Capítulo 1.

14 0 0
                                    

Llega un momento en que el mundo exterior ya no...¿Mundo exterior? ¿En qué momento comencé a diferenciar el mundo? No tengo conciencia de ello, pero supongo que esa es otra de las consecuencias. Llega un momento en que no superas el avance, las cosas que te hacen felices ya no lo hacen tanto. Ahora tan sólo te agobian, te frustran, se quedan en tus manos esperando a ti. Parece como si el mundo se cerniese sobre ti, los hombros te pesan, tu respiración te pesa, y no sabes qué hacer. 

Es curioso porque era yo la que quería todo esto, y ahora que lo tengo...no sé si realmente es así. Sin la fama lo soy todo, pero con ella es como si me destruyera por dentro. 

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Después de un año sigo en plena cuarentena, nadie excepto las personas cercanas saben de existencia en este pequeño pueblo, en esta ciudad, este pequeño rincón que parece no darse nunca cuenta de nada, parece ajeno al mundo de ahí fuera. Trabajo a tiempo parcial en una taberna, agradable, cerca del mar, a través de la cual puedo escuchar las olas romper en la arena y naufragar en el hedor inconfundible de este mar en calma, de este atardecer de agua salada. Realmente es un lugar mágico, supe que me llevaría a donde, desesperadamente, quería llevarme. 

Pensar en mi regreso no hace sino más que entristecerme, llevo preguntándome si realmente estoy preparada para regresar de nuevo a la realidad, al frenesí que nos ha caracterizado siempre, desde hace unos meses y siempre respondo: No. Tampoco he cantado, no he pronunciado ni una sola nota y al principio me asusté pero después de un tiempo supe que no lo necesitaba, supe que si no cantaba es porque ella también necesitaba descansar, mi voz, mi fiel compañera, mi guerra. 

Así, todos estos meses escribo, camino por la orilla del mar al atardecer y me sumerjo en las nubes, en los atardeceres, en el gentío, el niño que chapotea en el agua, la gaviota posada sobre la vela del barco, y Groot, mi perro me acompaña siempre, silencioso. Nunca me deja sola. Escribo, día y noche. No encuentro horario, me levanto a las 3 de la mañana con el intenso deseo de plasmar en las hojas del ordenador o de mi libreta aquello que interrumpe mi descanso. 

Así llevo un año. Un largo, aunque espléndido año. La casa es magnífica, mágica como este paraíso. No consta de lujosidades, pero tiene en su memoria el más dulce recuerdo. El despertar del sol, al igual que el de la Luna, el rugir del mar, el contoneo de las olas. Y todas ellas se cuelan a través de mi ventana al despertar, al embarcarme en mi frágil sueño, se cuela entre mis rendijas y acaricia mi alma. 

Las chicas no supieron ver mi desesperanza, y ni siquiera tuve tiempo de contárselo cara a cara, tuve que huir. No todas me entendieron, aunque no me guardan rencor, pero nuestra relación ha naufragado, naufragó cuando decidí abandonar. Es comprensible, y no sé el destino que me espera allí, pero tampoco pienso en ello. 

UntitledDonde viven las historias. Descúbrelo ahora