Parte 7

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—Recapitulemos —dijo tía Alicia—. Estás segura de que Gaston dijo: "Estará mimada como..."

—¡Como ninguna mujer lo ha estado! —terminó madame Álvarez.

—Sí; pero es una frase vaga que todos los hombres dicen. A mí me gustan las precisiones.

—No faltarán, Alicia. Puesto que ha dicho que quiere garantizar a Gigi contra todos los riesgos, incluso contra sí mismo.

—Sí... Sí... No está mal, no está mal... Vaguedades, siempre vaguedades...

La anciana aún estaba acostada, sus cabellos blancos sueltos en rizos reposaban encima de la almohada blanca. Anudaba y desanudaba, preocupada, la cinta de su camisón. Madame Álvarez, pálida y sombría como la luna y la nube bajo su sombrero de mañana, apoyaba en la cabecera sus brazos apretadamente cruzados.

—Añadió: "No quiero precipitar nada. Antes que todo, soy el mejor amigo de Gigi. Le daré tiempo para que se acostumbre a mí..." Se le saltaban las lágrimas. Añadió: "No tendrá que vérselas con un salvaje..." En fin, un caballero, un verdadero caballero.

—Sí... sí. Un caballero un poco vago. ¿Le hablaste claro a la niña?

—Tal como debía. Alicia. Ya no era momento de tratarla como una niña a quien se le esconden los dulces. Sí; le hablé claro. Hablé de Gaston como dé un milagro, como de un dios, como...

—Mal hecho —censuró Alicia—. Yo hubiera hecho resaltar más bien la dificultad, la jugada, el furor de todas esas mujeres, la victoria sobre un hombre tan popular...

Madame Álvarez juntó las manos.

—¡La dificultad! ¡La jugada! ¿Crees que se te parece? No la conoces. Ella no tiene maldad; no tiene...

—Gracias.

—Quiero decir que no tiene ambiciones. Hasta me sorprendió ver que no reaccionaba ni de una forma ni de otra. Nada de gritos de alegría, nada de lágrimas de emoción. Todo lo que yo conseguía oír era: "¡Oh, sí...! ¡Oh! Es muy amable por su parte". Solamente, al final, puso como condiciones...

—¡Lo que se tiene que oír! —murmuró Alicia.

—...que ella misma contestaría a las proposiciones de Gaston Lachaille, y que se explicaría con él. Que, en suma, era asunto suyo.

—Podemos esperar lo peor. Es una inconsciente. Le irá a pedir la luna, y... Le conozco; no se la dará. ¿A las cuatro ha de llegar él?

—Sí.

—¿No ha mandado nada? ¿Flores? ¿Un bibelot?

—Nada. ¿Crees que es mala señal?

—No. Es una cosa de las suyas. Cuida de que la pequeña se vista con gracia. ¿Tiene buena cara?

—Hoy, no muy buena. Pobre ratoncito...

—Vamos,vamos —dijo Alicia duramente—. Deja el lloriqueo para otro día... cuando ella lo haya echado todo a rodar.  

Gigi - ColetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora