Parte 2

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Gilberte dormía cuando su madre —Andrée Alvar, en letras pequeñas, en los carteles de la Opéra-Comique— llegó. Madame Álvarez, madre, que estaba haciendo un solitario, le preguntó por costumbre si estaba muy cansada. Para obedecer a los usos de la cortesía familiar, Andrée le censuró que hubiera velado para esperarla, y madame Álvarez replicó ritualmente:

—No podría dormir tranquila, si no supiera que has regresado. Hay jamón y una cazuelita de cassoulet caliente. Y ciruelas cocidas. La cerveza está en la ventana.

—¿Se ha acostado la pequeña?

—Naturalmente.

Andrée Alvar comió vorazmente. Los pesimistas tienen buen apetito. Los afeites aún la hacían bonita; pero sin ellos tenía rosado el borde de los ojos, y la boca descolorida. De ahí que tía Alicia afirmará que los éxitos de Andrée en escena no se repetían en la calle.

—¿Cantaste bien, hija mía?

André se encogió de hombros.

—Sí; canté bien. ¿Y de qué me sirve? Como comprenderás, todos los aplausos han sido para Tiphaine. ¡Oh! ¡No sé cómo puedo aguantar una vida así!

—La escogiste. Pero la aguantarías mejor —dijo madame Álvarez sentenciosamente— si tuvieras a alguien con quien compartirla. La soledad te ataca los nervios y te hace verlo todo negro.

—¡Oh, mamá, no empecemos otra vez! Estoy muy cansada. ¿Qué hay de nuevo?

—Nada. Sólo se habla de la ruptura de Gaston y Liane.

—¡Y tanto que se habla! Hasta en el "plateau" de la Opéra-Comique.

—Es un acontecimiento mundial —dijo madame Álvarez.

—¿Se hacen ya pronósticos?

—¡Qué ocurrencia! Es demasiado reciente. Él se halla en plena desolación. ¿Serías capaz de creer que, a las ocho menos cuarto, estaba sentado allí donde estás tú, jugando al piquet con Gigi? Dice que no quiere asistir a la Batalla de las Flores.

—¿No...?

—Y, si no asiste, todo el mundo notará su ausencia. Le he aconsejado que reflexione antes de tomar semejante decisión.

—En el teatro —dijo Andrée— dicen que hay una artista de music-hall que tiene muchas probabilidades de sustituir a Liane. Una que llaman "la Cobra", del Olimpia. Parece ser que hace un número de acrobacia en el que la sacan a escena en un cesto no mayor del que necesitaría un fox-terrier, y que sale desenroscándose como una serpiente.

Madame Álvarez avanzó con desdén su grueso labio inferior.

—Gaston Lachaille no se dedica a las artistas de music-hall. Hazle la justicia de reconocer que siempre se ha dedicado, como debe hacerlo un soltero de su posición, a las grandes demi-mondaines.

—Grandísimas pájaras —murmuró Andrée.

—Mide tus palabras, hija mía. Nunca ha servido de nada llamar a las cosas y las personas por su nombre. Las amigas de Gaston tienen empaque. Un amorío con una gran demi-mondaine es la única manera conveniente para él de esperar un matrimonio de categoría, en el supuesto de que un día se case. Sea como sea, estaremos en primera fila para ser informados cuando haya algo nuevo. ¡Gaston tiene tanta confianza conmigo! Quisiera que le hubieras visto pedirme una manzanilla. Un niño, un verdadero niño. Por otra parte, sólo tiene treinta y tres años. ¡Y qué peso para sus espaldas la fortuna que posee!

Andrée guiñó irónicamente sus párpados rosados.

—Puesto a hacer, mamá compadécele. No es un reproche, pero, desde que conocemos a Gaston, sólo nos ha demostrado confianza.

—Nos nos debe nada. Y siempre nos ha proporcionado azúcar para nuestras confituras y para mi "curaçâo", y aves de sus granjas, y atenciones para la pequeña.

—Si te contentas con tan poco...

—Pues, sí; me contento con eso. Tanto más que si no me contentara, de nada iba a servir.

—En suma, para nosotras, ese Gaston Lachaille, que es tan rico, como si no lo fuera. ¿Sería capaz de ayudarnos si estuviéramos en un apuro?

Madame Álvarez se llevó afectadamente la mano al corazón:

—Estoy convencida —dijo.

Reflexionó y añadió:

—Pero prefiero no tener que pedírselo.

Andrée volvió a coger el periódico que publicaba la fotografía de la "abandonada".

—Mirándola bien, no es nada extraordinaria.

—Sí—replicó madame Álvarez—; es extraordinaria. La prueba, es que tiene semejante reputación. La reputación y el triunfo no son efectos del azar. Razonas como esas cabezas de chorlito que dicen: "A mí me sentaría tan bien como a madame de Pougy, un collar de siete hileras. Y sabría llevar la gran vida tan perfectamente como ella". Me dan lástima. Anda llévate el resto de manzanilla para bañarte los ojos.

—Gracias, mamá. ¿Ha ido Gigi a casa de tía Alicia?

—Y lo que es más, en el automóvil de Gaston. Se lo prestó. ¡Un coche que quizás hace sesenta por hora! Estaba encantadísima.

—Pobre muñeca. Me pregunto qué hará en la vida. Es capaz de acabar siendo maniquí o dependienta. Está un poco retrasada. Yo, a su edad...

Madame Álvarez posó en su hija una mirada cargada de equidad:

—No alardees demasiado de lo que hacías a su edad. Si mis recuerdos son exactos, a su edad, mandaste al cuerno a Menesson, el cual, a pesar de ser harinero, estaba dispuesto a hacer tu suerte, y te largaste con un profesorcillo de solfeo.

Andrée Alvar besó las sienes cargadas de brillantina de su madre.

—Mamaíta, no empecemos a estas horas: tengo sueño. Buenas noches, mamá. Mañana tengo ensayo a las doce y cuarto. Almorzaré en la lechería, en el intermedio. No te preocupes por mí.

Bostezando largamente, cruzó a oscuras el cuartito donde dormía su hija. Sólo entrevió de Gilberte, en la penumbra: un matorral de cabellos y el galón ruso de una camisa de noche. Se encerró en el exiguo gabinete de aseo y, a pesar de lo avanzada de la hora, encendió el gas para calentar un cazo de agua. Pues madame Álvarez había inculcado vigorosamente a su descendiente, entre otras virtudes, el respeto de ciertos ritos y máximas, tales como "A última hora, puedes dejar la cara para mañana por la mañana, en caso de urgencia y viaje. Mientras que el aseo de los bajos del cuerpo es la dignidad de la mujer".

Gigi - ColetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora