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-¡Qué pareja tan hermosa!-

-Esperamos tener noticias de un pequeño heredero-

-¡Felicidades por esta unión!-

.

Desde que tenía memoria, ella había aceptado ser la mejor herramienta del reino de Aoba Jhosai, porque siempre creyó en las palabras de sus padres, sabía perfectamente que atreverse a darle la contraria a su reina seria la peor blasfemia que un noble podría hacer, y la única forma de purificar su pecado era cumplir una penitencia insufrible por el resto de su vida, y aún sabiendo de todas las advertencias ella falló.

Quizás su primer error había sido ser la mejor amiga de Oikawa Tooru, el único e inigualable príncipe de Seijo, un joven prometedor de piel perlada, mechones achocolatados que danzaban coquetos sobre las brisas de las playas de su zona y así como sus ojos marrones que muchas veces sonreían como miel cuando el sol los saludaba; sí, este joven hombre era perfecto, el no tenía motivos para rechazar a cualquier ser vivo, al contrario el descubría el talento de cada uno y lo pulía a la perfección, por eso mismo no era extraño que fuera vital para todos en ese reino e incluso para sus padres, que lo consideraban como un tesoro que valía más que sus propias vidas juntas. Pero la reina había sido la más sobreprotectora, así como lo colmo de historias de amor puro, también protegía a su hijo de los peligros del mundo externo, por eso el joven desarrollo un corazón muy amplio y que por naturaleza fue enamoradizo, apesar de haber tenido miles de aventuras con jovencitas de diferentes razas, la devoción que le tenía a su tierra y a su gente, terminaba por dominar su juicio y abandonaba todo por cumplir su deber; y su madre no tenía queja alguna, pues argumentaba que su pequeño merecía a la mejor mujer, una que se sentará erguida con orgullo a su lado, que poseyera la belleza inalcanzable, delicadeza al actuar frente a la sociedad y refinamiento para realizar todas las tareas que una matriarca de Seijo debe hacer; ante sus palabras, los nobles del reino poseedores de hijas excepcionales, educaron a sus hijas con sangre y lágrimas para ser la viva encarnación de la perfección, sin embargo ninguno de ellos esperaría la respuesta de su joven príncipe, quien dictó y plasmo con su puño y letra que jamás se casaría con una dama de su mismo pueblo.
La historia de esas jovencitas sacrificadas termino en un instante, pero la disputa para obtener el favor del príncipe no, entonces un enorme desfile de damas extranjeras comenzó, para su lástima ninguna llamo su atención.

Durante todo ese tiempo Iwaizumi Hajime, una joven aventurera, hija de la mano derecha del rey de Seijo, vería fijamente todo y se convertiría en la confidente más amada e irremplazable de Tooru; ella no era bonita, sin embargo a sus espaldas siempre murmuraron lo guapa que era con ese rostro con mirada salvaje, pues los Iwaizumi se caracterizaba por su valentía como caballeros fueran hombre o mujer, ambos géneros eran por naturaleza combatientes y ella no había sido la excepción, peleó por su puesto con sus propias manos y demostró a todos que era digna de proteger a su bello príncipe.

Pero el tiempo fue el enemigo de ellos dos, y ahora ella estaba destinada a cumplir su deber (penitencia) por su mejor amigo, su preciado confidente y príncipe de Aoba.

La preparación para ese día había sido larga y laboriosa, si era sincera ella gritaría al aire que todo era una mierda y que no valía la pena hacerlo, porque ella no se convertiría en una bonita ninfa, Hajime simplemente era un caballero de armadura plateada, sin embargo estaba resignada por tanto ajetreo.

El brillo de plata sobre la ropa blanca era pesado, más la voluminosidad del miriñaque le mataban la respiración y el velo le arrebataba toda seguridad de la que alguna vez demostró. Ese temor le calaba los huesos, le hacía sudar y le desgarraba el corazón, pero ahora Iwaizumi Hajime ya no tenía lugar en ese reino, ella tenía que irse muy lejos y asegurar lazos con el imperio de Inarizaki, una excusa creíble para todos aquellos que vivían fuera del castillo, pero para aquellos que lo habitaban conocían la verdadera cara. Esa joven muchacha que no había llenado más que de gloria a sus reyes, había sido condenada a un matrimonio exiliado, por haber profanado a su heredero; aunque lo único que había hecho era sacar de su corazón sus sentimientos y confundir a su amigo; pero ahora ya no había vuelta atrás, Oikawa no había cruzado palabra con ella desde hace 3 meses, Issei y Matsukawa no estaban en la mejor posición para elegir un bando al ser sus amigos (y curiosamente habían sido confinados por sus familias), sus padres estaban entre la espada y la pared (ellos habían aconsejado a su pequeña, pero al fin y al cabo ella tomaba la decisión de seguir afiliada al reino y exiliada en Inarizaki o ser borrada del mapa). De cualquier forma ella eligió lo mejor para su apellido, casarse con un hombre del que ni siquiera había visto su rostro pero que sabía que era un hombre excepcional en el arte de la guerra y tenerlo como marido no sería una mala idea.

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