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La reconstrucción de las horas durante las que fui dada por muerta la empezó Julia. Me contó que cuando se dio cuenta de que el desmayo no era una payasada de las mías, se puso a pedir auxilio a gritos. La profesora de historia, que estaba a la otra punta del pasillo del instituto, acudió corriendo.

-¡No sé qué le pasa!-dijo atropelladamente Julia.

-Tranquila-dijo ella mientras sacaba el mobil del bolso.

Reacciono con serenidad y llamó a urgencias. La ambulancia tardó pocos minutos en llegar. Dos paramédicos entraron deprisa al instituto con una camilla y un especie de carrito con diversos aparatos médicos.

-Se ha desplomado y ha perdido el conocimiento.Eso todo lo que sé-les informo la profesora.

Uno de ellos se acuclilló para auscultarme.

Julia estaba histérica.

-Todo....todo...ha...

Le costaba hablar. Los dientes le castañeteaban.

-Ya está. Nosotros nos encargamos de todo-la tranquilizó el otro paramédico-. Y ahora, tómate esto. Mastícala antes de tragártela.

Le ofreció una pastilla violeta.

Alrededor mío se empezaron a agalopar alumnos y profesores. Mi desvanecimiento se convirtió en un verdadero espectáculo. Por momentos, aparecían más y más personas.

-¿Es la primera vez que pasa?- preguntó el paramédico que me asistía

Alumbraba mis ojos con una pequeña linterna.

-Es... diabética-consiguió decir Julia.

La pastilla le había ayudado a calmarse.

-Las pupilas no responden-le dijo el paramédico acuclillado al otro-. Hay que ponerle óxigeno.

-Por favor, ¡apártense un poco!¡Que corra el aire!-reclamó el que estaba parado de pie.

La gente retrocedió un poco, no mucho.

El paramédico me puso una mascarilla en la boca y abrió la válvula del oxígeno

-¿¡Que le pasa!?- preguntó Julia.

Los dientes aún le castañeaban ligeramente.

Ninguno de los paramédicos respondió.

-Ponle una vía- le pidió el que estaba acuclillado al otro.

El que estaba de pie sacó de una bolsa una aguja a larguísima y me la clavó sin titubear. Fannia, Janis y Rachell llegaron cuando la punta me estaba traspasando la piel. Les costó colarse entre la gente.

Al verlas, Julia se abalanzó sobre ellas.

-¿Emma?- balbuceó Janis.

Fannia, Julia y ella se abrazaron. Rachel se quedó tiesa como un palo tapándose la boca con las dos manos. En esas el paramédico acuclillado le hizo un gesto a su compañero.

-¡Pon en marcha el desfibrilador!-le ordenó con voz apresurada.

Su compañero le dio al interruptor del carro de paradas cardíacas.

-¡Déjenos trabajar!-pidió mientras lo hacía.

Los profesores empezaron a poner orden y obligaron a los alumnos a retroceder un poco más. Numerosos ojos observaban en absoluto silencio, expectantes por saber cuál era el desenlace.

El paramédico acuclillado sacó un bisturí y me cortó el sueter desde el cuello hasta abajo. Lo abrió y seguidamente me corto mi sujetador favorito, uno rosa de algodón con rombos negros. Mis pechos quedaron a la vista ¡Qué vergüenza! Yo medio desnuda delante de un montón de gente del instituto.

No me ruboricé porque estaba muerta.

Me empezaron a atizar descargas eléctricas. Insistieron durante más de un cuarto de hora. Mis cuatro amigas dieron un respingo con cada uno de aquellos intentos por devolverme al mundo real. Sin embargo, en aquél momento no volví. Me aferré a Ethan. No lo quería dejar escapar. Era feliz en sus brazos en medio de aquel campo de centeno notando sus músculos bajo la sudadera.

Por fin los paramédicos desistieron. Tenían la frente bañada en sudor y las venas de las sienes ligeramente infladas.

-Quítale la mascarilla- le dijo uno a otro.

Me la quitó. Me quedaron dibujadas las marcas de goma en la cara.

-¿Por qué?¿Qué pasa?- decía Julia sin parar.

Rachel seguía en la misma postura, inmutable, tapándose la boca con las manos. Su boca denotaba incredulidad. Fannia, Janis y Julia continuaban abrazadas.

Loa alumnos empezaron a hablar. Se oyó gimotear a alguien y algún profesor decir <<¡ Venga, todo el mundo a clase!>>. Entre los dos paramédicos me subieron a una camilla. Mientras cerraba la válvula de la bombona de oxígeno , uno de ellos le preguntó a la profesora de historia si alguien podía acompañarnos al hospital.

-Yo misma- se ofreció ella.

-¡Emma!¡No!- se puso a gritar Rachel de repente. Fannia la abrazó por detrás. Ella se la quitó de encima de malas maneras y se marchó corriendo propinando empujones a quien se le ponía por delante.

-¡No puede ser!- se le oyó chillar a lo lejos.

Julia, Fannia y Janis me acompañaron hasta la ambulancia cogidas a la camilla. Sus caras un verdadero poema. El rímel se les había corrido y tenían las mejillas emborronadas de negro. Estaban tan compugidas que al llegar al vehículo uno de los paramédicos les tuvo que pedir que soltaran la camilla.

-¿Está muerta?-le preguntó Julia a uno de los paramédicos.

-Nos la tenemos que llevar al hospital –respondió él mientras plegaba las ruedas de la camilla.

-¡Ahora vamos!¡Nos vemos en un momento!-se dirigió a mí Julia.

Me metieron dentro de la ambulancia. Después subió la profesora de historia. Julia, Fannia y Janis se abrazaron de nuevo. Janis se frotó la mejilla derecha y se la emborronó aún más.

El conductor arrancó el motor y las luces y la sirena se pusieron en marcha. En diez minutos entrábamos por urgencias.

Cuando mis padres llegaron al hospital, los médicos ya me habían dado por muerta. A la primera persona que se lo comunicaron fue a la profesora de historia.

Mis padres entraron azorados. Ella les estaba esperando. Parecía tranquila, aunque la procesión debía ir por dentro.

-¿Cómo está Emma?- le inquirió mi madre.

La profesora no fue capaz de decirle la verdad.

-Se ha desmayado...- dijo esquivando los ojos de mi madre.

-¡Eso ya lo sabemos!- atajó mi madre.

-La han llevado al quirófano de la segunda planta- añadió la profesora.

Mi padre tiró de la mano de mi madre y los dos subieron a la segunda planta por las escaleras. Iban a toda prisa. Les resultó fácil encontrar los quirófanos.

Coincidieron con el doctor Robinson en la puerta de los quirófanos. Allí el médico les anunció mi muerte.

Resurrección-Lea ToberyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora