Capítulo 3.

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Me di la vuelta, desprevenida ante el asalto, y mi sorpresa fue encontrarme a Albert detrás de mi. 

          - ¡Albert, qué susto!- Exclamé. Aún seguía con el corazón palpitándome a mil por hora pero saber que había sido Albert quien me había escuchado y no otra persona desconocida la que me había escuchado era un alivio que me reconfortaba. Yo misma me asustaba al reconocer mi propia voz tan clara después del tiempo pasado. 

          - Perdón, no pretendía alterarte pero...guau.- Su rostro estaba marcado por la sorpresa. Sus ojos engrandecidos y sus labios formaban una sonrisa.- No sabía que cantabas, y lo haces muy bien, Lauren. 

Algo que no me ocurría desde hace mucho tiempo me sobrevino, incapaz de evitarlo. Un repentino calor subió hasta mis mejillas. ¡Me estaba sonrojando! Así, sin siquiera preveerlo. Estaba avergonzada por lo que acababa de pasar. No me arrepentía por ello porque era lo que sentía que tenía que hacer en ese momento, pero no sabía qué decir o hacer. En estos últimos meses había cambiado. Antes guardaba distancias con todo el mundo, era fría. Y aunque siempre presumía de utilizar mi lado racional para todo, lo cierto era que realmente me guiaba por lo que sentía en cada momento. Pero después de lo ocurrido en Vancouver, después de todo lo que tuve que callar ya no tenía fuerzas para continuar encerrada en mi propia burbuja de frialdad. Hubo un momento en que llegué a creerme que era así cuando siempre había disfrutado de las pequeñas cosas. Antes de marcharme de Vancouver con tan sólo un pasaporte cerré todo lo que quedaba detrás de mí, excepto a algo que no puedo y no pude enfrentarme. Tome el camino fácil, y probablemente fuera una cobarde al no enfrentarme directamente a lo que en ese momento era mi realidad, pero no podía, no tenía fuerzas par explicar lo que durante tiempo había guardado y encerrado. 

Miré a Albert. 

          - No se lo cuentes a nadie, ¿vale?

          - Tu secreto conmigo está a salvo, ojazos.- A veces me llamaba así, de forma cariñosa.- Pero quiero que sepas que no debes avergonzarte nunca de la voz que tienes.- Se acercó a mi, con una expresión seria, intentando transmitirme con sus ojos a la vez que con sus palabras.- Y pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía.

Tuve la sensación de poder contar en ese momento las razones por las cuales había viajado hasta aquí, las razones por las cuales después de un año tenía un miedo enorme a volver y encontrarme con la decepción de todo el mundo: de mis padres, mi grupo...todos. E iba a hacerlo, pero en el último momento me decanté por el no. Sé que él no podría juzgarme nunca, era demasiado bueno como para hacer eso, pero no confiaba en mi ni en mi estabilidad emocional. 

Me acerqué y le bese en la mejilla como un gesto de gratitud ante sus amables palabras. 

          - Mañana nos vemos, Albert.- Caminé dejándole a mi espalda. Dos lágrimas rodaron por mis mejillas. Me creía más fuerte, pero una vez más me decepcioné a mi misma como a la que más. Apunté una más a la interminable lista de decepciones que llevaba. A mi espalda, la mirada de Albert me seguía. 

Al llegar a casa Groot ya se había dormido. Estaba en su cama, al lado de la mía, con la correa aún entre los dientes. Se la quité y apenas se inmutó. Después me tumbé en la cama, no tenía ganas de quitarme la ropa. Sólo rondaba todo lo que me había ocurrido aquel día. Esa canción había removido mis sentimientos y recuerdos del pasado hasta tal punto que me saturaba. 

Me di la vuelta de manera que pudiera observar la Luna. Tan bella como siempre. Instintivamente alcancé el colgante que llevaba en el cuello y con la punta de los dedos sentí su textura. El Sol era su angel de la guarda, pero ¿dónde estaba ahora? Otro recuerdo fugaz me invadió, uno en que todo era mejor, en que la felicidad no titilaba porque no había oscuridad en que pudiera titilar. Y cuando ella me invadía la Luna me rescataba con su fuminante luz. Había dejado tantas cosas atrás...

Me levanté repentinamente de la cama sin ni siquiera saber qué estaba haciendo, me senté en la silla del escritorio frente a la Luna, cogí mi libreta y me puse a escribir todo lo que no había sido capaz de decir en tantos meses. No paré hasta la herida descubierta sangró todo lo que tuvo que sangrar. Lloré, hubo momentos en los que no supe que escribir, otros en los que apenas respiraba para escribir. 

Ya amanecía cuando puse punto y final, después de incontables páginas arrancadas y esparcidas por toda la mesa del escritorio, a lo que horas antes había comenzado sin dudar un instante. El cansancio me llevó en bolandas a la cama donde me derrumbé completamente, y antes siquiera de caer, mi mente despegaba hacia los sueños. 

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⏰ Última actualización: Jun 23, 2016 ⏰

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