabia?... ¡Todo por ella, por mi Angélica! En estos días,dice mi mamá, vamos a ir a su casa de visita. Ya era tiempo
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Fuimos. Al fin le hicimos la visita a Angélica. Pero he vuelto fastidiado. Habíavarias personas más y el joven del otro día, que la miraba tantísimo. Ella estabaconmigo siempre; pero a donde íbamos nosotros allá iba él. Se llama Jorge; y esbuenmozo; pero muy cargante, el tipo. Ese modo de decir «señorita Angélica».¡Imbécil! A ella no le gusta, creo yo. Y cómo le va a gustar, también, con esa cabezachica y esos ojos redondos y ese bigote como escobilla de dientes... No, no es feo... Perono le gusta, porque yo se lo pregunté y ella me dijo que no. ¿Y para qué me iba aengañar?, vamos a ver. Si no puede ser; y además, ni su familia lo permitiría. Si creoque hasta tipo es. Y por último, ¿no me dijo ella misma que no le gustaba? ¿Para quéme preocupo, entonces?
Yo no sé lo que será; pero cada vez que leo cuentos me quedo imaginandomuchas cosas y las veo muy claritas, muy claritas, tal como si fuesen de veras, lo que nome pasa cuando no leo. Hoy, por ejemplo, estuve pensando en que ese bruto, eseridículo, ese tal Jorge, estaba enamorado de Angélica; y yo quería figurarme que ella loechaba de su casa y entonces él se suicidaba. Pues no me lo podía imaginar bien claro,Después me puse a leer y, a la mitad, sin saber cómo, me encontré pensando otra vez enlo de ese tonto pretencioso, y entonces sí que lo vi todo muy bien. Primero, ella se lereía en las barbas, con esa risa tan, tan bonita que tiene, que suena como el agua cuandosale de la botella fina de cristal del comedor; en seguida se ponía furiosa y lo insultabamientras a mí se me agarrotaba el pecho de gusto; y él se iba entonces y, de repente,veíamos un grupo de gente en la calle, con policía y todo, y yo iba corriendo a mirar... yera que él se había suicidado. Después me animaba yo por fin a decirle todo lo quepienso, y ella lloraba entonces lo mismo que yo, de gusto, de esta dicha tan grande quesube de aquí, de bien adentro, y revienta por los ojos y hace llorar primero y despuésdeja más feliz todavía. Y luego me decía a todo que sí, que nadie la quería como yo yque ella me esperaría hasta cuando yo fuera un joven grande. Y yo no veo por qué nopuede suceder así. Ella sería siempre mucho mayor que yo, ¡claro! Pero ¿no hay tantasviejas casadas con jóvenes? En esos matrimonios, digo yo, ¡cuántos se habrán queridocomo Angélica conmigo! Yo se lo voy a decir a ella pronto. Si es que delante de ella nose me ocurre cómo empezar. Cuando estoy lejos, me parece que tenemos mucha confianza; pero en cuanto estoy junto con ella me siento ya como de etiqueta
Mis hermanos son de veras muy brutos. Hoy me salió Pedro con que yo era untonto porque me la llevaba pestañeando, y Enrique dijo:—Esa es una costumbre deAngélica, y éste la imita porque parece que estuviera enamorado de ella—. Me pusecomo una furia y le pegué, y entonces él me acusó a mi abuela y ella me trató demosquita muerta y de chiquillo agrandado, y me pellizcó en los brazos. Mi abuela nome quiere; se rió de mí cuando le contaron que yo estaba pestañeando seguidito comoAngélica. Todavía me duele la cabeza de la molestia. Ahora me explico que digan quede cólera se puede caer muerta una persona. Lo peor es que ya no podré pestañear. Y estan bonito; los ojos parecen tan vivos, tan alegres, como los de ella, como ella misma,que parece que echara luz de todo el cuerpo. No se me puede quitar la rabia con miabuela. Me ha molestado más que mis hermanos. Pero me vengué: me dio un alfeñique,después de repartirles a los otros, y yo no se lo recibí. Se lo dio entonces a Enrique, yasí comió él el doble y salió ganando, él, que era el culpable de todo. Como es elregalón de mi abuela... Y no debía ser él sino yo, como dice mi mamá, que para eso soy
el menor...
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El Niño Que Enloquecio De Amor.
RandomEl niño que enloqueció de amor ¡Pobre feo! Papá y mamá Por Eduardo Barrios