Parte 9

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Al día siguiente, a las tres, la tía Alicia, llamada con urgencia, subía al piso de las Álvarez imitando el jadeo de los cardíacos y empujaba sin ruido la puerta que su hermana había dejado "ajustada".

—¿Dónde está la pequeña?

—En su cama. ¿Quieres verla?

—Tenemos tiempo. ¿Cómo está?

—Muy tranquila.

Alicia levantó sus puños coléricos.

—¡Muy tranquila! ¡Ha dejado caer el techo sobre nuestras cabezas y está muy tranquila! ¡Qué generación!

Se levantó su velillo de lunares y fulminó a su hermana con la mirada.

—Y tú, que te quedas aquí plantada, ¿qué piensas hacer?

Su rostro de rosa marchita afrontaba duramente el gran rostro blanco de su hermana, que protestó moderadamente.

—¿Cómo, qué pienso hacer? ¡No puedo atar a la niña!

Un largo suspiro levantó sus hombros rollizos.

—Se puede decir que no merezco la descendencia que tengo —añadió.

—¡Cuando hayas acabado de lamentarte! ¡Lachaille se fue de aquí con el estado de ánimo en que un hombre comete todas las tonterías!

—¡Y hasta sin sombrero! —dijo madame Álvarez—. Subió destocado a su coche. ¡Toda la calle lo pudo ver!

—Si a estas horas me dijeras que se ha prometido, o que se reconcilia con Liane, no me sorprendería ni un tanto así.

—El momento es fatídico —dijo lúgubremente madame Álvarez.

—¿Qué le dijiste luego a ese bicho?

Madame Álvarez frunció la boca.

—Gigi puede tener ideas raras sobre ciertas cosas y estar atrasada para su edad, pero no es lo que tú dices. Una jovencita que ha llamado la atención de Gaston Lachaille no es un bicho.

Un furioso encogimiento de hombros sacudió los encajes negros de Alicia.

—Bueno, bueno... ¿Qué le reprochaste a tu princesa?

—Le hablé razonablemente. Le hablé de la familia. Le hice comprender que íbamos pasando la maroma con tanta estrechez, le enumeré todo lo que podía conseguir para ella y para nosotras...

—¿Y no le has hablado irrazonablemente? ¿No le has hablado de amor, viajes, claros de luna, Italia? Hay que saber hacer vibrar todas las cuerdas. ¿No le has dicho que al otro lado del mundo el mar es fosforescente, y que hay pájaros-mosca en las flores y que el amor florece bajo las gardenias, cerca de un surtidor?

Madame Álvarez miró tristemente a su fogosa hermana mayor.

—No se lo podía decir, Alicia, puesto que no lo sé. Lo más lejos que he ido ha sido a Cabourg y Montecarlo.

—¿No eres capaz de inventarlo?

—No. Alicia.

Guardaron silencio. Alicia esbozó un gesto de decisión.

—Llámame a ese pajarito. Vamos a ver.

Cuando Gilberte entró, tía Alicia había recuperado su amabilidad de anciana frívola, y aspiraba la rosa de té prendida cerca de su barbilla. 

—Buenos días, pequeña Gigi.

—Buenos días, tía Alicia.

—¿Qué es lo que me cuenta Inés? ¿Que tienes un enamorado? ¡Y qué enamorado! ¡Para ser un ensayo, ha sido una jugada maestra!

Gilberte asintió, esbozó una sonrisa desconfiada y resignada. Ofrecía a la aguda curiosidad de Alicia su carita lozana, a la que el ribete lila de los párpados y la fiebre de la boca añadían una especie de maquillaje. Para tener menos calor, se había recogido los cabellos de las sienes con dos peinetas que le estiraban la comisura de los ojos.

—También parece que te haces la mala y afilas las uñas en el cuerpo de Gaston Lachaille. ¡Estupendo, hijita!

Gilberte dirigió hacia su tía unos ojos incrédulos.

—¡Claro que sí, bravo! Cuando vuelvas a ser amable, se sentirá más dichoso.

—Pero si soy amable, tía. Sólo que no quiero; eso es todo.

—Sí, sí, lo sabemos. Lo has mandado a su fábrica de azúcar; es perfecto. Pero no lo mandes al diablo. Sería capaz de ir. En suma, ¿no le quieres?

Gilberte hizo un infantil ademán de hombros.

—Sí, tía; le quiero mucho.

—Es lo que estoy diciendo: no le quieres. Fíjate, no veo ningún mal en ello; te deja toda tu libertad de espíritu. ¡Ah! Si hubieras estado loca por él, no me hubiera sentido muy tranquila. Lachaille es un moreno guapo. Bien plantado. No hay más que ver sus fotos de Deauville en traje de baño... Sólo con eso hay para tener una reputación. Sí, te hubiera compadecido, mi pobre Gigi. "Debutar" con una pasión... Irse a solas al otro lado del mundo... Olvidar todo en los brazos de un hombre amado; escuchar el canto del amor bajo una eterna primavera... ¿Estas cosas no dicen nada a tu corazón?

—Me dicen que cuando haya terminado la eterna primavera, Gaston Lachaille se irá con otra señora. O bien seré yo la que dejaré a Gaston y él se lo contará a todo el mundo. No quiero. Yo no soy de las que cambian.

Cruzó sus brazos y se estremeció ligeramente.

—Abuela, ¿podría tomar un sello? Quiero acostarme; tengo frío.

—¡Idiota! —estalló tía Alicia—. ¡Merecerías trabajar en una tiendecita de modas! ¡Anda, vete; cásate con un mozo de cuerda!

—Si así lo deseas, tía... Pero quisiera acostarme.

Madame Álvarez le tocó la frente.

—¿Te sientes mal?

—No, abuela; es que tengo pena.

Apoyó su cabeza en el hombro de madame Álvarez, y por primera vez en su vida cerró los ojos patéticamente, como una mujer. Las hermanas se miraron.

—Gigi mía —dijo madame Álvarez—; no te vamos a atormentar más. Desde el momento en que no quieres...

—Lo que falló, fallado está —dijo secamente Alicia—. No nos pasaremos toda la vida hablando de lo mismo.

—No podrás reprocharnos que te faltaron consejos, y de los más competentes —dijo madame Álvarez.

—Ya lo sé, abuela. Pero, de todas maneras, estoy triste.

—¿Por qué?

Una lágrima bajó por la mejilla aterciopelada de Gilberte, que no contestó. Ante el brusco campanillazo que tintineó, se puso en pie de un brinco...

Gigi - ColetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora