Capítulo 2 La Unión

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Corro hacia la universidad, voy un poco justo de tiempo, pero confío en llegar a la hora del señor Abad, aunque no es que Bases Pedagógicas fuese mi materia favorita. Doblo la esquina, ya veo el campus, pero cuando le hecho un ojo al reloj veo que apenas quedan unos segundos para que suene la campana. Sabía que el señor Abad no me dejaría pasar si llegaba siquiera dos minutos tarde, pero llegar era imposible.

-Apura maldita sea -La voz de K resonó en mi cerebro como si tuviese un altavoz, pero empecé a correr más.

Creo que nunca había ido tan rápido en mi vida. Cruzo la puerta del campus con apenas treinta segundos, es como un contrarreloj. Segundo piso, aula veintidós, a esa velocidad llegaría, el único problema eran las escaleras. Encaro los peldaños con un buen salto, que para mi sorpresa, es de casi cinco escalones. Subo las escaleras de cuatro en cuatro y, cuando llego al segundo piso, suena la campana, pienso en salir corriendo hacia la clase, pero entonces me paro al escuchar mi apellido.

-¡Señor Sanesteban! -la llamada viene desde unos metros más abajo de donde me encontraba.

Al echar la mirada hacia las escaleras puedo ver aquella barba negra, las cejas enarcadas, y la melena entre plateada y negra del señor Abad. La verdad es que está muy sorprendido, pero creo que no tanto como yo, porque es la primera vez que subo las escaleras de esa forma.

-Debería echarle una buena bronca por subir así las escaleras, correr tampoco está permitido de forma vertical -como no, Abad y sus ingeniosos comentarios-. Sin embargo, como tenemos clase y nunca había visto a alguien subir las escaleras de esa forma para llegar a mi materia, tan solo vaya hasta el aula.

Una gota de sudor recorre mi mejilla mientras trato de coger aire para responder.

-Si señor Abad... -pronuncio con dificultad.

Al entrar en clase me encuentro con que el cincuenta por ciento de los asientos del gran aula semicircular están desocupados, y eso que apenas llevamos un mes de clase, sin embargo, el profesor Abad entra sin ninguna sorpresa, dejando su enorme cartuchera negra sobre la mesa con un estruendo. Me siento donde siempre mientras el profesor saca sus apuntes, tan solo me giro al escuchar un saludo familiar.

-Buenos días Danielín -susurra Esther, que está sentada a mi lado. Se coloca un mechón negro de pelo detrás de su oreja sin dejar de sonreírme. Sabía que no me gustaba nada que me llamara así, pero aun así seguía diciéndomelo todos los días.

-Buenos días, casi no llego... -digo, aun recuperando la respiración. Me quito la cazadora negra y la pongo sobre el respaldo del asiento.

Ella ríe.

-Sinceramente, me parece más raro que yo haya llegado antes que tu esta vez.

Un carraspéo muy sonoro hace que miremos al frente. El señor Abad nos hecha una mirada que casi nos corta a la mitad.

-Hablamos en el descanso... -susurro.

-Creo que mejor así... -responde Esther con los apuntes en la mano.



Tras dos horas de insufribles explicaciones de como tratar a niños utilizando la más pura lógica, salimos de clase a tomar nuestro típico café.

-¿Entonces cuando quedamos? -pregunta Esther impaciente.

Me encojo de hombros. Ya había evitado quedar con Esther la semana anterior para poder quedar con Shopie, pero no se lo había dicho.

-Veré si tengo tiempo mañana, pero pienso que hoy no podré.

La conozco desde hacía casi siete años, de hecho decidimos empezar en esta facultad juntos. Para explicarle a mucha gente como era ella siempre decía lo mismo "Esther es como yo, pero guapa, delgada y de pelo largo y moreno". Se podría decir que somos como hermanos, aunque muchas veces las comparaciones de otros ya abarcaban un tema un poco más... Espinoso. Unos pocos años atrás yo le pedí salir a Esther, pero ella nunca fue una chica segura de si misma, creo que fue eso lo que hizo que terminásemos como simples amigos, o por lo menos eso pienso para sentirme mejor.

Crónicas Del Caos, Parte Primera, DUALIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora