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Aquella mañana, a una hora bien temprana, un sonido oxidado y estridente retumbaba por la ciudad. La puerta número 7 de la Calle Osmez se abría y de ella salía una niñita rechoncha de aspecto curioso.
Su piel morena destacaba perfectamente con sus ojos verdes y su pelo negro rizado, muy rizado, a tal punto de "rizidez" que sus conocidos siempre lo comparaban con un nido de aves, brillaba y, a cada paso que ella daba, respondía rebotando levemente, dando un pequeño saltito.Mencionar su vestimenta carece de sentido, pues cada día todos nos vestimos de manera distinta, y describir o no la ropa de alguien un día, no va a cambiar su personalidad, sus gustos o, en este caso, su propósito mañanero.
Sin embargo, por mi propia naturaleza rebelde y el placer que me brinda contradecirme a mí misma, lo haré. Porque ese día, esta niñita llevaba puesto su vestido favorito. Era, sin duda, el que más le gustaba. Al fin y al cabo, era mágico. O, al menos, eso era lo que ella firmemente creía.
Ella solía decir que cuando daba vueltas sobre si misma, muy muy rápido, se podía apreciar una sustancia brillante volar al rededor, de color dorado y aroma tan dulce como los bollitos caseros que le horneaba su abuelita.
Por esa razón, para ella ese vestido era muy especial.Y realmente es extraño. Es extraño porque ese vestido tan especial para ella, casualmente también la acompañaba ese día. Pero, ¿quién sabe por qué ese vestido fue el que ella escogió? Puede ser que, tan solo abriendo los cajones de su cómoda, ella hubiese sabido lo que le esperaba aquella mañana. O puede que no. Puede que todo fuera una coincidencia.
De todas formas, la historia continúa.La puerta número 7 de la Calle Osmez se abrió y nuestra niñita de aspecto curioso asomó la cabeza poco a poco hasta poder sentir la leve brisa mañanera que flotaba en el aire y acariciaba sus rizos.
Tras comprobar que no hubiera nadie en la calle, salió completamente del edificio cerrando la puerta tras de sí. A su espalda, una mochila repleta de cosas la mar de necesarias: una botella de agua, unos calcetines muy suaves, sus ahorros, un bocadillo, unos bollitos caseros de su abuelita, unos cuantos libros y un cuaderno con sus respectivos lapices de colores. En una mano, su armónica. En la otra, su cuadernillo de Sudokus.Miró por última vez su edificio. Lo echaría de menos, pero tenía que marcharse. Tenía que encontrarla.
Miró al cielo, cerró los ojos, inspiró todo lo profundamente que pudo y, al abrirlos, sus ojos ardían. Ardían de esperanza, ardían de emoción, ardían de expectación por lo que le depararía el futuro.
Sin pararse a pensar ni un segundo más, se aferró firmemente a sus pertenencias y empezó a andar.
Y andó. Y andó.
Hasta llegar a los límites del bosque.
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H.
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Camilia
FantasyCuando el sol se asoma cada mañana, si permaneces muy callado, puedes oírlo. Seres brillantes y coloridos salen de sus hogares, preparados para teñir de estampado las mañanas de los humanos. Nadie puede verlos, son como el viento. Excepto una person...