La caja de Pandora (Grecia)

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Por orden de Zeus padre de los dioses, Hefesto dios del fuego, famoso por sus habilidades, formó la estatua de una hermosa doncella. La propia Atenea que, celosa de Prometeo, habíase trocado en su enemiga, echó sobre la imagen una vestidura blanca y reluciente, aplicóle sobre el rostro un velo que la virgen mantenía separado con las manos, coronóla de frescas flores y le ciñó el talle con un cinturón de oro, adornada maravillosamente con policromas figuras de animales. Hermes, el mensajero de los dioses, otorgaría el habla a la bella imagen, y Afrodita le daría todo su encanto amoroso.

De este modo Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó Pandora, es decir, la omnidotada; pues cada uno de los Inmortales había entregado a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres.

Condujo entonces a la virgen a la Tierra, donde los mortales vagaban mezclados con los dioses, y unos y otros se pasmarón ante la figura incomparable. Pero ella se dirigió hacia Epimeteo, el ingenuo hermano de Prometeo, llevándole una caja regalo de Zeus. En vano aquél había advertido a su hermano que nunca aceptase un obsequio venido del olimpico Zeus, para no ocasionar con ello un daño a los hombres; debía de rechazarlo inmediatamente.

Epimeteo, olvidándose de aquellas palabras, acogió gozoso a la hermosa doncella y no se dió cuenta del mal hasta que ya lo tuvo. Pues hasta entonces las familias de los hombres, aconsejadas por su hermano, habían vivido libres del mal, no sujetos a un trabajo gravoso, y exentos de la torturante enfermedad. Pero la mujer llevaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera. Apenas llegada junto a Epimeteo abrió la tapa y en seguida volarón del recipiente innumerables males que se desparramarón por la Tierra con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja habia un único bien: la esperanza; pero, siguiendo el consejo del Padre de los dioses, Pandora dejó caer la cubierta antes de que aquella pudiera echar a volar, encerrándola para siempre en el arca.

Entretanto la desgracia llenaba, bajo todas las formas, tierra, mar y aire. Las enfermedades se deslizaban día y noche por entre los humanos, solapadas y silenciosas pues Zeus no les había dado la voz. Un tropel de fiebres sitiaba la Tierra, y la muerte, antes remisa en sorprender a los hombres, precipitó su paso.

La vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza, el crimen; todos los males del mundo se habian extendido por la tierra y sólo la esperanza quedó oculta en el fondo del arca

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